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Reportaje:TOUR 2003 | Decimoquinta etapa

Si se cae el líder, no se ataca

La noción de juego limpio de Armstrong varía según las circunstancias

Carlos Arribas

Apareció Lance Armstrong por la sala de prensa -tosiendo ostentosamente y con chaleco térmico azul marino sobre el 54º maillot amarillo de su carrera-, y lo dijo claro, como quien reclama una deuda: Ullrich me debía una. O, con sus palabras exactas: "Agradezco a Ullrich que me esperara cuando me caí. Debe haberlo hecho porque tiene buena memoria y se acordaba de que hace dos años, cuando se cayó en el descenso del Peyresourde yo le dije a Beloki, que iba bajando con nosotros, que había que pararse a esperar al alemán". Claro que, y eso no lo precisó Armstrong, cuando aquella caída el que era líder, y con buena ventaja, no era el que se cayó, como ayer. El líder era Armstrong y parándose a esperar no tenía nada que perder. Ayer, Ullrich, que ya había intentado un ataque en el Tourmalet, si hubiera seguido a su ritmo cuando la gorra amarilla se enganchó en la maneta del freno derecho de Armstrong, habría forzado al norteamericano a un esfuerzo suplementario tan grande como el que efectuó minutos después para atacarlo. Así que quizás, ahí dejó Ullrich de ganar el Tour. Pese a ello, el alemán sólo dijo: "Esperé porque el ciclismo es un deporte de caballeros". Pero no tanto: todo el mundo recuerda que Charly Gaul perdió un Giro porque le atacaron cuando se había parado a orinar; o de cuando Chiappucci atacó a LeMond, que había pinchado en el descenso del Marie Blanque en 1990, y hasta Indurain se fue con el italiano: LeMond se jugó la vida en el descenso, los alcanzó y los insultó cuando los adelantó. Al día siguiente se disculpó. Y una de las asignaturas del librillo cotidiano de los espectadores se titula "El ataque del avituallamiento".

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El ataque de la desesperación

Armstrong tiene una relación peculiar con la asignatura de ética ciclística. Hace poco más de un mes, al comienzo de una etapa de la Dauphiné Libéré, el norteamericano, que era el líder de la carrera, sufrió una caída. Entonces, advertida o inadvertidamente, al francés Patrice Halgand se le ocurrió organizar un ataque para buscar una escapada. Y aunque era modesto y poco peligroso, y aunque quedaba mucha etapa por delante, como el pelotón reaccionó inmediatamente y a Armstrong le costó un buen esfuerzo volver a enlazar, cuando terminó la etapa convocó a la prensa y se pasó varios pueblos en su lección de moral ciclista, lección titulada "No se ataca cuando se cae el líder". Al comienzo del Tour, después de la contrarreloj por equipos, el equipo de Halgand, el Jean Delatour, le debió enviar champaña a Armstrong para ganarse su perdón y lograr que todas sus iniciativas no fueran perseguidas por el US Postal.

Tampoco Lance Armstrong mostró un estado de ánimo compasivo cuando Joseba Beloki, apremiado precisamente por el norteamericano en la caza de Vinokurov en el descenso de la cuesta de La Rochette, se cayó delante de su bicicleta. Después de su exhibición de fortuna, del hallazgo de un caminito de entrada a un prado, de su travesía cross country, de su atajo y de su regreso a la carretera, cuando sus compañeros de aventura le pidieron esperar para ver si el desgraciado líder del ONCE-Eroski se recuperaba, les respondió que no. "No espero, que ése va a por el amarillo", les dijo, señalando al fogoso Vinokurov.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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