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Crónica:NUESTRA ÉPOCA
Crónica
Texto informativo con interpretación

¿De quién es la culpa?

Timothy Garton Ash

Por fin tenemos la investigación que necesitábamos: una investigación completa e independiente sobre el atentado ocurrido en París en 2009. Como todos sabemos, en aquel horrible atentado, una amplia zona comprendida entre el bulevar de Montparnasse y el río Sena quedó destrozada por una pequeña bomba nuclear, detonada por unas terroristas suicidas vinculadas al Grupo Islámico Armado (GIA), de origen argelino. Aproximadamente 100.000 personas resultaron muertas o heridas. El corazón de una de las ciudades más hermosas del mundo quedó reducido a ruinas humeantes. No olvidaremos jamás la fotografía de la estatua de Balzac esculpida por Rodin, como si observara desde arriba, con un dolor atormentado, los cadáveres semidespedazados pero reconocibles de una joven pareja en el bulevar de Raspail.

Los servicios de información estadounidense y británico siempre habían desconfiado de sus homólogos franceses, pero ésta se vio agudizada a propósito de Irak
Parece ya claro que las hermanas Belhadj, que fueron quienes detonaron la bomba, empezaron a radicalizarse cuando las expulsaron de la escuela por llevar pañuelo
No se puede echar la culpa de la tragedia del 17 de agosto de 2009 exclusivamente a la clase política francesa, con su incapacidad para responder a un problema difícil

La investigación de la Comisión Annan tiene que ser rigurosa, imparcial e internacional. Debe contar con la cooperación total de todos los servicios de información involucrados, sobre todo porque el hecho de que anteriormente fueran incapaces de cooperar parece haber sido una de las razones por las que no se pudo prevenir el atentado. La presidenta de Estados Unidos, Hillary Clinton, y el presidente de Francia, Nicolas Sarkozy, hicieron bien en señalar, en su declaración conjunta, que la historia no nos perdonará si nos dejamos alguna piedra sin examinar.

Por supuesto, habrá que esperar a las conclusiones de la Comisión Annan, pero éste es el momento apropiado para sugerir algunos lugares en los que debería indagar. El ex secretario general de la ONU y sus colegas no deben limitar su búsqueda a los acontecimientos recientes. Si examinamos la situación con más detalle, estoy seguro de que descubriremos que las raíces de la catástrofe de 2009 se encuentran en los errores cometidos entre 2002 y 2004.

Oportunismo político

Para empezar, parece ya claro que las hermanas Belhadj, que fueron quienes detonaron la bomba, empezaron a radicalizarse cuando las expulsaron de la escuela por llevar el pañuelo musulmán, en virtud de la ley instituida bajo la presidencia de Chirac en 2004. Evidentemente, existían razones legítimas para prohibir el pañuelo, junto a otros motivos sospechosos. Éstos últimos estaban relacionados con el oportunismo político tan característico de los últimos tiempos de Chirac, que calculó, acertadamente, que esta ley le iba a servir para recoger votos tanto de la izquierda laica como de la derecha antimusulmana. Las razones legítimas iban unidas a la emancipación de las mujeres, deseada por muchas musulmanas, y al esfuerzo de los profesores por defender un espíritu de libertad en la enseñanza, que estaba sufriendo ataques sigilosos de los grupos de presión islamistas en Francia.

No obstante, visto desde ahora, se puede considerar que la prohibición del pañuelo fue un error desafortunado. La expulsión de las jóvenes con pañuelo de las escuelas provocó grandes manifestaciones. Acabó sirviendo de caldo de cultivo para los grupos islamistas radicales situados en las afueras de París. En un mensaje grabado, las hermanas Belhadj comparaban su acción con la de Wafa Idris, la primera terrorista suicida de Palestina. Era una comparación absurda. La posición de los musulmanes en la sociedad francesa no tenía nada que ver con la de los palestinos antes de que el Gobierno de Clinton (H.) impusiera, por fin, la partición entre Israel y Palestina, dos meses antes del atentado de París. Pero a las hermanas les habían convencido de que era así, durante intensas sesiones de adoctrinamiento en la denominada Ciudad de los 4.000, un miserable barrio en la parisiense de La Courneuve, donde el índice de desempleo era del 30%. En aquellas sesiones de lavado de cerebro les dijeron que los "judíos ateos" del Barrio Latino eran los responsables de su desgracia.

Sin embargo, no se puede echar la culpa de la tragedia del 17 de agosto de 2009 exclusivamente a la clase política de Francia, con su incapacidad para responder de forma apropiada a un problema difícil que acuciaba a todas las sociedades europeas. La otra cara de la moneda es la relacionada con los fallos en los servicios de espionaje y el uso político de sus informaciones. El grupo de la Ciudad de los 4.000 ya estaba familiarizado con la práctica del terror gracias a sus conexiones en Argelia, pero la clave de su "éxito" residía en la posibilidad de obtener un arma de destrucción masiva portátil y de pequeño tamaño.

La Comisión Annan tendrá que investigar cómo la consiguieron. Parece que las piezas más importantes del rompecabezas estaban ya en manos de tres organismos: un grupo especial dirigido por el Pentágono, el MI6 británico y los servicios de información exterior de Francia. Lo malo es que no unieron esas piezas, y los políticos tampoco actuaron en función de lo que se les había notificado. ¿Por qué? Una vez más debemos remontarnos a los años 2002-2004 en busca de respuestas.

Los servicios de información estadounidense y británico siempre habían desconfiado de sus homólogos franceses -"tienen más filtraciones que un colador", dijo un experto británico-, pero esa desconfianza se vio agudizada por la polémica a propósito de Irak. Según una nota que se filtró, en una reunión interna, el responsable neoconservador de la "Oficina de Planes Especiales" del Pentágono afirmó que dicho organismo compartiría informaciones sobre armas de destrucción masiva con "esos monos cobardes y amantes del queso 'por encima de mi cadáver". Británicos y estadounidenses seguían colaborando estrechamente, pero la credibilidad del espionaje británico había resultado dañada por todos los indicios que había transmitido sobre las armas de destrucción masiva de Sadam, que se consideraban poco fiables.

Una dolorosa experiencia

La Casa Blanca no había olvidado la dolorosa experiencia de 2003, cuando Bush declaró en su discurso sobre el estado de la Unión: "El Gobierno británico ha descubierto que Sadam buscó hace poco cantidades significativas de uranio en África". Más tarde, fuentes estadounidenses llegaron a la conclusión de que esas informaciones procedían de documentos falsificados. Como consecuencia, aunque el MI6 recibió, a principios de 2009, un soplo sobre el dispositivo nuclear que estaba preparando un grupo de Oriente Próximo, en colaboración -según se descubrió después- con la célula islamista de La Courneuve, Washington no se la creyó, y a París no se la dieron.

Pero los servicios de información sólo son responsables en parte. Como prácticamente reconoció la primera ministra recién elegida del Reino Unido, la conservadora Sally Jones, en una entrevista a la BBC en septiembre de 2009, los principales Gobiernos occidentales estaban aún marcados por la experiencia de los informes de la investigación Butler en el Reino Unido y la comisión Scowcroft en Washington. Como sabemos, sus conclusiones, pese a estar envueltas en términos precavidos y diplomáticos, convencieron a la mayoría de la gente de que Bush y Blair habían hecho montañas de granos de arena en relación con el supuesto programa de armas de destrucción masiva de Sadam Husein y su existencia -o inexistencia- en los meses anteriores a la guerra de Irak de 2003.

El discurso en el que el secretario de Estado Colin Powell presentó los datos disponibles ante el Consejo de Seguridad de la ONU, con diapositivas y todo, se convirtió en el ejemplo de lo que todo dirigente político quería evitar. "No voy a hacer como Powell", les decían a sus colaboradores. Por eso, en esta ocasión, en vez de dar importancia a los datos obtenidos por los servicios de espionaje -como habían hecho en 2003-, los dirigentes políticos de todas las capitales occidentales decidieron no tenerlos en cuenta. Y así, en el marasmo de datos alarmantes pero poco fidedignos que iban transmitiendo los servicios de información, nadie prestó atención a la advertencia que podía haber salvado más de 60.000 vidas y haber evitado que hubiera 40.000 heridos.

Como era de esperar, la figura calva y familiar de sir Tony Blair, el antiguo primer ministro, se levantó de su asiento habitual, justo al lado del primer pasillo en la Cámara de los Comunes, para decir: "Os lo advertí". Tenía que decirlo, ¿no? Ahora, la Comisión Annan tiene la labor de determinar, de manera rigurosa e imparcial, hasta qué punto tenía razón.

Traducción de M. L. Rodríguez Tapia.

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