Pobre Leviatán
Nos gobiernan los tópicos.
Ya ha descansado o descanse en paz, se dice del difunto. Mero formulismo, de acuerdo, pero no deja de ser una reminiscencia teológico-tribal.
Siendo niño se murió un vecino y tuve que hacer cola en el desfile del pésame. Guarecido en la falda de mi madre, al llegarme el turno, balbuceé, cuasi inaudible: "Que no sea nada". Observé que la viuda reprimía un acceso de risa. Más tarde sufrí la rechifla de padres y hermanos. "Me refería a la viuda", se me ocurrió decir. El difunto no descansa, sencillamente, deja de ser. Por otra parte, acompañar a alguien en el sentimiento es una temeridad, pues ocurre a menudo que el difunto sólo deja euforia. Claro que tampoco se le debe decir a la viuda (o). "Mi sentimiento es un reflejo de lo que usted sienta". Éste y otros formulismos, a más de cursis, son una sibilina intromisión en la intimidad de un prójimo.
¿Por qué me ha tocado a mí? suele repetir el señalado por la muerte. Puede que sea hipertenso, diabético, tragón, fumador y bebedor todo en una. La verdad es que si algo debería maravillarnos es que tantos estemos vivos tanto tiempo siendo así que el organismo humano contiene tantas piezas y tantos millones de células, cada una de las cuales lleva en sí la posibilidad de torcer la ruta y fastidiar letalmente el conjunto.
En otro orden de cosas, el tópico se hace carne y filosofía política y social. ¿Qué alma de batán, por poco democrática que sea, rechazará la bondad de la proximidad del gobierno al ciudadano? Portentoso logro, si bien, mirado con lupa, que no tiene por qué ser la del Hubble, no deja de mostrar sus ires y venires, sus pros y sus contras, sus caricias y sus a veces sanguinolentos desdenes. Cuando hablo de esto, me viene siempre a las mientes el recuerdo de un amigo, maestro en un pueblo durante la década posterior a la dictadura de Franco. Entre las fuerzas vivas de la villa circuló la voz de que este hombre era un rojo (no pasaba de liberaloide) y quisieron destituirle, pero todo quedó en intentona. El régimen conservaba una apariencia de legalidad, y para llegar a Madrid había que construir una acusación y dar muchos pasos. O sea que a este individuo le salvó la lejanía del poder decisorio. De haber estado todo el asunto en manos del alcalde y del cura, malas hubieran pintado. La proximidad del poder, sin un ojo lejano vigilante, es la situación idónea para el chanchullo y el compadreo, para el enchufe y el chollo, el amiguismo, el enjuague y el abuso y la arbitrariedad. Naturalmente, es cuestión de grado, pero creo que la corruptela, antesala de la corrupción, florece tanto más cuanto más cercano el poder. Cuando hice la mili se decía que para lo bueno y para lo malo, era mejor tu sargento que tu general. Eso es relativamente válido en todas o casi todas esferas de la vida social. Confieso, sin el menor pudor ni arrepentimiento, que en las universidades (estadounidenses) nunca busqué la amistad del decano de turno (a quien apenas veía) sino la del jefe del departamento. Por el jefe al decano, camino seguro; a la inversa podría ser incluso contraproducente. Y si es cierto que el poder próximo conoce mejor los problemas de sus semisúbditos, no lo es menos que ésa es arma de doble y aun triple filo y de desigual (potencialmente) reparto. Con lo que no quiero decir, y pongo en esto el acento, que el poder remoto sea preferible al próximo, sino únicamente, que la cuestión no está tan clara como para inclinarse decididamente del lado del tópico.
Es el caso del Leviatán, el tópico más injustamente esgrimido y esparcido entre la gente culta. Leviatán es un monstruo sanguinario y aplastante, es el poder totalitario en el que confluyen todos los matices del totalitarismo. El mal sueño de un Dios siniestro, el mal químicamente puro. Veo citada esta noción con cierta frecuencia y firman ilustres profesores y, por supuesto, la clase política en masa. Leviatán es el poder remoto, implacable y malvado. Cierto, leerse entero el libro de Hobbes, y hacerlo atentamente, no es hazaña al alcance de un Sansón Carrasco, huero, chirle y ebene como la madre que le gestó; pero entonces, dejen de insultar a uno de los mayores genios que haya producido el pensamiento político; y no añado occidental por superfluo.
Thomas Hobbes tuvo dos obsesiones, la seguridad y, casi enfermizamente, la paz. Ambas pasiones le movieron a escribir la más de importante de sus obras, el Leviatán. El Leviatán es, por supuesto, un poder indivisible, porque "poder dividido, poder destruido". Pero es también un poder unitario, que no se origina en el soberano, sino en la ciudadanía; una ciudadanía previamente solitaria y que ha decidido terminar con la inseguridad y la guerra, valiéndose para ello de un contrato social. O sea, el acuerdo es entre ciudadanos, quienes delegan la vigilancia y cumplimiento del mismo en alguien que participa de la misma voluntad. Y cuando no lo hiciere, se le puede deponer. Leviatán es así próximo y remoto a la vez. Omnipotente pero removible, pues su autoridad es delegada. Y siendo su poder producto del ansia de paz y seguridad, todo obstáculo a estos fines debe ser eliminado. ¿Cuáles son esos obstáculos sino los poderes intermedios que dividen un poder que debe ser indivisible o, en lenguaje llano, fabricante de líos? La respuesta es obvia: religión, gremio, familia, etc. Suprimidas estas instituciones intermedias, ¿qué nos queda? El individuo, un individuo cuyo sistema de valores fundamentales coincide con el del soberano, como ya se ha dicho. Por lo demás será un sujeto autónomo, con plena independencia de ataduras que le impidan perseguir sus fines personales. O sea, que lejos de oprimir al individuo, el Estado (Leviatán) está para protegerle, para liberarle de la multitud de lazos heredados de la Edad Media.
Naturalmente, lo anterior es solo un esbozo, una exposición rudimentaria del Leviatán; una obra, sin embargo, que fue la piedra fundamental de la Ilustración. Golpe terrible a la Edad Media, a una sociedad basada en la cercanía del poder. Todavía útil para meditar sobre la distancia entre el poder y el individuo. Pero de monstruo opresivo y sangriento, nada. Un tópico aberrante. Y eso causa irritación. Tanta cultura se solapa.
Manuel Lloris es doctor en Filosofía y Letras.
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