LUCIO BLANCO MALLADA
Según el diccionario de la Real Academia de la Lengua, el horror es un sentimiento intenso por algo terrible o espantoso. El terror en cambio es un miedo muy intenso. El terror no admite formas reflexivas. No se dice "yo me aterro" o "yo me aterrorizo", sino "tal cosa me aterra". El verbo horrorizar no solo admite las formas reflexivas sino que éstas son las más frecuentes. O se horroriza uno, o si es otro el horrorizador es necesario que el "input" se complete en el procesamiento y en el "output" del horrorizado. El terror viene siempre de fuera, el horror nace en uno mismo, se genera dentro de uno como consecuencia de algo terrible.
El horror queda definido en el diccionario como un movimiento del alma causado por una cosa terrible y espantosa. En su origen significó ponérsele a uno los pelos de punta, erizarse. Lo horrendo es algo por lo que deberían ponérsele a uno los pelos de punta. Es la respuesta del individuo a un estímulo externo.
El terrorista cree en las virtudes del terror y, en consecuencia, lo practica. Es el que crea el estímulo externo. Busca asustar, aterrorizar, intimidar, dominar mediante el miedo. Y en su escalada de locura ha ido dando pasos hacia el horror. Genocidios como el atentado de la Torres Gemelas o el de las tres estaciones de ferrocarril del pasado 11 de marzo cuentan con la penetración del sufrimiento en el alma individual y colectiva. Cuentan con el horror.
Esta vez la sociedad no ha tenido la percepción del terror, del miedo. Lo que hemos sentido es un escalofrío ante la incomprensible degeneración de la especie humana. Si lo que querían era darnos miedo han fracasado. El grito de "cuanto más maten más se nos oirá", repetido en las concentraciones de toda España lo deja claro.
El Rey D. Juan Carlos se puso ante las cámaras de TV por primera vez desde el 23 F fuera de sus tradicionales alocuciones navideñas. Es el correlato. El deseo de paz de esas fechas se corresponde con la turbación de la paz social de la acción genocida. La familia real participó por primera vez en una manifestación. Acudieron a ella el Príncipe de Asturias y las dos Infantas.
A la magnitud de los atentados se corresponde la magnitud del lugar dispuesto para acoger los cadáveres, y también la magnitud de la respuesta ciudadana: las colas de donantes de sangre, las cifras de los participantes en las concentraciones, las mayores de la historia, 11.000.300 personas en toda España, 2.300.000 en Madrid. Las cifras denotan que al salto cualitativo del terror al horror se le responde con un salto cualitativo en la conciencia colectiva. En León a mediados de la década de los noventa no fueron muchas más de mil personas las que se concentraron como protesta por el asesinato de un comandante del ejército. El viernes doce de marzo fueron 100.000 los que salieron a las calles de la ciudad
El mundo se convirtió en la aldea global que decía M. McLuhan. El presidente de la comisión europea, Romano Prodi, los primeros ministros de Francia, Italia y Portugal se desplazaron a Madrid para representar a sus pueblos en el duelo mundial. Las embajadas de España en todo el mundo se llenaron de flores y de velas en señal de luto. Todos los que tenemos amigos en países extranjeros recibimos llamadas telefónica cuyas primeras palabras eran un ¿cómo estás? que preguntaba no solo por nuestro estado de salud física sino también por el de la salud psíquica, o un ¿cómo estáis? plenamente consciente de que cada uno éramos todos y todos estábamos dentro de los cadáveres, los mutilados y los heridos de cualquier consideración. Si en toda España se gritó "Todos somos madrileños" en el mundo entero se gritó "Todos somos españoles". Si no hubo un solo intento de tratar de marcar diferencias territoriales o políticas respecto a Madrid tampoco lo hubo respecto a España. Especialmente significativo es la cruz blanca que portaban los ciudadanos alemanes. Una cruz blanca que fue en otro tiempo el símbolo de la protesta contra esa absurda frontera que fue el muro de Berlín y que ahora se erigía como un símbolo de la protesta contra esta nueva frontera entre el terror y el horror.
Los cardenales de Madrid y Barcelona acudieron a la manifestación representando a la iglesia católica. Los obispos de las diócesis vascas no lo hicieron, pero sí se manifestó la iglesia en la práctica totalidad del mundo convertido en aldea global.
Los muertos de varias nacionalidades, la nacionalidad española concedida por carta de naturaleza a todas las víctimas y familiares directos son la mejor muestra de abolición de las diferencias étnicas o geográficas en un mundo "harto ya de estar harto de las fronteras" en palabras de Joaquín Sabina.
¿Miedo? No, horror. Horror ante las imágenes de los cadáveres tendidos en el suelo mientras se atendía a los heridos. Horror ante las personas con familiares desaparecidos que en una sala de espera iban siendo llamados por megafonía para ser informados de la muerte de un ser amado. Horror ante quienes tenían que recorrer decenas de cadáveres para identificar el de su hijo o padre o marido o novia. Miedo no. "Sin pistolas no hay " fue uno de los gritos más oídos en las concentraciones. Miedo no, pero sí algo que nuestro rey explicó perfectamente con una sola palabra: repugnancia. Repugnancia, ante lo que el sociólogo Amando de Miguel llamó la tercera guerra mundial, que es la guerra del horror. "No llueve, son las lágrimas de la víctimas" se decía también en las manifestaciones de protesta y de duelo. "El cant dels Balcells" interpretado en Barcelona como final del acto de duelo, era el anhelo de paz del mundo entero y el adiós a las víctimas de Madrid que pasaban a engrosar la lista de los ciudadanos de la "nación de las víctimas del terrorismo"
Enhorabuena a los medios por su comportamiento al evitar el morbo e incluso el espectáculo. Y termino con dos imágenes que sintetizan la lectura en claves de comunicación del genocidio. Veo un amasijo de hierros y entre los hierros retorcidos un montón de cuerpos ensangrentados y mutilados y escucho el sonido de los teléfonos móviles que reciben llamadas de personas que quieren oir la voz de su ser querido, y veo el rostro ensangrentado de Marlon Brando interpretando su personaje de "Apocalypse now", pronunciando estas palabras en el momento de morir: " el horror, el horror, el horror". E imagino que los teléfonos móviles responden a las llamadas con estas mismas palabras: "el horror, el horror, el horror.
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