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Crónica:CIENCIA FICCIÓN
Crónica
Texto informativo con interpretación

CSI: la gente miente, pero las pruebas no

"OLVIDÉMOSLO TODO SOBRE LA VÍCTIMA, sobre el sospechoso y concentrémonos en la única cosa que no puede mentir: la evidencia". Quien así de rotundo se expresa es Gil Grissom (William L. Petersen), jefe del equipo de investigadores forenses, adjunto al departamento de policía de Las Vegas, protagonista de la exitosa serie de TV CSI: Crime Scene Investigation (2000), creada por Anthony Zuiker. Su trabajo cotidiano consiste en resolver los casos de asesinato, suicidio o crimen violento que se suceden sin parar en la ciudad de los casinos. Basta la hebra de una prenda de vestir, una uña, un cabello o la huella de una pisada para que, con ayuda de las más modernas técnicas de análisis y el razonamiento científico, resuelvan un caso sin solución aparente.

Así, lo que parecía un dramático accidente o un claro suicido resulta ser, tras un exhaustivo análisis del orificio de entrada de la bala en el cadáver, por poner el ejemplo de un episodio, un brutal asesinato cuyo autor acabará por ser identificado. Y es que, como todo el mundo sabe, cualquier delincuente siempre deja huellas.

A mediados de la década de 1980, el astrónomo y divulgador Carl Sagan, crítico con las series de entretenimiento televisivas, reclamaba la realización de series de ficción en las que el método científico ocupase un lugar predominante. Pues bien, ha habido que esperar unos años, pero por fin una serie basada en esta premisa ha irrumpido, con éxito, en la pequeña pantalla. Puede parecer sorprendente que una serie con un planteamiento clásico y manido (policías, agentes o investigadores privados siguiendo un caso) triunfe en la actualidad. Sin embargo, su originalidad radica precisamente en mostrar el trabajo de un grupo de investigadores, forenses en este caso, que, tras realizar un completo estudio en el lugar de los hechos, encuentran las evidencias y pruebas base para la reconstrucción científica del delito.

El microscopio electrónico, el espectrógrafo de masas, las pruebas de ADN y el guante de látex son aliados tan importantes como la intuición del investigador, si no más,. La observación, la elaboración de hipótesis y su contraste experimental son los elementos que conforman esa forma de interrogación de la naturaleza que es el método científico. Algo que dicha serie retrata de forma realista sin renunciar al puro entretenimiento. Detrás de cada suceso luctuoso no hay seudoteorías conspiracionistas, ocultación de datos ni fenómenos paranormales, sino pruebas que estos profesionales se encargarán de recoger (fotografiar, extraer muestras, etcétera) y analizar concienzudamente con posterioridad.

El siniestro asesino del dedo flojo, Scaramanga (Christopher Lee), disparaba, con su pistola de oro, balas que llevaban grabada su firma poniendo en un brete al agente, con licencia para matar, 007 (Roger Moore, por entonces) en el filme El hombre de la pistola de oro (1974). Aún sin firma, Gil Grissom, Catherine Willows y sus colegas del CSI hubiesen descubierto con antelación a este villano. Cuando se aprieta el gatillo de un arma de fuego, el percutor impacta contra la cápsula de la bala e inflama la pólvora allí contenida. Su explosión expulsa hacia atrás la vaina contra el mecanismo de cierre y hacia fuera del arma, y quedan grabadas unas señales inequívocas. El proyectil, por su parte, es impulsado hacia adelante (conservación de la cantidad de movimiento).

Los cañones de las armas de fuego tienen en su interior (ánima) un rayado particular cuyo patrón más corriente es una hélice de surcos y mesetas poco profundos que dejan grabada su imagen inversa sobre la bala. Su misión es dotar a ésta de un movimiento giratorio que mejora la precisión del vuelo. Cada bala lleva así una impronta única, en forma de estrías microscópicas, que delata la pistola que la disparó. Si se encuentra el arma, los expertos en balística la dispararán en el laboratorio desde un extremo de un tanque de agua rectangular de unos tres metros de largo donde la bala recorre cerca de 1,5 m aproximadamente (bala de revólver) antes de caer al fondo. Luego, valiéndose de un microscopio comparador, inspeccionarán las marcas de balas y vainas (en ampliaciones de entre 5 y 40 aumentos). Compararán estas marcas con ciertas características de las balas y vainas recogidas en la escena del crimen, como el calibre (una bala de calibre 22 tiene un diámetro aproximado de 0,22 pulgadas, es decir, unos 5,6 mm), el patrón de rayado y las estrías e impresiones. De no haber coincidencia, se recurre a las bases de datos para identificar, si no está amañada, el modelo de arma al que podrían corresponder. ¡Temblad, malhechores!

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