El Buda que bebe vino de Toscana
El inglés rompió el molde tradicional para hacer de su vida un 'show' perpetuo
"Nunca he sido uno de ésos que salen por la noche y beben 15 pintas de cerveza", dice David Beckham en su libro Mi Mundo; "bebo en ocasiones especiales y, si lo hago, prefiero el vino o la champaña, porque nunca tengo resacas con champaña. Un vino rojo de Toscana es mi bebida favorita".
El mensaje, medio cándido, medio enigmático, es lanzado al universo como si nada estuviera previsto. Pero David Robert Joseph Beckham (Leytonstone, Londres; 1975) tiene calculados cada uno de los pasos que da por el particular camino que ha diseñado para sí. La autobiografía para los fans; el Porsche; el Jeep; el Ferrari; su hijo, Brooklyn; su esposa, Posh, la cantante de piernas largas; el contrato con la marca de champú; el contrato con Adidas, con Pepsi, con Vodafone, con las gafas Police, y hasta su magnífico centro de rosca: ¡qué manera de pegar al balón!. Hasta eso tiene perfectamente controlado en un mundo novelesco que se ha convertido en objeto de culto en el Reino Unido y el Extremo Oriente.
El centrocampista hasta ahora del Manchester es exactamente lo que ha buscado el presidente del Madrid, Florentino Pérez. Un jugador cuyo esplendor mercantil esté por encima del éxito deportivo. Un tipo capaz de confundirse con Buda en un templo de Bangkok y de aspirar a ser James Bond en Londres. Más que un gran futbolista -hay muchos a su nivel-, Beckham es el sucesor de Lady Di en el corazón voraz del público británico. Ha sido capaz de romper el patrón tradicional del jugador para hacerse con un sueño exhibicionista: emitir su vida como su propia película bajo su exclusivo guión y proyectarla al mundo los 365 días del año.
Beckham lo preparó todo. Impulsado al principio por su padre, ingeniero repartidor de bombonas de gas y jugador aficionado, tardó poco en vislumbrar su cometido. Primero, en un parque de Londres, junto a su casa. Allí comenzó a practicar el golpeo. "Todo lo que siempre quise hacer fue patear un balón. No entró en mi cabeza hacer otra cosa", dijo, aunque luego apuntó que, de no haber sido futbolista, habría estudiado arte.
"A los 13 años ya le pegaba muy fuerte", explica; "la gente cree que es chiripa que meta goles desde fuera del área, pero he practicado durante años. Tienes que tener un talento natural, pero sólo a través de la práctica puedes conseguir lo que yo hago".
Fiel a su obsesión, Beckham practicó el golpeo desde niño, en el equipo infantil Rdigeway Rovers y, después de los entrenamientos, haciendo horas extras en el Manchester, al que llegó en 1991. El resultado es una capacidad extraordinaria para acomodar el cuerpo, ajustar el equilibrio y dar a la pelota con precisión, tersura y potencia, siempre con su pierna derecha. El golpeo le ha convertido en un centrador soberbio, en un gran lanzador de faltas, y en un muy buen pasador. Ha hecho del gesto más normal del fútbol un movimiento perfecto. Y ha sabido instrumentalizarlo para ganar poder y dinero y para coleccionar vino de Toscana. ¿El problema? El exceso de pureza de su pegada contrasta con su nulidad cada vez que tiene que superar a un rival con el balón en el pie.
Beckham, que siempre tuvo un plan, soñó con ser medio centro. Como no tiene regate ni velocidad y se diluye si debe desbordar, el centro del campo parece su lugar ideal. Pero ha sobrevivido como extremo, desplazado por la presencia de un medio centro muy dominante, Keane.
Regresó el pasado fin de semana de Estados Unidos, donde recibió un premio de la cadena de música MT; pasó por su mansión de Londres y ayer se marchó de gira a Vietnam, Tailandia y Japón, donde su imagen se vincula a multitud de productos: desde los chocolates Almond Choco hasta la firma de belleza Tokyo Beauty Centre.
En diez años con el Manchester ha marcado 85 goles y ha logrado una Copa de Europa, cinco Ligas y dos Copas. Estos méritos le han llevado a la capitanía de la selección inglesa. Pero a Florentino Pérez el historial le importa tanto como la pegada. Si Beckham viene al Madrid es por su proyección asiática.
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