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VISTO / OÍDO
Columna
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Baco en el Congreso

No sé por qué el alcoholímetro se aplica a los conductores y no a los diputados: una pareja de la Guardia Civil en cada entrada al hemiciclo. Se lo dije cariñosamente al nuevo director de Tráfico, que además es humanista y espeluznado porque ocupa la dirección general con más muertos (mucho más que las de la Policía y la Guardia Civil); no quise contradecirle sino porque no sé por qué se aplica esta sospecha a un solo riesgo. Diputados, sanitarios, periodistas, aviadores, novelistas, guardias, predicadores de todas las religiones. ¡Peatones! Bebo de cuando en cuando, por obligación del ambiente, más que mía, pero hace ya tiempo que dejé de conducir: por enojo. Basta con observar los gestos de indignación, sufrimiento o histeria de los conductores en la ciudad para no querer parecer uno de ellos. La bebida no me inspiró: tendí moralmente hacia ella, como hacia el sexo, en las visitas infantiles al Prado: los rostros de placer, las carcajaditas, las sonrisas de Los borrachos de Velázquez me llamaban hacia ellos. Y las gordezuelas señoritas oferentes, cuyos desnudos no se podían ver entonces en ningún otro sitio, también me llaman. ¡Qué gran fuente de educación real son los museos para los jovencitos y las jovencitas españoles!

Si entre los conductores hay tantos alcohólicos hasta producir hecatombes, como la que se está desarrollando en este momento -una media de quince muertos diarios-, se supone que son todos los españoles los que beben demasiado: no va a elegir Baco solamente a los automovilistas. Se supone que el carné por puntos, que copiamos de otros países, puede ir retirando de la circulación a los ineptos, ¿por qué no se hace con todos los títulos? Tres veces hice la carrera de automovilista: en París, en Madrid, en Tánger: códigos distintos, situaciones distintas, material diferente. La de periodista, una sola vez. ¿Por qué mi sapiencia de automovilista pasa por revisiones periódicas, y por puntos, y no viene alguien a mi casa todos los días a hacerme soplar, a medir mi salud, a un examen psicotécnico, antes de sentarme al teclado? ¿Puede estar dopado? No lo digo por mí, que sé muy bien que no soy peligroso. ¿Y los otros? ¿Y Acebes, no tomó algo para estar diez horas declarando ante la comisión del Congreso? Me dicen que sólo fue una vez al retrete. ¡Vejiga de gran líder! ¡Próstata preclara! Pero su discurso ¿no debía estar sometido a alcoholímetros, análisis de la (escasa) orina, detectores de mentiras?

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