La apoteosis de Astarloa
El español consigue el oro, al sorprender a los favoritos con un ataque en el último repecho, y Valverde logra la plata
No fue Óscar Freire, sino uno de su escuela, de su estirpe. Fue Igor Astarloa, un vizcaíno de Ermua, de 27 años, que, como el cántabro, sólo encontró terreno de expresión en territorio extranjero, quien ganó el Mundial de Hamilton. Y segundo fue Alejandro Valverde, el murciano que se reveló en la Vuelta. Aroma de Colombia, del famoso doblete Olano-Indurain en Duitama 95. El ciclismo español, tan rico en escaladores, en hombres de etapas, ahí está: cuatro títulos mundiales en nueve años: Olano, Freire, Freire y Astarloa.
El ciclista vasco, educado en Italia, lo ganó con inteligencia, valentía y astucia. Después de una carrera en la que la selección italiana, la más fuerte, la favorita, se suicidó, llegó el momento decisivo, la última vuelta, el penúltimo repecho. Entraron en acción los tenores. Fue Van Petegem, un belga enorme, un hombre de clásicas del norte, de muros de Flandes, quien rompió la carrera definitivamente. Por él fue el ansioso Bettini, acuciado por la necesidad, y, a su rueda, otros grandes: Boogerd, el holandés que nunca lo consigue; Camenzind, el suizo que se coronó en el 98, y Astarloa.
Astarloa iba de marcador. Seguía el consejo de Freire. "Yo me la juego al sprint", le había dicho al comenzar la última vuelta; "tú marca a Bettini" Tras Bettini se fue, pero no sólo a marcarle. Porque, cuando se encaró el último repecho, cuando llegó el momento decisivo, sus compañeros de fuga, asfixiados, se resignaron y esperaron la llegada del grupo grande. Astarloa, no. Astarloa vio el hueco, se abrió a la izquierda, movió el plato y dejó con la boca abierta a sus compañeros. El pobre Bettini, solo, tuvo que intentar la caza. Y en el famoso altiplano, en el lugar donde su seleccionador había dicho que se decidiría la carrera, se vio solo.
La cosa había adquirido de inmediato un carácter terrible. En la primera vuelta, apenas 10 kilómetros recorridos, Óscar Sevilla se cayó. Mala cosa. El alegre manchego, el rey de las desgracias este año, se había caído también en el Mundial pasado, en la última vuelta. La caída de ayer, que le costó el abandono porque se le rompió la cala, la parte de la suela que fija a la zapatilla al pedal, al ser tan temprana no tuvo, así, más que un efecto moral y, en todo caso, simbólico. No fue, por tanto, la única desgracia, el único hecho que convirtió para los españoles el Mundial en un asunto heroico.
Los españoles, fieles a su estilo, a la contra, trabajo de guerrillas, infiltraciones en los cortes, Mancebo por todas partes a todas horas, Freire a la espera. Pero no contaban con más desgracias. Con la vuelta 19ª (de 21) por ejemplo. Pasó de todo. Freire tuvo una avería -la segunda vez en el día que se le salía la cadena- y el momento lo aprovechó David Millar para exhibir su palmito. Fue un momento crítico porque también Bettini quiso probar sus piernas. Luego, se cayó Astarloa. Susto útil porque se levantó y continuó. Nadie más insistió. Después de todo, como bien se sabía, todo se jugaría en la última vuelta, cuando tanto había endurecido la carrera Italia que Bettini se quedó solo para contrarrestar el ataque definitivo de Astarloa.
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