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Reportaje:

Macabra pasión de padre

Encarcelado un francés que drogaba con somníferos a los rivales de sus hijos, tenistas, tras matarse uno de aquéllos con su coche después de un partido

Los grandes jugadores de tenis en tierra batida saben hacer durar los intercambios; "adormecer" al rival con bolas largas y de bote alto para, de pronto, sorprenderle con un vertiginoso cambio de ritmo y dirección. Los hijos, un niño de 16 y una niña de 12 años, de un militar retirado de 43 e instalado en el Suroeste francés, en Mont-de-Marsan, parecían tener las virtudes del clásico cocodrilo y los dos -él incluso contra profesionales, ella dentro de las esperanzas- se estaban situando en lo alto de las clasificaciones. La progresión parecía imparable. Los jóvenes iban a descubrir pronto los circuitos internacionales y a entrar en esa dinámica en la que cada victoria puede contabilizarse en miles de euros.

Todo ese futuro deportivo-económico entró en crisis a principios de julio, cuando un tenista y profesor de instituto de 25 años, Alexandre Lagardère, después de ser derrotado por el joven prodigio de 16, se mató en un accidente de coche. La inevitable autopsia reveló que Lagardère había ingerido Tamesta, un tranquilizante poco compatible con el esfuerzo deportivo y con la conducción de un vehículo. La policía descubrió que ningún médico había recetado Tamesta a Lagardère, que éste no había comprado el medicamento y que en la misma región, hacía pocas semanas, otro rival del joven jugador se había quejado, en el transcurso de otro campeonato, de haber tenido que abandonar el partido a causa de un sueño invencible que sólo se explicaba por una intoxicación. Su denuncia contra él no progresó, pero los agentes relacionaron los dos casos.

Ayer la policía detuvo al papá de los dos tenistas y lo encarceló en Dax. Le acusan de "administrar una sustancia perjudicial que causó la muerte sin que hubiese intención de provocarla". El progenitor, en la más pura tradición de los familiares de los niños prodigio, acompañaba a los suyos a todas partes, les aconsejaba lo que debían tomar, les dictaba una disciplina y estricta higiene de vida, se ocupaba de sus entrenamientos y, sobre todo, de que sus rivales no pasasen sed. Las botellas de agua milagrosa que los deportistas beben para recuperar el ánimo habían sido traficadas por ese papá que había dejado el magro sueldo de oficial del ejército para invertir en el talento de sus retoños.

La policía está ahora recabando información sobre lo sucedido los últimos meses en los partidos que implicaban a los dos hermanos. La niña ya ha sido interrogada por la policía, pues varios indicios permiten pensar que, como mínimo, para ella los manejos paternos no eran totalmente secretos. Y eso hacía que no se sorprendiese cuando, en el transcurso de un partido, su contrincante iba perdiendo tonicidad, reflejos y entusiasmo, bostezando incluso entre punto y punto, tentada de dar una cabezadita cada vez que había que cambiar de lado.

Los papás y las mamás de los jugadores son verdaderas instituciones en un deporte que permite campeones muy jóvenes, aunque sea en detrimento de su salud física, como fue el caso de Tracy Austin, o de su equilibrio psíquico, como en los de Mary Pierce o Jennifer Capriati. Los padres del fallecido Lagardère y la federación regional de tenis en las Landas han puesto una querella contra ese progenitor que, para hacerse con el jamón de Bayona que coronaba al campeón de uno de los torneos regionales, no dudó en adormecer a quien, tras perder en la pista, iba a conducir un coche.

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