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Reportaje:

Una escuela de actores para el Siglo de Oro

La actriz Alicia Sánchez forma a jóvenes en la declamación e interpretación de teatro clásico en Alcalá de Henares

Apenas a un latido de distancia de donde estrenaran sus obras Miguel de Cervantes y Pedro Calderón de la Barca cuatro siglos hace, aquellas palabras y versos suyos resuenan con especial frescura hoy, en una antigua nave del centro urbano alcalaíno. Hasta el pasado otoño era un destartalado garaje. Ahora limpio y reluciente, sirve para una función bien distinta: se trata de la única escuela permanente de formación de actores de teatro clásico existente en la villa alcalaína, que alberga el Corral de Comedias más veterano de España, de 1601.

La escuela se llama Teatro del Mundo y forma jóvenes actores para el teatro clásico. Técnica del verso, interpretación, voz, danza y lucha escénica son algunas de las disciplinas que imparte. También organiza cursos monográficos, como el recientemente protagonizado por Josefina García Aráez, "maestra de los principales declamadores", explica Alicia Sánchez Araujo, directora del Teatro del Mundo. El coste de los cursos varía según su duración y especialidad.

Miles de piezas surgidas de las mejores plumas del Siglo de Oro esperan a estos alevines, hoy nacientes a la escena, que acuden a la nave de la calle de Pablo Picasso, 7, para aprender a declamar versos con voz, gesto y corazón, y a comportarse sobre las tablas con la naturalidad que la escena les exige.

El portalón de madera por el que se accede a esta escuela de actores ha sido pintado de azul prusia. Da paso a un gabinete en cuyo fondo, dos ojos de buey abren su lente a la contemplación de una honda estancia; tiene diez tragaluces en su techo y cinco barras metálicas que lo cruzan de lado a lado y de las que penden focos. Abajo, un espejo sobre el frontal y dos cortinas negras configuran un espacio signado ya por esa singularidad, escénica, que lo distingue de cualquier otro ámbito. Diez sillas asientan a otros tantos jóvenes que han acudido a las clases que allí imparte Alicia Sánchez, su directora. Ella cuenta con un palmarés que abarca papeles señeros, en una treintena de filmes de largo metraje- Barrio, Furtivos, El bosque animado-, así como en 24 títulos teatrales destacadamente clásicos, más su participación en una decena de series de televisión, desde Cuéntame a Hospital Central o Turno de oficio. Formada como actriz por profesionales como John Strasberg, Juan Carlos Corazza, Carlos Gandolfo y Antonio Llopis, Alicia Sánchez muestra el empuje de una vocación dramática cuya intensidad quiere transmitir a los alumnos que la contemplan embelesados. La escuchan con la atención que despierta una autoridad como la suya, proveniente de la autoría de enjundiosos papeles sobre decenas de escenarios, desde que en el año de 1970 subiera a las tablas para representar Castañuela 70, la comedia que ridiculizó al franquismo en la transición.

Los jóvenes presentes quieren llegar a ser actores de una pieza. Alicia Sánchez les ha dicho: "Ésta es una profesión de veras, que poco tiene que ver con el triunfo rápido de programas de famoseo", les precisa con sinceridad. "Os espera una senda dura de trabajo y disciplina, de memoria y de esfuerzo, pero con una compensación muy, muy especial", les anuncia. Alicia Sánchez se refiere a ese "momento supremo" en la vida de una actriz o de un actor: "Es el punto en el cual, quien representa, comienza a enviar sus emociones, sus sensaciones y los latidos de su propio corazón al personaje que encarna".

En ese preciso instante surge la sorpresa que gratifica tanta entrega y abnegación como la que la gente de las tablas sobre ellas derrocha: "Es justamente entonces", subraya, "cuando el personaje representado comienza a dialogar íntimamente con quien lo representa y le brinda toda su potencia". Henchidos de esta fuerza generada en el diálogo, el actor y su personaje irradian su intimidad hacia el público que, así estimulado, participa y se incorpora al relato. "El tiempo desaparece; también lo hace el espacio, y entonces, la palabra escrita de un autor que murió hace cinco siglos, revive y resuena con todo el brío con el que fuera concebida". Y ello gracias al verso declamado sabiamente con una técnica, también con un corazón, que Alicia Sánchez presta a sus alumnos hasta que comienza a latir por sí mismo.

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Retos sobre las tablas

Saúl y Magali están arrodillados en el suelo. Representan una escena de La vida es sueño, escrita en 1635 por Pedro Calderón de la Barca. Saúl es Segismundo, y Magali, la princesa Rosaura. Desgranan vivamente versos con la pasión de quienes pugnan por satisfacer una vocación profundamente enraizada. Pelean las palabras, luchan por enunciarlas con fuerza.

"Transmitid al personaje vuestras preguntas", dice Alicia a sus alumnos en su clase de técnica e interpretación del verso clásico.

"Pero no sabemos contestarlas", le responden compungidos.

"No os importe, lo que cuenta es que forméis parte de un todo con vuestro personaje".

Prosiguen su declamación. Un avión cruza el espacio aéreo de Alcalá de Henares. Apenas se les oye.

"¿Qué haríais si en plena función surge un ruido de esa envergadura?", les pregunta Alicia.

"No sabemos", contestan.

"En realidad, es tan insólito ese estruendo que, en la época, se tirarían al suelo", sonríe. "Actuad con naturalidad", les dice.

Con naturalidad prosiguen, pues, su representación. Sus personalidades ya se han confundido con la del príncipe de Polonia y con la de Rosaura. Salen al estrado Astolfo y Estrella.

"¿Qué hago con los brazos? No sé dónde ponerlos", dice ella.

"Es un reto que deberéis sortear", explica Sánchez. "Cuanto más os identifiquéis con los versos y en mayor medida los llenéis de vuestra pasión, más se integrarán los movimientos de vuestro cuerpo con los de vuestros personajes". Una fuerza poderosa se adueña de la nave. La palabra, los versos, entonces, comienzan a decir mucho más de lo que cuentan. Es el teatro.

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