SAÚL VALDÉS RUIZ / 44 años sin vacaciones...
Saúl Valdés, albañil hondureño, tenía 44 años, y Laura, su segunda esposa, era el amor de su vida. Es lo que dicen sus primos Lesly y José. Saúl no tomaba el tren habitualmente, pero justo el día anterior al 11-M tuvo que llevar el coche al taller porque le habían forzado las cerraduras. Y Saúl tomó el mismo convoy que Laura. Se querían mucho y murieron juntos.
Saúl era alto y fibroso. Tenía los dientes muy blancos. Se le veían mucho porque sonreía mucho. Pero nunca supo lo que eran unas vacaciones, ni aquí ni en Honduras. Vino a España hace 13 años. Había conseguido ser autónomo y sus jornadas eran de más de 12 horas: instalaba el gas, enyesaba, levantaba paredes, ponía pavimentos...
Trabajaba domingos y festivos y sólo paraba para comer los platos que le cocinaba Laura. Lo hacía en el piso de Vallecas que había ayudado a construir con sus propias manos. En el pequeño salón comedor oscuro, lleno de humedades, con su televisor en color, hay una pléyade de figuritas de cerámica y vidrio y el título enmarcado que acredita que su hijo Saúl, de 12 años, sabe lo que es la seguridad vial. Porque en el piso de Vallecas vivían tres Saúles: el padre y dos hijos llamados como él. Saúl, de 21 años, nacido en su primer matrimonio, y Saúl, el chico. Y también las otras dos hijas que Saúl tuvo con Laura.
A Saúl padre, que había aprendido el oficio con su tío, le gustaba bailar bachata. Y el agua. Darse chapuzones en la piscina municipal con sus hijos. No había más vacaciones. Quedaba mucha hipoteca por delante y había que mandar dinero a Honduras para el resto de la prole. En San Pedro Sula, su ciudad natal, quedaban cuatro hijos más. Y dos nietos que no llegó a conocer. Tenía planeado el gran viaje. En junio sabría cómo eran los hijos de sus hijos.-
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