Los fantasmas del pasado
En la gran novela de Charles Dickens Canción de Navidad, el desalmado hombre de negocios Ebeneezer Scrooge está atormentado por una visita del Espíritu de la Navidad del Pasado. Hoy, los economistas están atormentados por fantasmas no deseados, mientras reflexionan sobre la reaparición de males económicos que se creían muertos y enterrados desde hace mucho tiempo.
Desde Stephen Roach, de Morgan Stanley, hasta Paul Krugman en Princeton, pasando por los gobernadores de la Reserva Federal de Estados Unidos, los máximos funcionarios del Banco Central Europeo y casi todos en Japón, los economistas de todo el mundo están preocupados por la deflación. Su atención vuelve a centrarse en las ideas económicas de hace más de 50 años, una época en la que los economistas llegaron a la conclusión de que lo que había que hacer con la deflación era evitarla como la peste.
El BCE cree que el peligro de inflación por una desconfianza en su compromiso de contener los precios tiene mayor peso que el coste del desempleo
En 1933, Irving Fisher -el predecesor de Milton Friedman en lo más alto de la escuela de economistas monetaristas de EE UU- anunció que los gobiernos podían impedir las depresiones profundas evitando la deflación. Ésta -un declive continuado de los precios- daba a las empresas y a los consumidores poderosos incentivos para recortar el gasto y acumular dinero en efectivo. Reducía la capacidad de las empresas y los bancos de amortizar sus deudas y podía acabar desencadenando una serie de grandes bancarrotas que destruirían la confianza en el sistema financiero.
Esos fuertes incentivos para acumular en vez de gastar pueden mantener la demanda en un nivel reducido y en declive, y el paro, en un nivel elevado y en alza durante un tiempo mayor del que incluso el político o economista más proclive al laissez faire hubiera osado plantearse. De ahí la solución keynesiana: usar la política monetaria (tipos de interés más bajos) y la política fiscal (mayor gasto estatal e impuestos más bajos) para impedir que la economía se aproxime al abismo en el que la deflación se hace posible.
Los responsables de formular las políticas económicas barajan una serie de posibles desastres, cambiando el que parece más amenazador por una amenaza que parece más lejana. En EE UU, la Administración de Bush se muestra escéptica respecto al poder estimulante de la política monetaria y quiere mayores déficit fiscales para reducir el paro, con la esperanza de que los peligros futuros representados por los déficit persistentes -inversión reducida, crecimiento lento, pérdida de confianza, inflación descontrolada y depreciación de los tipos de cambio- puedan ser sorteados hábilmente.
En Europa, el Banco Central Europeo cree que el peligro de inflación descontrolada subsiguiente a una pérdida de confianza pública en su compromiso de mantener baja la inflación tiene mayor peso que los costes del desempleo, que es demasiado alto. En los países en desarrollo, los controles de capital para impedir las crisis financieras se temen como obstáculos para atraer las finanzas necesarias para la industrialización y como posibles fuentes de corrupción, ya que los flujos financieros de algún modo pasan por las manos del sobrino político del viceministro de Economía.
Los tipos de cambio flexibles, diseñados para permitir que el mercado lance señales de cuándo está descendiendo la confianza en la moneda, pusieron a los exportadores en desventaja competitiva frente a los productores de otros países cuyos precios no son vapuleados por tipos de cambio impredecibles. Incluso las políticas de sustitución de importaciones, ahora desdeñadas en todas partes, fueron adoptadas originalmente por el mundo en vías de desarrollo por buenas (y malas) razones: el aislamiento proteccionista de los mercados de los países desarrollados durante la Gran Depresión, que tuvo desastrosas consecuencias para las economías en vías de desarrollo.
Los políticos y los encargados de diseñar políticas presentan su enfoque de la economía como la única doctrina verdadera. Sin embargo, lo que están haciendo es enfrentarse al mayor problema del momento, pero al precio de eliminar instituciones y políticas que los responsables políticos anteriores a ellos habían implantado para controlar unos problemas que juzgaban que eran los más apremiantes.
Los visitantes nocturnos de Ebeneezer Scrooge pudieron convencerle de lo erróneo de sus métodos. Esperemos que los economistas de hoy también aprendan las lecciones de sus fantasmas no deseados.
J. Bradford DeLong es catedrático de Economía en la Universidad de California en Berkeley y ex subsecretario del Tesoro de EE UU.
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