Rebajas esclavistas
Donde hay educación, no hay distinción de clases. Este sencillo pero impactante aforismo de Confucio podría aplicarse, a la inversa, para definir a gran parte de la sociedad consumista actual, una amalgama de compradores impulsivos cuyo único objetivo es encontrar el producto deseado, sin importarles lo más mínimo la persona que se lo ofrece o el estado en el que se encuentran el artículo en cuestión. Desde el punto de vista, quizá partidista, del sufrido dependiente que convive con las rebajas y con el avasallamiento de gente impetuosa que con estas ofertas cohabita, no cabe otro desahogo que utilizar el silencioso grito de las palabras escritas para eliminar esa tensión acumulada fruto de la mala educación diaria de la mayoría de los clientes, una especie de aves de rapiña hambrientas de chollos cuyos desorbitados ojos no ven más allá de los precios rojos con que cada temporada son engatusados. Prendas abandonadas con desprecio en el suelo y los probadores de las tiendas, exigencias casi imperativas a los dependientes, prisas nerviosas e incorregibles caprichos como entrar tranquilamente a "echar un vistazo" a dos minutos del cierre del comercio, son situaciones que se repiten cada día, con las que hemos de trabajar sin variar un ápice la silueta de nuestra mejor sonrisa, pero que acaban minando por dentro a cualquier persona sensata que se precie. Estos hechos, tan asimilados por los compradores obsesivos, no son más que la ratificación del nuevo esclavismo del siglo XXI, donde las propias empresas ponen a sus empleados a total disposición de unos clientes que no dudan en aprovechar el ofrecimiento para sacar su instinto más voraz y confirmar lo dicho al principio: donde no hay educación existe distinción de clases.
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