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Entrevista:IÑAKI GABILONDO | DIRECTOR Y PRESENTADOR DEL PROGRAMA RADIOFÓNICO 'HOY POR HOY' DE LA SER | ENTREVISTA / COMUNICADORES

"Yo no soy ni me siento nacionalista"

Iñaki Gabilondo en plena forma, tras grandes batallas victoriosas, públicas y privadas.

Pregunta. ¿En el principio fue la radio?

Respuesta. Desde luego. Al principio, mi asunto tuvo más que ver con la radio que con el periodismo. La gente de mi generación tenía en la radio su única vía de escape. Cuando yo soñaba el paraíso, el paraíso estaba en la radio. De mayor me imaginaba viviendo y trabajando en la radio. Si yo me puse a estudiar periodismo fue porque contaba que la radio, algún día, acogería al periodismo.

P. ¿Ya lo acoge?

R. Sin duda. La radio es un soporte informativo de primer orden. Pero, además de un medio de comunicación, la radio es un medio de expresión.

P. ¿...?

R. Sí, quiero decir que hay un lenguaje radiofónico, que no se ha analizado lo suficiente, y que se desarrolló mucho cuando la radio hacía dramáticos. Es un lenguaje basado en las modulaciones, los tonos, los efectos especiales, los fondos musicales. Una gramática, en fin, muy parecida a la del cine.

"Los que pensaban que me pondría a favor del 'plan Ibarretxe' se han quedado turulatos. A mí, el plan me parecía y me parece un error"
"Yo me he criado en la cultura de que España es un país donde hay distintas naciones. A ese asunto, de tan claro, yo no le he dedicado un minuto"
"Soy muy vanidoso, como todos. Pero no sólo hay halagos. El otro día en la ópera se me acerca un señor y educadamente me dice que somos unos hijos de puta"
"Yo creo que los medios están empezando a ser instrumentos movidos por objetivos que ya no tienen que ver con la información, sino con la propaganda"
"Siempre digo que la radio es como un reloj de pulsera. Está siempre, pero no permanentemente delante de tus ojos. Marca tu vida, pero no es su centro"

P. Es cierto que a veces se olvida que la radio es el primer medio virtual. Y transportable. Donde el oyente puede pasar la vida. La radio aísla como ningún otro medio. ¿Le parece que ese aislamiento ayuda a comprender lo real?

R. Sobre esa comprensión, yo tengo mis dudas. A veces pienso si no estamos atribuyendo a los medios de comunicación una responsabilidad excesiva. Los medios aportan el primer dato para la comprensión del mundo. Pero las cosas no se comprenden porque se hayan oído o se hayan visto. Tengo la sensación de que en estos momentos se espera de los medios una solución y una resolución integral de todo el proceso de conocimiento.

P. Sí. El make sense, la presunta obligación de los medios de dar sentido profundo a lo que cuentan.

R. Es excesiva esa obligación. Yo no la acepto. Yo acepto mi cuota de responsabilidad. Que no es toda, ni mucho menos, en lo que puede llamarse el proceso de conocimiento. Hay una cierta abdicación social en los medios. Igual que muchos padres abdican de sus hijos echándoselos al profesor, hay muchos ciudadanos que abdican en los medios el necesario esfuerzo de comprensión del mundo.

P. ¿Hasta dónde alcanza esa cuota de responsabilidad de la que hablaba?

R. La de acompañar la oreja de un ser humano. Creo que poco más. Y esa compañía, además, no siempre tiene la misma intensidad. Porque no es lo mismo oír que escuchar, no es lo mismo ser un elemento de referencia para el oyente que el protagonista de su acción... En fin, una responsabilidad limitada.

P. ¿No le parece que en las cadenas españolas hay una cosmovisión política, cultural, e incluso estética, demasiado totalizadora?

R. Vamos a ver. Un poco en ampliación de lo anterior, antes de responder a su pregunta. Yo siempre digo que la radio es como un reloj de pulsera. Está allí siempre. Pero no permanentemente delante de sus ojos. Marca tu vida, pero no es el centro de tu vida. En la mayoría de momentos del día, la radio sólo se oye. Siempre digo que la radio es la segunda voz. Yo no sólo compito con Onda Cero o con la COPE. Yo compito con el frigorífico, con el zumo de naranja, con el coche, con el taxi. El sonido protagonista es la vida, y nosotros somos la segunda voz. Ocasionalmente accedemos a la primera, pero regresamos enseguida a nuestro lugar. La radio no protagoniza la vida de las personas. Pues bien, desde esa relativización de nuestro papel, sí creo que el que en estos momentos oye sólo una emisora de radio..., sí, creo que está integrado en una visión limitada, en una cosmovisión política, estética, determinada.

P. ¿Y qué le parece?

R. Tampoco me parece muy mal, la verdad. Lo que me parece peor es la cesión de soberanía que la gente hace a los medios. A mí no me parece mal que exista un periódico monárquico, otro de izquierdas, otro de derechas. Al fin y al cabo, eso es el reconocimiento de que no se puede dar una interpretación globalizadora de lo real. Lo otro es más grave: el que la gente haya tomado la decisión de vivir en una sociedad infantilizada en la que lo quiere todo ya, pronto y fácil, y que entregue su soberanía a otro para vivir de una manera vicaria.

P. Entre la pluralidad en el dial o el quiosco y la pluralidad en el interior de cada medio, veo que se inclina usted por la primera.

R. Pues sí, aunque matizaría que tal vez deba ser una suma de las dos. Para poder ser decente, cada medio tiene una cierta obligación de pluralidad. Una mirada subjetiva que quiera ser decente no puede excluir determinados elementos sin los cuales el tapiz no acaba de mostrarse ni es posible, por tanto, entenderlo. Mire, yo creo que todos tenemos nuestros límites. En esta casa tenemos unos grandes márgenes de maniobra y unos límites. Nosotros, para los asuntos de la editorial Santillana, tenemos menos capacidad de movernos que la COPE. Para el aborto, mucho más que la COPE. Onda Cero está mucho más suelta que nostros en los temas anteriores. Pero como empecemos a hablar de la editorial Planeta..., ahí ya está pillada.

P. ¿No le parece que la pluralidad se ha desplazado de las opiniones al ámbito, mucho menos concebible, de los hechos?

R. El riesgo es que se está pasando al terreno directo de la propaganda. Yo creo que los medios viven una grave amenaza. Están empezando a ser, o a parecer que son, instrumentos movidos por objetivos que ya no tienen que ver con la información, sino con la propaganda. Demasiada gente en esta sociedad cree que lo que yo digo lo dicta una especie de padre, medio Polanco, medio Juan Luis [Cebrián], que en una sala del almirantazgo decide lo que ha de hacer este periódico o esta radio. Una estupidez, pero una estupidez muy pregonada. Es casi un lugar común que nosotros no podemos ser una radio limpia.

P. ¿Qué hace para contrarrestar ese lugar común?

R. No puedo hacer gran cosa...

P. ¿Tiene la convicción de que usted se limita a contar hechos veraces?

R. Sí, claro. Lo único que puedo hacer, que hago, es no agravar el problema diciendo que lo que dice Federico se lo dicta Rouco. Porque es mentira. Pero no hay muchas posibilidades más.

P. Se dice con frecuencia que los políticos pierden el sentido de la realidad. El síndrome de La Moncloa, ese tipo de cosas. Nunca se dice nada del síndrome de determinados periodistas que viven una vida de alto nivel y muy endogámica. ¿Cómo se defiende usted de eso?

R. Esta pregunta que me hace está en el centro de mis preocupaciones. El día que yo tenga la impresión de que falsifico, de que estoy dando gato por liebre, ese día me voy. Hubo un tiempo en que yo, por generación, por ingresos, por criterios, podía representar bastante bien la inquietud media general. Pasan los años: ahora tengo mucha más edad que la media referencial, gano mucho más dinero que la media referencial... Esto me obliga a un proceso de autentificación constante. Pero, en fin, no creo que haya que ser mujer para defender el derecho de las mujeres, ni negro ni homosexual para defender el derecho de los negros o de los homosexuales. No es imprescindible vivir en una determinada realidad para dar testimonio de ella.

P. Pero al menos uno tiene que saber que hay homosexuales o negros. El problema de ciertos estatus es que impiden el conocimiento básico.

R. Claro, por eso tienes que que estar trabajando continuamente. Si no, acabas de impostor. En fin, antes yo podía vivir en el mundo con una cierta naturalidad. Porque era el mundo. Ahora debo tener más cuidado. Y lo que más me importa es no perder pie.

P. ¿Qué medidas toma?

R. Escucho con la máxima atención. Salgo, voy a los sitios. Hablo todo el santo día con los compañeros.

P. ¿En cuanto a la vanidad?

R. Yo soy muy vanidoso, como todos. Mi primer encuentro con la notoriedad fue cuando salía en televisión. Tenía 38 años y venía ya un poco zurrado de algunas cosas. Era ya mayor, no me pilló como a Lalo Azcona, que me lo contaba una vez, que con 25, una sola televisión y todas las tías detrás, recibió en plena cara el impacto de la popularidad y creyó que se volvía loco. No fue mi caso. Además, cuando mi primer contacto con la fama yo estaba pasando una época muy dura. Mi mujer se estaba muriendo y yo llevaba una vida de auténtico perro. Pero, en fin, la vanidad... Aunque no crea; no sólo hay halagos. De cuando en cuando... Como el otro día en la ópera, que se me acerca un señor y educadamente me dice que somos unos hijos de puta. No, no sólo hay halagos...

P. Puede que los insultos tampoco sepan tan mal.

R. Ja, ja... Bueno, lo que quiero decir es que no todo es tan divertido siempre.

P. ¿Y esa imagen que usted lleva de gran sermoneador español?

R. Bueno, ésa me la he ganado a pulso últimamente. Y no me gusta...

P. Vaya.

P. No, no me gusta eso. A lo largo de mi vida, durante mucho tiempo, he estado haciendo una información muy seca hasta el punto de que siempre recordaba la anécdota de [el presentador retirado de los telediarios de la CBS Walter] Cronkite. Estaba acabando su carrera y le preguntaron que a qué partido representaría si tuviera la posibilidad de ser presidente de Estados Unidos. Cronkite contestó que el hecho de que cuarenta años después de haber empezado en el periodismo le preguntaran por su partido suponía para él un gran honor. Pues bien, yo creía que eso era el máximo ideal de un periodista. Y, sin embargo, mucha gente me consideraba como un hombre que no se quería mojar. Y en la propia casa había quien lo consideraba... Yo contestaba: hombre, estáis entendiendo como una voluntad de no implicación lo que justamente responde a un criterio profesional que yo creo que es el que me compete. Hasta que al final dije: bueno, si esto tiene que ser, que sea. Así que empecé a hacer opinión. Lo que pasa es que la cosa ha adquirido últimamente un carácter que no me gusta. Porque al final yo me he cabreado de una manera muy oficial con Aznar. Yo me sentí muy agredido con Aznar, sentí que mucha gente estaba siendo muy agredida y me pareció que era necesario fajarse a leche limpia. Cuando a mí me empezaron a decir que ponerle una pega a la política nacionalista de Aznar era ser enemigo de la patria y cómplice de los terroristas, pensé que si esto iba de jugar sucio... yo también sabía dar dentelladas. Pero me pasé. No en las cosas que le he estado diciendo a Aznar, que se las merecía, sino que le he dado a mi trabajo como conductor de programa un carácter que no le corresponde. No le corresponde, no debe ser eso. Mucha gente se lo pasaba muy bien, pero no voy a permitir que esa gente me impulse a continuar por donde no creo que debo continuar. Creo que no debo seguir en el sermón. Tampoco volver a una asepsia que la sociedad seguramente ya no pemite. Pero sí limitar el campo. Yo quiero entender que ese tono ha formado parte de una emergencia. Una emergencia derivada de una emergencia política.

P. La edad también suele ser una emergencia. Se tiende al sermón.

R. Quizá. Hay otro factor personal. Ha coincidido todo esto con la salida de una situación de salud muy jodida. De repente uno dice: oye, mira, que le vayan dando morcilla al universo, que a mí no me para ni mi padre. Yo digo lo que me da la gana, y si gusta, gusta, y si no... Posiblemente, una desinhibición excesiva.

P. En esa cosmovisión de la que antes hablábamos ha habido un desgarro considerable respecto al asunto vasco. Usted y Fernando Savater polemizaron, y no en términos amables. ¿Cómo vivió eso?

R. Con mucha pena y procurando no llegar a convertirlo en un elemento de disputa pública. Se percibía que había una mirada no convergente y en algún episodio se apreciaba con mucha claridad. Pero no cometí la imprudencia de darle a eso un carácter de discusión más pública. Pensé que esa fractura no iba a organizar un debate sano en el interior del grupo, sino que podía provocar un daño irreparable. En fin, lo viví con mucha incomodidad. Porque en última instancia aquí hay varios elementos que nos desunían, pero muchos más que nos unían.

P. ¿Qué desunía?

R. Yo me he criado en la cultura de que España es un país donde hay distintas naciones. A ese asunto, de tan claro, yo no le he dedicado un minuto. Fue al llegar a Madrid cuando observé que el asunto provocaba extraordinarios sarpullidos. Nunca se entendió que nosotros no defendíamos el nacionalismo. Yo no soy ni me siento nacionalista. Lo único que he querido recordar siempre es que el nacionalismo existe. Yo les decía: vosotros estáis explicando por qué el nacionalismo es una mierda y cómo hay que luchar para acabar con el nacionalismo. Muy bien. Haced lo que queráis, pero os va a salir mal. Les insistí en que el esfuerzo de evaporación que estaban intentando no se iba a producir. Que podían intentar un debate intelectual para refutar el nacionalismo; que podían intentar ganar las elecciones, naturalmente. Pero que lo que no podrían conseguir era desnacionalizar el País Vasco. Todo lo contrario: que iban a conseguir que se produjera un efecto contraproducente. Mi punto de vista era que la fractura vasca sólo podía solucionarse con diálogo. Pero entonces decidieron que el diálogo significaba negociar con ETA. Cuando con ETA lo único que hay que hacer es echarle los guardias y los jueces. Bien: me encontré un día con que ese punto de vista era sinónimo de equidistancia y no sé qué otras jaimitadas. Agravado además porque Savater tiene la mala costumbre, cuando discute con otros, de expresar sus puntos de vista colocándose en una altura superlativa y desdeñando a los demás. Por eso yo le dije un día, y me parece que es lo único que le dije: tú dices que algunos somos unos tontos útiles. Vale. Y yo creo que hay otros que sois unos listos inútiles. Ahora lo que nos falta es encontrar los listos útiles.

P. ¿Atribuye usted similares propósitos "desnacionalizadores" al nacionalismo vasco?

R. Por supuesto. Si estuviera viviendo en el País Vasco y estuviera con los nacionalistas ahí, les diría: estáis equivocados porque los constitucionalistas existen. Les diría lo mismo. Esto es lo que no han entendido los que me llaman equidistante. Esos que se quedaron turulatos cuando, contra lo que pensaban que haría, no me puse a favor del plan Ibarretxe y les dije que a mí el plan Ibarretxe me parecía, y me parece, un error. En fin, no hay opción. Hay dos miradas sobre el País Vasco. O dialogan o se matan. No hay más opción.

P. Sobre el 11-M. ¿Cree que la SER influyó en el resultado electoral?

R. Sí, pero poco. Atribuirle a la SER una gran importancia es hacernos un honor excesivo e infravalorar excesivamente a otros. No, no creo que influyera demasiado.

P. ¿Ha vuelto a escuchar lo que se dijo en esos tres días?

R. Sí...

P. ¿Y?

R. Se cometieron algunos errores, es verdad. Pero muchos menos que los que cometieron otros. Lo que pasa es que la gente no sabe lo que es trabajar en tiempo real. Muchos de los que nos reprochan nuestra conducta no saben en realidad de qué va esto. Quiero recordar además que el jueves y el viernes, la SER hizo un programación plenamente institucional. Y cuando yo me fui de aquí el viernes a mediodía, la versión oficial de la casa era atribuir los atentados a ETA. Hace unos meses vino Rajoy al programa y a mí me dio la impresión, entrevistándole, de que no sabía exactamente qué reprocharnos. "Oh, es que dijisteis una cosa incierta, lo del terrorista suicida", me dijo. "Sí, y dijimos otra más incierta todavía, y durante varios días: que había sido ETA". Por otro lado, pusimos nuestra emisora a disposición del Gobierno...

P. ¡Vaya!

R. Sí, sí. El jueves por la noche llamamos a La Moncloa, y aún no se han atrevido a decirlo, para comunicarle a Aznar que tenía Hoy por hoy a su disposición.

P. ¿Habló con él?

R. No. Fue una persona de la SER la que le transmitió el ofrecimiento

P. ¿Y qué le dijeron?

R. Que gracias. En fin, nuestro jueves y nuestro viernes fue la prueba de nuestra honradez. Nos colocamos, como todos, siguiendo al capitán.

P. ¿Y luego?

R. A partir del viernes por la tarde se empieza a notar una enorme tensión. Se va percibiendo la dificultad de mantener esa posición institucional. Pero aquí la sorpresa fue el rápido acierto de la policía. La que rompió el discurso del Gobierno fue la policía, no la SER.

P. Claro, la policía al mando del Gobierno,

R. Si la policía tarda quince días en descubrir otra cosa...

P. No hubo datos sobre el 11-M que no los facilitara el Gobierno.

R. Nadie estaba diciendo que la información que daba el ministerio fuera falsa. Mire, al Gobierno se le tienen que imputar unos hechos, actos positivos, que hizo y que demostraban que estaba jugando en una determinada posición. Llamó a los directores de periódicos para decirles que era ETA. Convocó una manifestación por la Constitución, con lo cual suponía que era ETA. El Gobierno mandó telegramas a los embajadores urgiéndoles a que defendieran en todos los foros la autoría de ETA. El Gobierno promovió una resolución del Consejo de Seguridad diciendo que era ETA. Esas iniciativas no las debía haber tomado. ¿Por qué las tomó? El Gobierno aún no lo ha explicado. Nunca he dicho que el Gobierno mintiera. Simplemente tomó decisiones con una contumacia inexplicable y llevó sus hipótesis mucho más lejos de lo razonable. La realidad los arrolló.

Iñaki Gabilondo, en <i>Hoy por hoy</i> transmitido desde el Fórum de Barcelona.
Iñaki Gabilondo, en Hoy por hoy transmitido desde el Fórum de Barcelona.CONSUELO BAUTISTA

La sobriedad de la radio

IÑAKI GABILONDO (San Sebastián, 1942) es, desde hace muchos años, el hombre más influyente de la radio española, y desde la transición política, un punto de referencia del periodismo autóctono. Su estilo radiofónico siempre anduvo más cerca de la contención anglosajona que de las voluptuosidades mediterráneas. Y siempre su talante humano estuvo más tocado por el hecho y la duda que por la opinión y el dogma. Ahora se anuncia un regreso -una descomprensión- a ese pasado.

La carrera de Gabilondo incluye los premios más importantes y una fidelidad sin resquicios a la Cadena SER, donde empezó a trabajar y donde ocupó diversos cargos directivos antes de presentar el programa Hoy por hoy, que lleva más de diecisiete años en antena. Ha trabajado poco tiempo en la televisión pública. Pero fue intenso. El intento de golpe de Estado del 23 de febrero de 1981 le cogió como jefe de informativos. Su aparición en pantalla, aquella misma tarde, tuvo concisión, nervio y temple y contribuyó a la confianza general. Una sobria e inolvidable aplicación de sus máximas virtudes periodísticas en un tiempo extremo.

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