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Crítica:CLÁSICA | Zoltan Kocsis
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Arte vivo e impactante

El ciclo de Grandes intérpretes nos trajo al también grandísimo músico Zoltan Kocsis en un programa ejemplar no sólo por la calidad de las obras escogidas -de Beethoven y Schubert a Bartok y Kurtág pasando por el gran papa del pianismo romántico, Franz Liszt-, sino también por su ordenación y articulación en un todo coherente, en un hecho musical en el que la lógica se alió con la magia. Verdaderamente mágico es el pianismo de Kocsis por la constante creación de unas calidades sonoras extremadamente bellas, sugerentes e íntimas.

Grandes intérpretes

Z. Kocsis, pianista. Obras de Beethoven, Schubert, Bartok, Kurtag y Liszt. Ciclo de Scherzo, EL PAÍS y Fundación Hazen. Auditorio Nacional. Madrid, 5 de febrero.

Arte vivo y hondo el de Kocsis (Budapest, 1952), de suprema jerarquía estética, pleno de imaginación y fidelidad, de palpitación emocional y largos saberes. Y, por si fuera poco, arte distinto. Quedó demostrado, desde el comienzo de su actuación en el engarce de las Sonatas en mi menor, de Beethoven (1814), y la escrita en la misma tonalidad por Schubert, en 1817, dos creaciones de elevada categoría, diversificadas por el ligero predominio narrativo del alemán frente al "canto necesario" del austriaco.

Y en todo momento, Zoltan Kocsis hizo gala de unos conceptos en los que la sucesión musical evidenció tanto los sonidos como los silencios, factor integrante del hecho musical que tanto amaba el profesor García Morente precisamente en Beethoven.

La Sonata de Bartok -de 1926, año del Concerto de Falla- rompía el curso del programa, con vigor que no con violencia, para llevarnos al gran mundo de la música húngara. Ciertamente, se trata en Bartok de otro modo técnico-ideal de pianismo que el autor explicaba en sus propias interpretaciones pues fue quien descubrió la Sonata a la Filarmonía de Budapest o Berlín, aunque la obra estuviera dedicada a su discípula, esposa y colaboradora Ditta Pasztori (1903-1982). Una sucesión de impresiones que, entre otras motivaciones, incluyen un homenaje a Bartok y otro a Shostakóvich, dijeron en concisa, varia e incisiva evocación mucho del arte inteligente y auténtico de Gyorgy Kurtág (Lugos, 1926), un reformador que sin renunciar a las raíces se avecina por momentos a principios webernianos, estética y procedimientos vividos por el músico durante su residencia en París, en la que asumió tantas cosas desde el impresionismo a las nuevas formulaciones.

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