Las lecciones del desamor
Esa mañana su jefe volvió a llamarla a su despacho. Desde aquella discusión por el tema del cadete y su disculpa posterior, no habían vuelto a hablar más que lo necesario para cumplir la tarea. Marta no se había quedado resentida, simplemente no había sentido ninguna necesidad de acercarse demasiado. Apenas entrar lo vio desencajado.
Ella le preguntó si le pasaba algo y él lacónicamente contestó:
-Estoy viendo a un terapeuta.
Marta se rió, para obligarlo a sonreír con ella.
-Ése no es motivo para estar de duelo -dijo.
-Pues eso es lo que te quería preguntar, tú has estado en terapia durante años. Yo he ido sólo una vez y me siento fatal. Hace dos noches que no duermo y no hago otra cosa que revisar las cosas que dije en esos 45 minutos.
Marta llegó a su casa preguntándose por qué tenían hijos aquellos que en realidad no querían ocuparse verdaderamente de ellos
-Es normal -había dicho Marta, con la actitud de una experta-, luego se te pasará. ¿De qué hablaste?
-De mi padre -dijo en un timbre casi inaudible.
-Ah -dijo Marta.
Y sin mediar nada más, le contó con demasiados detalles las atrocidades que había pasado en su infancia.
Marta llegó a su casa preguntándose por qué tenían hijos aquellos que en realidad no querían ocuparse verdaderamente de ellos. Pero mientras terminaba de ducharse un pensamiento más desagradable se le coló sin quererlo. ¿Qué consecuencias pagarían los hijos de su jefe, por las actitudes del abuelo sobre su padre?
Abrió la página de todos los días y escribió:
APRENDER EL DESAMOR
...Esta historia se conoce como conflicto de tres generaciones.
Cuenta de un anciano internado en un geriátrico, su hijo, importante funcionario de una empresa multinacional, y su nieto, adorable muchacho que ama a su abuelo.
Un día el joven pasa por la oficina de su padre.
La secretaria le anuncia y lo hace pasar.
-¿Qué necesitas? -le pregunta de un modo muy hostil-, ¿otra vez te metiste en problemas? Porque si estás aquí...
-Yo no necesito nada -contesta el joven-, ya te dije que no pensaba pedirte nada más si lo puedo evitar. El tema es el abuelo.
-¿Qué pasa con tu abuelo? Él debe estar bien, porque si no me hubieran avisado...
-Te llamaron tres veces del geriátrico, pero no reciben respuesta. Les dicen que estás ocupado.
-Y es la verdad... Será alguna tontería. Le diré a mi secretaria que llame.
-Ya averigüé yo -dice el joven-, el abuelo quiere que le mandes un pequeño calefactor para su cuarto.
-¿Calefactor?- contesta el hombre a los gritos.
-¿Calefactor? Con el calor que hace, por favor.
-Yo estuve ahí, papá... el lugar es bastante fresco y él pasa demasiado tiempo quieto. De todas maneras, es el abuelo quien lo pide.
-Mira, yo no trabajo como trabajo para tirar el dinero -dice el padre-, si quiere un calefactor que se lo den en el geriátrico, y si no te satisface mi respuesta, cómprale una manta con tu mensualidad.
El joven sale de la oficina sin decir una palabra. Esa noche cuando el padre llega a la casa ve al muchacho tendido en la sala con una manta extendida sobre la alfombra. Para su sorpresa, está cortándola al medio.
-Ésa no será la manta que compraste para tu abuelo -le dice.
-Sí -contesta el joven sin mirarlo.
-¿Y por qué la cortas al medio?
-Anticipación -contesta el joven-. Una mitad es para él y la otra para ti, cuando tengas su edad.
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