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Reportaje:BODA REAL | La celebración en la calle

El sol llegó tarde a la fiesta de la calle

Los constantes chaparrones ensombrecieron el paseo de la pareja por las avenidas de Madrid, aunque al final del trayecto apareció el sol y los novios saludaron desde el balcón del palacio a quienes se acercaron a vitorearles

Llovió y llovió... En todas sus variantes, sirimiri, chaparrón, tromba, tormentón, algún granicillo. Parecía que el agua iba a arruinar la fiesta cuando a primeras horas de la ceremonia, hacia las 11.00, se podían ver más policías que civiles en la Gran Vía, e incluso en la Plaza de Oriente, donde se formó un fresco de barro y paraguas digno del pintor Solana. Menos mal que el sol salió para el beso en el balcón de Palacio y que las nubes respetaron a los príncipes ya casados en las puertas de la basílica de Atocha, los dos lugares donde más ciudadanos se congregaron.

Debajo de los paraguas se escondían curiosos de todas las nacionalidades, inmigrantes y turistas, mucha madre de provincias con hijos estudiando en la capital, familias con cochecito de niño, que utilizaban también de cubrecabezas los abanicos plateados, rosas y amarillos que en buena hora distribuyó el Ayuntamiento.

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Don Felipe y doña Letizia salieron de la Almudena en su Rolls- Royce, modelo Phantom, a las 12.40. Tomaron la plaza de España, donde la gente iba anunciando la llegada del coche desde las ventanas a grito pelao. Allí les recibieron unos zancudos gordos inspirados en cuadros de Fernando Botero, como detalle de la Embajada de Colombia para los recién casados y una pandilla de chicas de Alcorcón disfrazadas de novia: "Estamos aquí por si Letizia se arrepiente en el último momento".

La mayoría de los que acudieron a esa zona, que contaba con pantalla gigante en mitad de la plaza, fueron madrugadores y ya desde las 9.00 saludaron el paso de los autobuses con invitados, como unos niños marroquíes, que se acercaron por si veían a su Rey, o como Alicia Mahmud, mitad palestina, mitad granadina, y Francisco, su novio, que llegados de Barcelona echaron allí la mañana bajo el paraguas: "Nos merece la pena, para verlo en la tele, ya tendremos tiempo", comentaban.

A la Gran Vía se acercó menos gente. Los policías nacionales con capucha, uno cada metro, llegados de todas partes de España, destacaban más que nadie, porque la gente esperó a los novios escondida en los bares. Cuando la pareja pasó -bastante rápido, en plan Bienvenido Mr Marshall, para resignación de los curiosos- muchos gritaban "¡Bravo!" o "¡Vivan los novios!" en las dos filas -no más- que se llegaron a montar en los alrededores de la calle.

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La gran avenida madrileña, que aumentó ayer su leyenda de cruce de caminos y calle mestiza, albergaba bajo una marquesina a la altura del Círculo de Bellas Artes una auténtica embajada americana. Allí estaba desde las 9.15 Yovi del Villar, chilena de 62 años, armada con trípode, equipo audiovisual y sillita de todo a cien con una peruana, una estadounidense, tres mexicanos, un cubano y una ecuatoriana, que vieron muy bien el matrimonio "de la monarquía con la clase plebeya". Criticaban los gastos, exaltaban los valores asturianos, se quejaban de las medidas de seguridad, comentaron lo apresurado del noviazgo y se mostraron muy curiosos con la parafernalia: "La monarquía es algo simbólico y me sorprende cómo se adapta a los tiempos y acepta a personas de otro linaje, aunque pueda acabar en decadencia", decía Neli, mexicana, muy pendiente da la pantalla gigante de Cibeles.

Cuando el coche dobló la fuente encontró poca gente por el paseo del Prado. Algunos se agolpaban en Neptuno, entre los hoteles Palace y Ritz, donde se alojan parte de los invitados. Los hubo madrugadores y trasnochadores, como Amado Rubio, que se apostaba en una parada de autobús desde la 1.30, recién llegado de Paterna (Valencia): "Busco un buen ángulo porque hace cien años que no vemos una boda real", decía, sin bostezar. O los padres de Gabriel, 20 años y guardia real, que se acercaron desde Canarias para ver desfilar a su hijo en el cortejo. "Para nosotros es una emoción doble".

En la otra acera, frente a la glorieta de Carlos V, un grupo de senegaleses hacía caja con paraguas con tela escocesa a tres euros, aunque no totalmente impermeables, mientras nadie reparaba en los voluntarios que repartían abanicos gratis. Los bares hicieron el agosto en mayo entre el público y algunos policías que necesitaban café en vena para ahuyentar el madrugón. También, por los alrededores paseaban algunos de los 1.000 premiados por La voz de Asturias, que había organizado un concurso entre sus lectores para trasladarse a la boda. Junto a la basílica de Atocha estaba Patricia Merino, ecuatoriana, con una tele portátil, que informaba a la policía del paso de la comitiva, o Ricardo Rodríguez Carmona, "emprendedor" de 29 años, que vendía cajas de galletas con motivos de la boda.

Cuando los príncipes de Asturias aparecieron por la zona ya empezaba a escampar. De hecho, emprendieron el regreso sin lluvia hasta el Palacio Real. De allí se había esfumado Gloria, la Viruela, octogenaria de Cebreros, "el pueblo de Suárez", que se salió de los alrededores después de que la registraran. "Ya les he dicho que no iban a encontrar más que el camisón y el teléfono", advirtió a los policías.

La frase favorita de los que se agolpaban frente al balcón era: "¡Bajad los paraguas!". No en vano, entre las 11.00 y las 12.00 habían caído en esa área de la ciudad 5,5 litros por metro cuadrado, según la estación de medición del Ayuntamiento. Pero a las 14.00 no sólo escampó, sino que salió el sol, cosa que celebraban Laura e Inés, estudiantes argentinas, que antes acababan de comentar: "¡Con lo bien que estábamos en la cama, tomando mate!".

A su lado, Franziska y Mirja, alemanas, con Tjasa, eslovena, que retransmitía por móvil lo que allí vivió y que estudia publicidad en la Complutense, al ver que dos invitados se bajaban de un Seat preguntaban: "¿Es obligatorio para las personas importantes en España viajar en Seat para promocionar su marca?". "No", les respondía María, de Elda (Alicante), "donde han hecho el pastel y los zapatos de la Reina y las infantas", relató, hinchada por el orgullo.

Entre todas se debatió el aspecto de Letizia, a quien encontraron "muy guapa, pero muy delgada", antes de que a las 14.30 apareciera en el balcón junto a su marido. "¡Vivan los novios!", "¡Que se besen, que se besen!". El beso llegó, casto, pero llegó, con abrazo incluído. Los arrumacos provocaron más aplausos. Luego salieron los Reyes, las familias al completo pero la gente se quedó con ganas de más y volvieron a pedir otro achuchón. "¡Otro! ¡Otro!", gritaban. Volvieron a salir y y en poco más de un minuto cumplieron. Después todos se disolvieron más que contentos a ver si, con algo de suerte, podían secarse al sol.

Información elaborada por Vera Gutiérrez Calvo, Carmen Morán, María José Díaz de Tuesta, Patricia Ortega Dolz, Elsa Granda, Manuel Cuéllar, Pablo X. de Sandoval y Jesús Ruiz Mantilla.

Varios motoristas de la Guardia Real escoltan a los recién casados en su recorrido por la Gran Vía, una de las zonas más concurridas de su trayecto.
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Aspecto festivo de una de las calles por las que discurrió el trayecto de la pareja.
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Los príncipes de Asturias saludan al público desde el Rolls-Royce en el que recorrieron las calles de Madrid.
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"Vaya pamela"

Paseo Camoens, 8.45 de la mañana. Salen los autobuses con los invitados hacia la Almudena. Una señora informaba por el móvil: "Vaya pamela, esa debe de ser Carla Royo Villanova. Los estoy viendo a todos en primera fila, estamos cuatro gatos". Y añadía: "¿Que cómo van? Pues hay de todo, las señoras mayores las que mejor, porque los jóvenes se podían haber atrevido un poco más".

Uno a uno se fueron llevando su comentario. Miguel Bosé: "Qué elegante, el que más, y qué andares", decía Carmen. "Pero está un poco pálido", apuntaba Conchita. José Mercé, "el flamenco", que no paraba de fumar. "Yo he saludado a Ágatha Ruiz de la Prada y le he dicho guapa, porque llevaba una cara como de pensar 'lo que me espera", opinaba una vecina de la zona, que aprovechó para sacar a pasear al perro. "Qué delgada está", comentaban de Esther Koplowitz; "claro, como está forrada de dinero, se cuida". Cuando apareció la madre de Jaime de Marichalar, el público femenino coincidió, "es que es muy fina".

En las puertas del hotel Ritz, el panorama se repetía. "Estamos esperando al de Japón, cielo, el que su mujer tiene depresión". Así que cuando por fin salió Naruhito fue uno de los más ovacionados, junto con Mette-Marit y Nelson Mandela. "¿Sabes a quién quiero ver yo? A Carolina de Mónaco". Su sueño se cumplió, pero a medias. "¿Dónde se ha quedado su marido"? Misterio.

Frente al Palace, Ana del Moral y Aurelia Viana, dos amigas de Santander, esperaron hasta las 10.20 para ver a la reina Noor de Jordania. "Los conocemos a todos por el Hola! y los programas del corazón. ¡No ve que somos pensionistas!".

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