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Crítica:CRÍTICA | Teatro
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Como la tele misma

Antes o después, La Cubana tenía que ajustar sus cuentas con un material de esta clase. Después de fingirse verduleras en un mercado imaginario o peluqueras en un espacio propicio a las confidencias de bigudíes, vuelven a la carga con una sangrienta y divertida sátira, real como la televisión misma, sobre esos espacios mañaneros o de prime time donde el comercio con las miserias de la vida de a diario convierte en famosos por la cara a quienes se prestan al juego de exponer ante millones de atolondrados espectadores el disparate de sus intimidades. Una carga, hay que señalarlo como marca de la casa, donde el espacio que se imita coincide casi exactamente con su representación. No en vano dijo Vázquez Montalbán que algunos personajes públicos contaban entre sus desdichas la de parecerse a alguno de los de La Cubana.

Mamá, quiero ser famoso

De Jordi Milán, por La Cubana. Intérpretes, Jaume Baucis, Xavi Tena, Meritxell Huertas, Ota Vallés, Toni Torres, Meritxell Duró, María Garrido, David Pintó, Annabel Totusaus, Santi Güell. Iluminación, Oriol Puig, La Cubana. Vestuario, Cristina López. Escenografía, Castells Planas de Cardedeu, La Cubana. Música y letras, Joan Vives. Sonido, Marc Sardà. Coreografía, Leo Quintana. Audiovisuales, Antonio de Molins, Andrés Hispano. Dirección, Jordi Milán. Teatro Principal. Valencia.

La cosa empieza ya en el vestíbulo, cuando se ofrece a los espectadores una especie de contrato basura y se les prende en el pecho una pegatina con un número identificativo. En las dos horas siguientes, el guión de Jordi Milán es perfecto, porque no pierde ripio del desparpajo (sin atajos de respeto ni misericordia alguna) que preside esos programas, tanto en los conductores como en los invitados, sin olvidar a los espectadores, que aquí son parte del público del patio de butacas. Las emociones son intercambiables, todo depende de la ilusión de las situaciones, y aquí La Cubana reconstruye un set televisivo donde destaca, en la escenografía, esa curiosa mezcla televisiva entre la supuesta asepsia neutral de los espacios y la distribución de la miseria comunicativa, incluyendo la parodia implícita de los decorados de la tele y su contraposición con el juego pactado que en ellos se desarrolla.

Una escenografía de mucho juego, sobre la que La Cubana imita una cierta realidad de feria catódica para humillarla, con autocitas y otras extensiones, aunque en algunos pasajes juegue a propósito con esa ambigüedad de la imitación que podría pasar por homenaje. No es el caso, porque aquí todo está a punto de sangrar en un sarcasmo feroz en todos sus detalles.

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