Una jugada eterna
Blancas: Levitsky. Negras: Marshall. Breslau (Alemania), 1912.
Muchos piensan que es la jugada más bella de la historia. Entre ellos, los espectadores, que rociaron el tablero con monedas de oro para expresar su honda emoción. El autor de esa joya, el neoyorquino Frank James Marshall (1877-1944), prefería perder a no crear, y amó tanto al ajedrez como a su familia. Firmó muchas obras de arte sobre el tablero, pero sus resultados no estuvieron a la misma altura, aunque fue sin duda uno de los mejores de su época, debido probablemente a su afición por el alcohol. Aun así, dos años antes de morir, y borracho perdido, le ganó por 10-0 en un duelo de partidas rápidas a Reuben Fine, otro de los grandes y, además, un eminente psiquiatra que quizá se convirtió en su propio paciente tras semejante trauma. Un club de Nueva York y una polémica variante de la apertura española llevan el nombre de Marshall, quien llegó a la posición del diagrama tras la jugada 23 Tc5 de Levitsky. Las negras disponen de métodos elegantes y eficaces para hacer valer su pieza de ventaja y neutralizar las amenazas blancas. Por ejemplo: 23... Db4 / 24 Tc7, Ce2+ / 25 Rh1, T - h2+ / 26 R - h2, Dd6+, ganando. Pero Marshall vio de pronto una de las jugadas más impresionantes de todos los tiempos, y su corazón empezó a galopar como hará el del lector dentro de unos segundos: 23... Dg3!! La dama negra, que amenaza mate en h2, puede ser víctima de tres capturas, pero las dos de peón conducen al mate inmediato, por medio de 24... Ce2+, y la otra tampoco arregla nada: 24 D - g3, Ce2+ / 25 Rh1, C - g3+ / 26 Rg1, y ahora, por ejemplo, 26... Ce2+ / 27 Rh1, Ta3, con ventaja decisiva. Levitsky se rindió, y el público estalló.
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