Pirlo, por aclamación
Trapattoni, sin Totti y presionado por la afición, dio cancha ante Suecia al talentoso medio centro
Andrea Pirlo fue un niño prodigio del calcio. No muchos futbolistas debutan en Primera a los 16 años, ni tienen el privilegio de dirigir una selección vencedora de una Eurocopa sub-21 (2000). Y muy pocos, con 25 años, asumen la responsabilidad de organizar sobre el césped un equipo tan grávido y poderoso como el Milan. Pirlo, sin embargo, es menudo, tímido y silencioso, rehúye micrófonos y cámaras y prefiere esconderse tras otros compañeros más célebres. Hasta ahora. Toda Italia, ya desde antes del caso Totti, ha clamado para que Trapattoni incluyera a Pirlo en el once titular.
Cuando debutó en el Brescia, el equipo de su ciudad natal, fue saludado como el nuevo Roberto Baggio. Llevaba su mismo número, el 10, tenía el mismo talento para intuir las jugadas unos segundos antes que los rivales, la misma dulzura en los pies, y la misma complexión endeble. En el caso de Pirlo, lo del físico parecía especialmente grave: ¿qué podía hacer en el fútbol contemporáneo un muchacho que pesa poco más de 60 kilos y que mide 1,77 metros?
Los problemas fundamentales, en cualquier caso, eran la posición natural de Pirlo, la de mediapunta, y el exceso de talento, que le condenaba a penar bajo la definición de fantasista, de muy mal encaje en el calcio. En el Brescia jugó cuatro temporadas brillantes, y tras el éxito con la selección sub-21 el Inter se encaprichó de él. Es difícil triunfar en una institución tan neurasténica como el Inter, y más difícil todavía si se es un chico joven, callado y canijo, con tendencia a imponer el ritmo de juego. Tuvo pocos minutos, fue cedido a la Reggina, regresó al Brescia y en 2001 alguien en el Milan pensó que aquel chaval tan raro podía ser útil.
Carlo Ancelotti, el técnico milanista, ganó en 2003 la Copa de Europa. Pero su auténtico galón como sabio del fútbol lo obtuvo con Pirlo: le envió al gimnasio para que ganara músculo (ahora pesa 70 kilos) y diseñó para él una preparación específica centrada en los recursos defensivos, con el objetivo de convertirle en medio centro y director de uno de los mejores equipos del mundo. La idea tuvo un resultado estrepitoso. Pirlo ha sido este año el metrónomo del Milan, el mecanismo de precisión que elige el cómo, el cuándo y el dónde, para que Kaká o Shevchenko exploten a placer su talento goleador.
Es casi innecesario apuntar que a Giovanni Trapattoni, obsesionado con la defensa y la cobertura, no le gusta Pirlo. Le convocó en 2002, después de la catástrofe italiana en el Mundial de Japón y Corea, pero luego le mantuvo un año en el dique seco. A Trapattoni le gustan los Zanetti, los Perrotta y los Camoranesi, rompebalones trotadores concentrados en destruir el juego contrario. Para el Trap, un mediocentro creativo constituye un riesgo. Incluso Arrigo Sacchi era pirloescéptico antes de la Eurocopa: "Pirlo sería más apropiado para una selección como Francia, no le veo en el equipo italiano", dijo unos meses atrás.
La baja forzosa de Totti y la presión popular han cambiado las cosas. Incluso la afición romanista, generalmente contraria a todo lo que provenga del Milan, inundó los chats electrónicos con mensajes a favor de Pirlo tras el decepcionante estreno frente a Dinamarca. La Gazzetta dello Sport, la biblia de la información deportiva italiana, resumió el asunto el pasado miércoles con una exigencia a toda portada: "Un partido para Pirlo". "Me gusta que en Italia se hable tanto de mí, significa que soy apreciado", comentó el lacónico centrocampista. La presión de otros internacionales, como Gattuso y Nesta, acabó de decantar la balanza. Pirlo, con el 21 a la espalda, el número que hizo célebre Zidane en la Juventus, saltó por fin al campo.
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