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A un paso de la silla de ruedas

Jonah Lomu, el fenómeno del rugby, se resiste a un urgente trasplante de riñón porque aún quiere jugar

Carlos Arribas

Jonah Lomu llegó al rugby en tromba y se va del deporte de una forma aún más estruendosa. Y triste. A los 28 años.

Jonah Lomu, un coloso de 1,96 metros y 118 kilos en sus momentos de esplendor, un físico de delantero de choque y placaje, revolucionó con su velocidad -corría los 100 metros en 10,8 segundos- y su fuerza el rugby desde su puesto de ala. Nada volvió a ser igual en el deporte del balón oval desde que Jonah Lomu, de 19 años entonces, debutó con los All Black frente a Francia en 1994. Nada será igual para el rugby neozelandés y mundial después de sus últimas confesiones, después de su drama.

A Lomu, nacido en Auckland (Nueva Zelanda) y con ascendencia de los pescadores de los mares del sur, le diagnosticaron en 1995 una enfermedad degenerativa de origen genética conocida como síndrome nefrítico. Sabía desde entonces que su vida acabaría dependiendo de un trasplante de riñón. Y desde entonces ha estado retrasando esa decisión inevitable consciente de que ese paso significaría el fin de su carrera de jugador de rugby.

Su enfermedad se ha agravado ahora de modo acelerado, como él mismo comentó el lunes en la televisión de su país. La agresiva medicación que tomaba desde el primer diagnóstico se reveló insuficiente hace un año. Debió recurrir a la diálisis. "Me someto en mi casa a diálisis seis noches a la semana", explicó; "son ocho horas diarias". La diálisis exagerada le ha permitido retrasar el trasplante, pero ha tenido un efecto secundario perverso: poco a poco, las terminaciones nerviosas de sus pies se han ido apagando y el mal empieza a trepar por la parte inferior de sus piernas. Lomu, que en agosto pasado hizo un esfuerzo desesperado para ser convocado por Nueva Zelanda para el Mundial de Australia, apenas puede andar sin arrastrar los pies. Los especialistas le han advertido de que, si no se somete rápidamente a un trasplante, terminará necesitando una silla de ruedas para moverse. Pero él sigue resistiéndose. Sigue creyendo que puede volver a jugar al rugby. Sigue teniendo fe en que podrá recuperarse sin trasplante. "Desde hace un mes he notado que esto mejora", explicó, "y tengo la impresión de que tiende a estabilizarse. He pasado un verano -el invierno del hemisferio norte- aprendiendo a dominar una nueva máquina de diálisis y a vencer mi enfermedad. Ya me duelen menos los pies y, cotidianamente, levantarme es un nuevo desafío. En mi casa hay muchas escaleras para ascender, pero cada día subo más. Y cada escalón que asciendo es siempre una victoria, un paso adelante hacia el objetivo que quiero alcanzar".

Hace un mes rechazó un riñón que le ofrecía un pariente. Quiere agotar sus oportunidades. "Tuve nueve buenos años de rugby después de recibir el primer aviso, pero aún tengo algunos negocios pendientes", dijo; "haré todo lo posible para volver a jugar. Quiero ser yo quien fije los términos de mi retirada". Y terminó con una frase que le viene al pelo: "La palabra imposible es nada". Una frase que, convenientemente, es también el nuevo eslógan de su patrocinador, Adidas.

Lomu convierte en Murrayfield, en 1999, uno de los 37 ensayos que consiguió en sus 67 partidos internacionales con Nueva Zelanda.
Lomu convierte en Murrayfield, en 1999, uno de los 37 ensayos que consiguió en sus 67 partidos internacionales con Nueva Zelanda.REUTERS

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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