El Sevilla aplasta al Madrid
El conjunto de Caparrós desnuda, con fidelidad a su estilo, la endeblez táctica de un rival irreconocible
Cada partido supone un enfrentamiento entre dos universos, dos realidades, y nunca se debe de obviar la del contrincante. La realidad del Sevilla es que es un bloque compacto, del presidente al último juvenil, conjurado para exprimir sus calidades. Andaba el equipo andaluz despistado tras creer que había perdido la esencia de roca, la misma que le sacó de Segunda y le consolidó entre los mejores. Los sevillistas se metieron entre ceja y ceja que el Real Madrid era el mejor bálsamo para su autoestima, una locura risible para casi todos, y salieron a ganar.
El Madrid tiene una realidad muy distinta. Atomizada a fuerza de su calidad, del cúmulo de personalidades y juego extraordinarios. Compite en todo y se le presume que debe de ganar todo ello. Sin embargo, tanto el músculo como la cabeza se relajan puntual e inevitablemente. Ayer salió a jugar un partido más, uno de tantos que se supone que tienen que caer por añadidura, por lógica. Ahí estuvo la razón de todo lo que sucedió en el partido.
SEVILLA 4 - REAL MADRID 1
Sevilla: Esteban; Daniel Alves (Njegus, m. 87), Javi Navarro, Alfaro, David; Redondo Óscar, m. 90), Casquero, Martí, Reyes; Dario Silva, Antoñito (Hornos, m. 64).
Real Madrid: Casillas, Pavón, Helguera, Rubén (Solari, m. 25), Raúl Bravo; Beckham, Guti; Figo, Raúl, Zidane; Ronaldo.
Goles: 1-0. M. 5. Rubén despeja de cabeza, el balón pega en Helguera y se mete en la portería. 2-0. M. 6. Darío Silva bate a Casillas por bajo tras un pase de Reyes. 3-0. M. 14. Daniel Alves bate a Casillas de cabeza, adelantándose a la salida del portero. 4-0. Reyes roba el balón a Pavón y cede a Casquero que fusila a Casillas. 4-1. M. 54. Ronaldo, con la izquierda, de tiro cruzado tras irse por velocidad de dos defensores sevillistas.
Árbitro: Tristante Oliva. Amonestó al delegado del Sevilla, a Caparrós, Rubén, Dario Silva, Pavón, Esteban, Gallardo (en el banquillo), Hornos, Figo, Raúl Bravo, Daniel Alves, Óscar y expulsó por dos tarjetas a Guti (m. 83) y Darío Silva (m. 84).
Unos 40.000 espectadores en el Ramón Sánchez Pizjuán.
Lo que realmente fue sorprendente fue el desplome del equipo tras encajar dos goles en dos travesuras maravillosas de Reyes y Antoñito. Un equipo como el Madrid no debería de acusar de una manera tan sideral las bajas que presentaba su equipo titular. La novata defensa se desplomó tras el arranque sevillista. Queiroz sacrificó a Rubén, lo echó a los leones con un tempranero cambio que no indicaba otra cosa que su propio error.
El Sevilla se reencontró el mejor día y mezcló perfectamente su disciplina atrás, la genialidad de Reyes, la pillería de Antoñito y la testosterona de Darío Silva.
La seguridad que mostraban en el trabajo los sevillistas servía de duro contraste a la actitud de bastantes de los que ayer jugaron con la camiseta del Madrid. Beckham escondió todas las virtudes del fútbol británico que exhibió el martes en Belgrado. Tan sólo mostró su cara agresiva, protestón y ceñudo. Raúl desapareció tras un tiro en la juventud del partido. En la segunda parte falló incomporensiblemente tras un regalo de Navarro. Guti fracasó en su trabajo de conexión y hasta llegó a discutir a voces con Casillas, que contemplaba anodadado el baño que les estaban dando los sevillistas. El centrocampista madridista culminó su desorientación con una patada a Martí sin balón y la consiguiente expulsión por doble amonestación. Tan sólo Zidane mereció elogio alguno. Intentó arreglar el desaguisado táctico de su equipo en la primera mitad, pero contó con poco apoyo por parte de unos compañeros a los que se les suponía más temple.
El desajuste madridista hizo las delicias de Antoñito y sobre todo de Reyes. El menudo jugador sevillano aprovechaba la desubicación de Pavón y el desquiciamiento generalizado para morder una y otra vez. Con una sonrisa en la boca, ambos ridiculizaron a la defensa madridista y regalaron muchos minutos de delicioso fútbol. Otro que ayer gozó fue Daniel Alves, el puñal escondido en el disfraz de defensa que ayer le puso Caparrós.
Otra actitud inadecuada de los madridistas fueron las continuas quejas al árbitro en la primera mitad. El debutante en la categoría, Tristante Oliva, de hecho, no acertó o le temblaron las piernas en varias jugadas. Pero casi todas punibles en contra del Madrid.
En la segunda mitad, los jugadores del Madrid salieron enrrabietados. Pero sin alma. El equipo estaba roto, nació roto, y los esfuerzos de los jugadores no hacían más que recalcar ese punto, esa crítica que reciben tan frecuentemente y que nunca se ha saldado con la debida contundencia: la magnífica suma de talentos sobre un andamiaje de equipo endeble.
El fútbol pasó a un lado y de ello se benefició el que más centrado estaba, el equipo que sabía desde un principio a lo que jugaba, que empujaba en la misma dirección y al unísono. La goleada premió a un equipo realista y castigó el enfoque rutinario de un conjunto que ayer tan sólo fue la suma de once jugadores.
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