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TOUR 2003 | Novena etapa

Llanto en el hospital

En una silla de la sala de urgencias, Saiz llora y piensa en el Tour que podía haber ganado

Carlos Arribas

Era 14 de julio y Manolo Saiz, el director del ONCE-Eroski, creía estar reviviendo otro 14 de julio histórico, aquel de 1995 en que Laurent Jalabert, con un ataque lejano de todo su equipo, hizo temblar el imperio Indurain. El mismo calor pegajoso y asfixiante, las mismas carreteras estrechas y descarnadas, el mismo tipo de recorrido, imposible hallar una recta de más de 100 metros, un plano de 50. Y Joseba Beloki, su líder, atacando una y otra vez a Armstrong, desnudándolo, aislándolo de su equipo. Otro día histórico...

Manolo Saiz vio la caída de Joseba Beloki, el desastre que dejaba en cero su Tour del Centenario, por el monitor televisivo de su coche de director, mientras hacía chirriar los frenos en las curvas de un descenso casi suicida por una carretera estrecha y desigual. "Lo vi por la tele y nada más verle caer, así, a plomo sobre el suelo, de culo, y luego los rebotes que dio, supe que era una caída grave". Manolo Saiz, también con voz grave, apenas audible, derrumbado en una silla de la recepción de urgencias del hospital general de Gap. A su lado, en otra silla, dándole de vez en cuando golpes de ánimo en la espalda, Pablo Antón, manager del ONCE-Eroski, intenta animarlo. De vez en cuando cierra los ojos Saiz, echa la cabeza para atrás y, silenciosas, algunas lágrimas aparecen. Se las seca con el dorso de la mano y continúa. "Si le hubiera patinado la rueda y hubiera sido una caída normal no le habría pasado nada, sólo heridas superficiales y quemaduras, porque se habría deslizado por el asfalto, pero al cruzársele la rueda de atrás se ha quedado bloqueado y ha caído a plomo. Peor, imposible".

"Le tendrán que operar. Un mes inmovilizado, sin poder tocar la bici. Adiós a la temporada"
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En otra sala del hospital, junto a la puerta de radiografías, Pedro Celaya, el médico del equipo, espera los resultados de las primeras exploraciones. Enseguida llama a Saiz. "Parece que tiene un par de fracturas en la muñeca y un fuerte hematoma en la zona de la cadera", le dice. Saiz cuelga el móvil, un poco animado. "Si es sólo la muñeca, para la Vuelta ya le tenemos en forma", dice. Le dura poco el ánimo, sin embargo. El tiempo que tarda en volver a vibrarle el teléfono. Cuelga hundido. "Es la cadera", dice. "Rotura de trocánter. Le tendrán que operar. Un mes inmovilizado, sin poder tocar la bici. Adiós a la temporada.Y además el codo y la muñeca". Celaya es el rey del teléfono y de la atención, de la delicadeza. También ha llamado a Gemma, la mujer del ciclista, embarazada de más de ocho meses -tiene planificado el parto para el cuatro de agosto-, ha intentado tranquilizarla, decirle que es poca cosa.

Saiz lleva una mancha de sangre en la pernera izquierda del pantalón. Sangre de Beloki, por supuesto. "Me monté en la ambulancia a su lado. Ha venido todo el tiempo apretándome la mano y llorando", dice. "Pero no llorando por el dolor físico, sino de dolor moral. Iba a ser su Tour y se le ha quedado en nada".

Iba a ser, por fin, el Tour del ONCE. "Estaba fortísimo Joseba, lo teníamos que frenar, casi", sigue su director. "En la etapa del sábado le dije que no atacara, y quizás fue un error, porque ahora sabemos que Armstrong estaba mal ese día, también sabemos que en Alpe d'Huez estaba un poco mejor y que hoy, mejor todavía. Pero sabíamos que en la contrarreloj iba a chocar contra Beloki. Estábamos seguros de que íbamos a ganarle".

Vuelve a llamar Celaya. Habla con Saiz de la operación, de hacerla en Francia o de transportar a Beloki a España. Saiz es tajante. "Si de mí dependiera, la haría en España", dice. "No sólo porque sería más cómodo para su familia, sino también porque le tiene que operar un cirujano bueno, y no sé que traumatólogos habrá en una ciudad pequeña como Gap".

Hace exactamente 32 años, bajo una tormenta que ennegreció el cielo de los Pirineos a las tres de la tarde, se cayeron Eddy Merckx y Luis Ocaña bajando el puerto de Menté. En la misma curva, pero mientras el caníbal belga, que intentaba arrebatarle el maillot amarillo al español, fue a dar contra una zona de hierba y siguió indemne, Ocaña chocó contra una piedra y cuando se fue a levantar Zoetemelk le embistió por la espalda. Abandonó un Tour que podía ganar. Volvió dos años después y lo ganó.

"Sí, sé la historia de Ocaña, pero dentro de dos años nosotros ya estaremos demasiado viejos". Saiz está inconsolable.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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