Convicción
El punto álgido de un equipo se alcanza cuando sus virtudes combinan un doble efecto. Por un lado reafirman las propias convicciones del colectivo. Por otro causan el efecto contrario en sus adversarios. Si un equipo cree irremediable que el otro le va a crear determinados problemas, lo más probable es que finalmente estos problemas acaben tomando cuerpo.
El Barça ha conseguido sembrar esta sensación cuando los partidos alcanzan su terreno de definición. Ha demostrado en tantas ocasiones una capacidad terrorífica para resolver los encuentros apretados que los rivales han llegado asumirlo de igual manera que todos sabemos que después de la oscuridad de la noche llega, tarde o temprano, la claridad del día. En la final de la Liga se está confirmando esta tendencia, estos temores ante la frialdad inclemente de gente como Bodiroga, Navarro o Jakicevicius. Ha llegado hasta tal punto que los contrarios asumen con más o menos conformismo que cuando el debate se define en unas cuantas acciones, en unos cuantos minutos postreros, el Barça acabará llevándose el gato al agua. Hemos visto a lo largo de la temporada incontables ocasiones en las que a la claridad de ideas y acierto azulgrana se ha unido el pavor que provoca a sus adversarios el tener que jugarse las alubias en un terreno donde han llegado a creer que el éxito es poco más o menos que una quimera. Llegados a ese punto, del interior de sus cerebros surgen las dudas, las malas elecciones, los errores que provocan el crecimiento de efectividad de la defensa blaugrana, el desquiciamiento por las decisiones de los árbitros, que como lo han hecho toda la vida siempre se decantan hacia el lado de los poderosos. En definitiva, unas veces por un camino y otras por otro, el resultado es el mismo: gana el Barça. Y cada partido que se resuelve agónicamente a su favor refuerza estas creencias y hace más difícil disolverlas. Las víctimas, si quieren, encuentran excusas de diverso orden. El primer día fueron los árbitros. El segundo, la lesión de Oberto. Por encima de los peros, se impone una realidad: cuando se juega el último cuarto, el Barça lo hace convencido de su victoria. Y parece que sus adversarios han llegado a la misma conclusión.
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