Juan Diego, por la Puerta del Toro
Cuesta trabajo hablar de una corrida de toros cuando los cuatro animales fueron una sola vez al caballo, concretándose la del segundo en un picotazo que no le partió un pelo, pero así está el panorama. Por supuesto que la emoción brilló por su ausencia. A lo mejor es que gusta así. Aunque no me lo creo del todo porque ayer, a pesar del calorazo, la tarde discurrió por cauces de frialdad que ni siquiera el caballero, con sus giros en la cara, sus templados cuarteos y la deslumbrante exhibición de su exquisita cuadra de caballos acertó a encandilar.
No volvió loco a nadie Javier Conde. Se paseó mucho, se contoneó otro poco, movió la pierna de entrada hacia atrás en vez de adelantar la de salida, muleteó todo lo despegado que le pareció prudente y miró al tendido porque quizá alguien le dijo que menos superficialidad y más toreo. Su primero, puro almíbar, fue y vino como si fuera la tora, y ante su segundo anduvo a la deriva enganchado y desarmado al final.
Los Espartales, Charro/ Hermoso, Conde, Diego.
Toros de Los Espartales, para rejones, manejables. Toros de Carlos Charro, en lidia ordinaria, anovillados de presencia, faltos de poder y carentes de emoción. Hermoso de Mendoza: saludos y silencio. Javier Conde: oreja y pitos. Juan Deigo: saludos y dos orejas. Plaza La Glorieta. Media entrada. Salamanca, 11 de junio.
Juan Diego lo intentó en su primero, que acabó acobardado y cuajó en el último una buena actuación preludiada con cadencia en el capote y rematada con un trasteo ligado y con sabor, que volvió a poner de manifiesto sus buenas maneras. Seguramente, las dos orejas fueron premio excesivo, pero considerando que la otorgada a Conde también lo fue, había que dejar constancia de la diferencia.
Babelia
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