'Los ecuatorianos somos invisibles'
Javier Vásconez (Quito, 1946) recuerda a uno de esos personajes austrohúngaros del escritor Joseph Roth. La barba, el hablar pausado y en voz baja y cierto pesimismo refuerzan la sensación de autor un poco fuera de contexto en esta sociedad agresiva. El asesinato, la corrupción o lo turbulento, está presente en La sombra del apostador.
PREGUNTA. Usted ha relacionado alguna vez al poeta con el asesino. ¿No le parece una dualidad exagerada?
RESPUESTA. Yo entiendo que el poeta y el asesino aspiran a la perfección. Tal como lo entendió Rimbaud. Siempre me ha llamado la atención la exactitud con la que actúan los asesinos. El asesino y el poeta viven en los extremos. En realidad, lo que pretendo explicar con ese ejemplo es que mi relación con la literatura ha sido siempre extrema. Hay países en los que ser escritor es como cualquier otra profesión, pero en Ecuador significa adoptar una posición extrema.
P. Ecuador está de elecciones. ¿Cuál es la primera necesidad del país?
R. Los ecuatorianos somos invisibles, así que lo más importante es que Ecuador se vuelva visible desde la realidad. Argentina, por ejemplo, aunque esté tan mal, es visible.
P. Salvo Alfredo Gangotena, la literatura ecuatoriana también parece invisible.
R. Los tres clásicos son Gangotena, Gonzalo Escudero y Jorge Carrera Andrade. De los escritores actuales me interesan Javier Ponce, Iván Carvajal, Cristóbal Zapata o Leonardo Valencia.
P. ¿De dónde viene esa fascinación por los caballos que denota La sombra del apostador?
R. De la relación entre yóquey y caballo, de la intensidad de la carrera, su emoción, de la historia que hay detrás de cada caballo...
P. ¿Cómo surge la novela?
R. El arranque son tres imágenes que constantemente me venían a la cabeza. La primera es la de un jóckey que cae bruscamente asesinado en plena carrera en un hipódromo. La segunda, con tintes incestuosos, es el de Sofía, una de las protagonistas, sirviendo una taza de café a su padre. La tercera imagen es de una fotografía donde aparece un hombre encerrado en una habitación con un caballo.
P. ¿Le interesa la fotografía?
R. Sí. El narrador de La sombra del apostador mantiene una relación íntima con las fotografías de algunos asesinos. Además, me fascina la congelación del tiempo. Me atraen las fotografías antiguas y los personajes anónimos que se descubren en algunas de ellas. Es una fuente inagotable de inspiración de la que he echado mano en más de una ocasión para inventar una historia. Una fotografía capta un gesto y un instante en el tiempo, en cambio, en la literatura, el tiempo parece estar siempre en movimiento.
P. ¿Y cómo es su literatura?
R. Está hecha de pequeños homenajes, de alusiones a escritores como Kafka, Pavese, Faulkner, Onetti, Benet, Savater o Conrad. Se alimenta de otros libros.
P. ¿Cómo debería ser la literatura para un escritor joven?
R. A ser posible tendría que ser una labor secreta, íntima. Cuando se está empezando, ser invisible me parece sano. No por tener una historia que contar hay que suponer que le interesa a todo el mundo.
P. ¿Qué nombres le interesan de las letras españolas?
R. Juan Marsé, Javier Marías, Félix de Azúa, Juan Benet, María Zambrano, Carmen Martín Gaite y Hortelano. Entre los poetas prefiero a Pere Gimferrer, Carnero, Valente y Cernuda. Creo que los mejores escritores españoles son los que han leído a Borges.
P. Y además de Borges, ¿de quiénes bebe su literatura?
R. De Juan Benet y Juan Carlos Onetti.
P. Usted es muy crítico con la crítica literaria. ¿Por qué?
R. Creo que la crítica debe existir. Por suerte, los lectores se manifiestan, discuten. Eso es una forma de crítica. A partir de ahí se ha ido desarrollando ese arte que trata de desbrozar zonas oscuras para el lector. Pero la crítica debe ser generosa, debe iluminar, buscar la seriedad y tener detrás una profesionalidad ética. El crítico puede hundir o engrandecer a un escritor, pero nadie tiene la última palabra.
La sombra del apostador y El viajero de Praga. Javier Vásconez. Punto de Lectura. Madrid, 2002. 238 y 396 páginas. 5,99 euros cada uno.
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