Los juegos y el arte
En la estela de Barcelona 92, Atenas ha aprovechado la condición de sede de los Juegos Olímpicos para una modernización, visible en el ámbito de los transportes urbanos. La ampliación del metro hasta el nuevo aeropuerto Venizelos se ve acompañada de descubrimientos arqueológicos, los cuales, siguiendo el ejemplo de lo realizado en la céntrica plaza Sindagma, para culminar en el propio aeropuerto, son reunidos en pequeñas exposiciones permanentes de cada estación en cuyo entorno tuvieron lugar los hallazgos.
Ha sido también la ocasión para un remozamiento de los museos atenienses, así como para la organización de exposiciones, casi siempre vinculadas a la etapa clásica de los Juegos Olímpicos. En el hermoso Museo de Arte Cicládico de la Fundación Goulandris, la nueva ala recoge una precisa muestra de la participación de Magna Grecia en los Juegos, mientras en la exhibición organizada en el Museo Nacional, el diseño se amplía hasta recoger las distintas manifestaciones del espíritu de competición en la Grecia clásica, de manera que lo que hoy consideramos una pugna deportiva se integra en una aspiración más general en que tienen su lugar la poesía y la música. La exposición se abre con un excepcional bajorrelieve, emblema de racionalidad, en que Kairos estima las posibilidades de éxito sirviéndose de una balanza.
Pero la mayor de las novedades es la reapertura parcial del Museo Bizantino -ahora "bizantino y cristiano"-. El patrón ahora adoptado para la evolución del arte bizantino va desde sus orígenes a la caída de Constantinopla. Las piezas se inscriben en una secuencia legible, aun cuando son escasos los materiales expuestos. La comprensión del cambio histórico y el reconocimiento de las piezas excepcionales se conjugan, por desgracia de momento para muy escasos visitantes. La escultura representando a Jesús como filósofo en el sarcófago Sindamara, del siglo III, es el pórtico de un recorrido que culmina en las pocas pero excelentes muestras del esplendor agónico en el tiempo de los Paleólogos. Precedidos por los magníficos murales desgajados de la iglesia Episkopi de Evrytania y por las raras representaciones que reflejan la occidentalización bajo el Imperio Latino, los tres impresionantes iconos del momento final, con la Crucifixión al centro, dan cuenta mejor que cualquier explicación del sentimiento de dolor inducido de lo que fue para el mundo griego una catástrofe irreparable. La disposición de las piezas avala esa lectura.
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