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Columna
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Los extranjeros se van

Miguel Ángel Fernández Ordoñez

La llegada masiva de inmigrantes ha sido el fenómeno económico y social más importante de los últimos años. En sólo dos años han entrado a residir en España más de un millón y medio de extranjeros. Pero este extraordinario fenómeno ha ocultado que hay otros extranjeros -los inversores- que se están yendo de España. Viene mano de obra y se va el capital. Rafael Myro ha descrito en las páginas de este periódico el fenómeno de la desinversión del capital extranjero en España en los últimos años y, con las cautelas que establece, parece evidente que de 1998 a 2002 se ha registrado una inversión directa extranjera neta negativa. Si el espectacular aumento de la inmigración es a la vez causa y efecto del favorable presente que está viviendo España, la caída de la inversión extranjera directa puede ser tanto un efecto de la pérdida de competitividad como la causa del deterioro de la productividad de nuestra economía en el futuro.

El principal problema económico que tenemos los españoles es el de restablecer nuestra competitividad perdida. Hasta ahora las pérdidas de competitividad las resolvíamos devaluando la peseta, con lo que inmediatamente nuestras empresas ganaban competitividad y los españoles se ajustaban el cinturón ante la subida de precios extranjeros. Ahora ya no podemos devaluar, y la única posibilidad que tenemos de mejorar nuestra competitividad es aumentar la productividad. Pero el aumento de productividad no sólo proviene del aumento del capital por persona ocupada (incluido el capital humano), sino del avance en el desarrollo tecnológico, y para esto es esencial la inversión extranjera directa.

La inversión extranjera directa -la que se establece en nuestro país- ha sido un factor clave de nuestro crecimiento en los últimos cincuenta años. Si, por ejemplo, la industria auxiliar del automóvil española es hoy una de las mejores de Europa, se debe a que los principales fabricantes de automóviles extranjeros invirtieron en España y, exigiendo una alta calidad a sus proveedores españoles, les ayudaron a ser competitivos no sólo para suministrar a las fábricas establecidas en España, sino para exportar al resto del mundo. Ahora está entrando en España otro tipo de capital extranjero a través de préstamos, de compras de bonos, acciones e inmuebles, pero este tipo de capital extranjero, aunque compensa la caída del ahorro de los últimos años y nos auxilia en la financiación de nuestro creciente déficit corriente, no sirve para mejorar nuestro nivel tecnológico como lo hizo la inversión directa.

Es flagrante el fracaso del Gobierno actual en impulsar la investigación y desarrollo en España. Después de ocho años de gobierno popular, España aparece en todos los informes en la cola de países europeos tanto en avances en I+D como en el progreso de la sociedad de la información, asuntos cruciales para el aumento de la productividad. Pero, sin quitarle responsabilidad al Gobierno, el fracaso se explica también por las características de la estructura empresarial española. La asimilación de la I+D en España siempre será lenta y dificil, dado que nuestras empresas, excluidas las que disfrutan de monopolios, son empresas de dimensión demasiado pequeña para poder avanzar rápidamente en I+D. Por eso no deberíamos olvidar que, en países como España, Irlanda o Grecia, la principal fuente de adquisición de tecnología seguirá siendo la inversión extranjera directa.

Los pesimistas pueden pensar que la reciente caída de la inversión directa extranjera es un síntoma de la pérdida de competitividad, es el primer plazo que pagamos por una política que ha mantenido una inflación alta y una productividad estancada durante los últimos años. Ya no sería interesante establecerse en España, y los nuevos proyectos se estarían yendo a otros países. Pero incluso si así fuera, no deberíamos contemplar esa huida de los extranjeros como irremediable. El desarrollo espectacular de Irlanda en los últimos años, que ha pasado de una renta per cápita inferior a la española a superar la media europea mientras nosotros sólo hemos avanzado tímidamente en la convergencia real, se debe en buena parte a los benéficos efectos del capital extranjero. El nuevo Gobierno deberá intentar que España vuelva a ser un lugar atractivo para invertir y que esos extranjeros -los inversores directos- no se vayan. mfo@inicia.es

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