El ladrón es un poeta
Quién quisiera tener El grito de Munch en el salón
de su casa? Yo no, francamente. Antes me quedaría con El Jardín de las Delicias, que al ser un tríptico, lo puedes usar de biombo. Porque un cuadro como el del noruego no tiene fácil salida en el mercado internacional de los Bajos Fondos. Más que un alarido, un cante.
Es posible que el ladrón sea, en realidad, un poeta. Porque, vamos a ver, ¿qué hacía una Obra tan Significativa de Nuestro Tiempo encerrada en el Museo Munch? Quiero decir: ¿qué hace El grito a solas entre cuatro paredes, dejándose visitar como una naturaleza muerta o, peor aún, una tumba? Cuando existe tanto por lo que gritar, tanto por lo que sufrir y quejarse, en el Mundo que hay fuera del desvalijado Museo. Piénsenlo: que el anónimo ladrón sea una persona poseída por el deseo de coherencia. De ahí su otro robo, el de Madonna, esa virgen que, en pleno expresionismo, anticipa a los hippie. Para que consuele al solitario testigo del horror.
'El grito' tuvo la virtud de anticipar las tragedias del siglo XX y, al paso que vamos, de algunos siglos posteriores
Aunque pintado en 1893, El grito tuvo la virtud de anticipar las tragedias del siglo XX y, al paso que vamos, de algunos siglos posteriores, sintetizando anticipadamente todo el frío desgarro de Francis Bacon. Es por ello que deduzco que el o los autores del asalto han decidido llevarse el cuadro, para que su protagonista, el gritador mudo, vea aquello que hoy puede originar su espanto.
Asomarse a cualquier punto de las costas del sur de España, a las islas, hacer planear El grito, como una cometa sin lágrimas, por encima del Estrecho. Hijos de las pateras, hijos de los neumáticos, grito por vosotros.
Presenciar, en Baviera, la concentración neonazi (con banderas españolas del aguilucho incluidas: supongo que también asistieron los nuestros) que conmemoró el aniversario de la muerte de Rudolf Hess, lugarteniente de Hitler. Por suerte, otros manifestantes les llamaban cerdos (pobres cerdos).
Lamentar los atentados contra judíos en Francia. Seguir lamentando la extinción sistemática del pueblo palestino bajo el actual liderazgo israelí.
Asistir a la visita sorpresa de Vladímir Putin a Chechenia y comprobar que el cinismo merece más horror que la crueldad misma. Esos césares de hoy no dan la cara en los campos de batalla, no se pelean entre ellos, como sería de desear. Hipócritas y furtivos, y peores que Aníbal. Al menos, Dick Cheney tendría que desafiar a Múqtada al Sáder; o, en su lugar, el gerente de la Halliburton. Hay en Irak (tremendamente amplio y ensangrentado territorio, para negocios turbios) 60 empresas de seguridad
a cuyas órdenes se han desplegado 30.000 mercenarios procedentes de todos los agujeros de las guerras, de Suráfrica a Serbia, profesionales de las armas que han sabido ver que el único chollo tangible que Mesopotamia ofrece está relacionado con la seguridad de sus violadores. Se juegan la vida, sí, los mercenarios. Más que los políticos. Pero cada cual es un canalla según su escala de valores. Grita, Munch.
Igual que gritaron los hombres de Bagdad cuando
vieron a su equipo ganar a uno de los miembros de la coalición, Australia, en el partido de fútbol de los Juegos Olímpicos.
Me estoy poniendo intensa. Desengraso. Suena el teléfono. Vamos a hacer un break para comernos unos peanuts.
-¿Está usted ahí, Sherlock? -es el doctor Watson, más excitado que de costumbre.
-¿Dónde iba a estar? Me ha llamado usted al fijo -gruño.
-¿No se habrá colocado?
-Pues no. Acabo de ver el informativo.
-¡Qué gran robo! Perdóneme, Holmes, pero creo que he resuelto el caso antes que usted y sin su ayuda.
-Lo sé -sonrío, pérfida-. Ha sido Francisco Álvarez-Cascos, ex ministro de Fomento del anterior Gobierno de España, aquel que presidía un hombre que, durante su primera candidatura, se vistió de Rodrigo Díaz de Vivar, El Cid, para la revista en colores del diario El PAÍS.
Su grito, que es el mío, perfora mis tímpanos.
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