La segunda noche más feliz
"¿Quién te vio y no te recuerda?". En estos momentos de profundo dolor y de inmensa alegría se me aflora, imperioso, el apóstrofe dirigido por Federico García Lorca, en su Romance de la Guardia Civil Española, a la desprevenida ciudad de los gitanos, reducida por el enemigo secular, en medio de su fiesta de Nochebuena, a un montón de escombros. En la noche del triunfo de Rodríguez Zapatero, la noche de la España plural recuperada, ¿quién, entre los que tenemos edad, no recordaba aquella otra velada de 1982, la velada más hermosa de todas, cuando celebramos en la calle la llegada al poder (odiosa palabra), por abrumadora mayoría, del PSOE? Han pasado desde entonces casi veinticinco años. Se dice fácilmente. La noche que acabamos de vivir remitía de manera indefectible a aquélla, anterior, de Felipe, tan preñada de felicidad y de esperanza. Y para quien esto escribe remitía también a la obra del poeta granadino, en cuyo corazón late la protesta contra la injusticia social, el amor al desvalido y el anhelo de una España libre, tierna y polifacética.
En un reciente encuentro en Madrid con un grupo de cineastas, personalidades del teatro y escritores, Rodríguez Zapatero confesó sentir una admiración profunda por El Quijote, y se comprometió a impulsar el año que viene, de salir airoso de las elecciones, la conmemoración del cuatro centenario de la publicación de la Primera Parte de la genial novela. La iniciativa no podría ser más feliz, entre otras razones porque, como se colige entre líneas en la Segunda Parte del libro, Cervantes estaba radicalmente en contra de la brutal expulsión de los moriscos, representada por Ricote, el vecino de Sancho Panza, que con tanta elocuencia defiende su derecho a sentirse español, y con tanta emoción expresa el desgarro que le provoca su forzoso exilio en Alemania ("doquiera que estamos lloramos por España; que, en fin, nacimos en ella y es nuestra patria natural"). A lo largo de los siglos se ha distorsionado metódicamente la realidad histórica de España. Hay todavía muchos prejuicios. Aznar no desperdició ocasión para proclamar que lo ocurrido en Granada en 1492 le parecía de perlas, y cabe deducir que tampoco le haya inquietado nunca la brutal política de Felipe III hacia los moriscos entre 1609 y 1613. Para Aznar y los suyos, de hecho, los musulmanes nunca fueron españoles de verdad, sino meros usurpadores de territorios ajenos. En cuanto a los judíos, el rey Juan Carlos pidió perdón, ha tiempo, a los descendientes de los sefarditas echados del país, pero jamás se ha tenido parecido detalle con los de los moriscos, muchos más numerosos. Es urgente que el nuevo Gobierno lo tenga, y que demuestre su sincero compromiso por optimizar nuestras relaciones con Marruecos y el mundo árabe en general, así como su empeño en desarrollar el inmenso potencial que tiene España como puente de entendimiento entre Oriente y Occidente. Con Europa la reconciliación va a ser fácil. Con Marruecos no tanto. Confío en el buen sentido de Zapatero y en el compromiso de Carmen Calvo, la mejor ministra de Cultura posible en estos momentos en que, otra vez, todo parece posible.
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