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OPINIÓN DEL LECTOR
Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Síndrome de la procesión estropeada

Terminó otra Semana Santa. Este evento religioso cíclico no deja indiferente a nadie, creyente o no. A favor o en contra, todos opinan al respecto. Claro está, sólo y exclusivamente sobre su manifestación externa, pública, callejera, es decir, las procesiones, pues en cuanto a creencia, sentimiento o actitud personal e íntima, nadie puede dejar de respetar lo que para muchos estas fechas representan en su relación con su particular divinidad.

Pero las procesiones, esa barahúnda de gentío, ruido y suciedad (cera derretida que impregna calzadas y aceras, y cuya limpieza, inexplicablemente, corre a cargo del erario público), alteran de tal manera la vida ciudadana cotidiana que, como mínimo, la mitad del cotarro, en el que se incluyen numerosos sinceros creyentes, se preguntan si no sería factible, dentro de la más estricta y ecuánime lógica, cambiar el escenario de estas representaciones trascendentes. Simplemente, limitarlas a su espacio natural, sus sedes sagradas, donde el infinito repertorio de advocación imaginera recibiera la devoción y pleitesía de sus sinceros y esperanzados incondicionales y, cómo no, la visita de curiosos y estudiosos de lo típico de cada región, de cada país. Con ello se "matarían muchos pájaros de un tiro": Respetar la voluntad de todos, sus intereses y, sobre todo, evitar situaciones absurdas e innecesarias que, a veces, derivan en verdaderos traumas de los que ven alterada su vida cotidiana por "algo que ni les va ni les viene" y, a los que sí, su patético desconsuelo cuando a causa de inclemencias climáticas en forma de lluvia raro es el año que no ven frustradas sus ilusiones de devoción o lucimiento. Este año ha sido particularmente adverso. Hasta el punto que, ante las escenas de desesperación y sufrimiento de simples fieles o cofrades, se ha oído sugerir si no sería conveniente crear un servicio de asistencia psicológica a los afectados por el síndrome de la procesión estropeada. Ante esto surge de inmediato la pregunta: ¿Quién pagará tan humanitario servicio? En este país, la advertencia no es ociosa.

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