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Columna
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Promesas que comprometen

En estas elecciones, el Club Jaume I, de Valencia, figura como una estación más en la galopada itinerante de los principales candidatos. Les consta, sin duda, que en ese colectivo cívico hay pocos votos que pozar, pero dada la pluralidad y cualificación de los concurrentes, aprovechan la oportunidad para contrastar la solidez de sus propuestas en un marco liberal y desinhibido. Es una ventaja. Su contrapartida consistiría en que cuanto dicen, e incluso el cómo lo dicen, es escrutado con atención y deja huella. Tanto más en este trance en el que los principales aspirantes a presidir la Generalitat suscitan no pocas suspicacias, más personales y de talante que políticas o doctrinales.

El último transeúnte en visitar esta tribuna ha sido Joan Ignaci Pla, el candidato del PSPV. No viene al caso hilvanar la crónica de su discurso, denso y diverso, suponemos que por el apremio del tiempo y la buena voluntad de no dejarse nada en el tintero, incluidos los mandobles críticos que le endiñó al partido que gobierna. Un correctivo, todo sea dicho, que los miembros o asimilados del PP encajaron sin mover una pestaña. Esperarán su próxima oportunidad para formular el acuse de recibo, lo que acrecienta el interés por este debate intermitente.

De todos los capítulos abordados por el líder socialista, hay uno que, sin ser el más sobresaliente en orden a las prioridades que convienen al vecindario, merece a nuestro entender una glosa, tanto por su carga política como por el compromiso que contrajo el candidato. Nos referimos a la democratización de la televisión valenciana, que colegimos extensivo a todos los medios informativos de titularidad pública. Una asignatura pendiente que esta nueva hornada del PSPV ha de aprobar por dos motivos, entre varios, de distinto orden. En primer lugar, porque buena parte de las quiebras del citado medio son una herencia de sus fundadores, del mentado partido, que conculcaron la ley tan pronto la promulgaron. Hora sería de que se arrancasen esa espina afrentosa.

Y después, porque no creo yo que Joan Ignasi Pla quiera para sí ni para nadie la discriminación noticiosa que está padeciendo en sus propias carnes, no sólo desde que arrancó el proceso electoral -va para un año-, sino desde que los populares acentuaron sin remilgos la crónica gubernamentalización de la tele oficial. Prometió acabar con esta laguna aflictiva de nuestra democracia y le hemos tomado buena nota de lo que es tanto una urgencia como una tarea ingente que no se resuelve con el mero enunciado de las intenciones. Ni siquiera con la revisión y puesta a punto de los órganos fiscalizadores de la entidad, que constituye un aspecto insoslayable, aunque subordinado a la voluntad política de rescatar el medio y dignificarlo ética y profesionalmente.

Lo dicho, claro está, vale asimismo para todas las siglas que aspiran a gobernar todo o alguna parcela. Lo ideal sería que la rehabilitación del medio aludido fuese fruto de un consenso y que la fórmula acordada nos liberase definitivamente de agravios, bochornos y manipulaciones. Pero, por ahora, el PP sólo ha manifestado su propensión a privatizar. Ni una palabra acerca de control democrático y ventilación del tinglado de Burjassot. Igual nos da una sorpresa su candidato, Francisco Camps.

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