El secreto de los moken
Anna Gislén, de la Universidad de Lund, en el sur de Suecia, presentó el año pasado un trabajo científico titulado Visión subacuática avanzada en una población de gitanos navegantes (Current Biology, 13:833). Gislén se refería a los moken, un pueblo seminómada del sureste asiático que vive de lo que puede obtener del mar. La científica había colocado bajo el agua unas imágenes estriadas y había pedido a los niños moken, y a otros niños control suecos, que reconocieran su orientación con la cabeza sumergida. Todos los niños lo hicieron bien al principio. Pero en cada prueba las estrías eran más pequeñas que en la anterior. Cuando los niños europeos ya no podían verlas, los moken siguieron percibiéndolas correctamente durante varias rondas más.
Gislén pudo averiguar también a qué se debía la superioridad moken. Las pupilas de la mayoría de la gente se dilatan bajo el agua. Las de los moken se contraen. Es el viejo truco del efecto estenopeico, muy popular entre los ópticos. Ser miope, o estar debajo del agua, perturba sobre todo las zonas periféricas del haz de luz que entra por la pupila. Si se estrecha ese haz de luz -por ejemplo, mirando a través de una cartulina pinchada con un alfiler- la imagen se ve mucho más nítida. Los miopes ven con más nitidez a pleno sol porque esa luz contrae tanto las pupilas que las deja como un pinchazo en una cartulina. Las pupilas de los niños moken no sólo se contraen bajo la luz, sino también bajo el agua. Ése es el truco.
Los moken, o sea gypsies (gitanos navegantes), son de los más antiguos pobladores de las costas del mar de Andaman, en Tailandia, Birmania y Malaisia. Sólo quedan unos 5.000, pero algunos aún llevan su estilo de vida ancestral, navegando sin parar en un bote de madera de mai pan, un árbol local. Según la Unesco, que lanzó en 1997 un respetuoso proyecto para integrar a los moken en el desarrollo de la región, un bote de mai pan puede ser durante 20 años no sólo el medio de transporte de un moken, sino también "su casa, su instrumento de pesca, su paridero y, en ocasiones, un lugar para morir".
Según Narumon Hinshiranan, un antropólogo de la Universidad de Chulalongkorn, en Bangkok, los moken utilizan unas 80 especies de plantas como alimento, otras 28 con fines medicinales, otras 53 para acondicionar sus alojamientos y otras 42 para usos varios, incluido en trabajo de taller. No son ajenos al arte: fabrican una especie de violín de bambú. Tampoco son insensibles al progreso, y ya se han entregado con entusiasmo a los aperitivos de bolsa, la leche condensada y el paracetamol.
Cuando descubrió la asombrosa agudeza visual submarina de los moken, Anna Gislén se planteó la posibilidad de que esa habilidad fuera una adaptación darwiniana. Tantos años viviendo del mar podrían haber ido seleccionando a los moken que, por variaciones genéticas aleatorias, contraían sus pupilas al sumergirse. Muchas generaciones después, todos los moken llevarían los genes de la agudeza visual. Gislén no ha publicado todavía sus nuevos resultados, pero el miércoles explicó a EL PAÍS:
"Sí, he estado haciendo unos experimentos para aclarar si la agudeza visual de los moken es innata o aprendida. El resultado, todavía preliminar, es que los niños suecos, si reciben entrenamiento, consiguen ver debajo del agua tan bien como los niños moken". La conclusión es que no hay tal adaptación darwiniana. Simplemente, los moken aprenden a contraer las pupilas debajo del agua, y los niños europeos pueden aprenderlo también si se entrenan. "Puede parecer un anticlímax", prosigue Gislén, "pero yo también encuentro fascinante que el ojo humano sea tan adaptable en cualquier niño". Lo es. Darwin puede esperar.
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