La transmutación de las almas
El Juli cubrió con facultades y espectacularidad el tercio de banderillas del quinto, con el que comenzó en los medios completamente fuera cacho, perfectamente acomodado en la distancia de seguridad y adornándose pintureramente. Lo mejor, dos naturales de frente en series de uno. A la hora de matar, atravesó al toro desde fuera. En el segundo, de poca fuerza, faena sin argumento rematada en los bajos.
La precocidad taurina de El Juli sólo fue comparable a la de Gallito. La renovación que trajo con el capote era suspirada por los aficionados más rancios y el pundonor y la entrega con espada y muleta, ejemplares. Hubo general acuerdo en que nunca banderilleó exquisitamente. Olvidada la variedad de capa, oculto en la lejanía con la muleta y echándose fuera a la hora de matar, ¿qué queda de El Juli? Sólo El Tato, caso claro de baile de almas. Esperemos que sólo sea un bache.
Casillón / Mora, Juli, Almería
Toros de El Casillón, blandos en general y dos inválidos. Eugenio de Mora: ovación y silencio. El Juli: aplausos y oreja. Jesús Almería: silencio en los dos. Plaza de Almería, 29 de agosto. 5ª de abono. Tres cuartos de entrada.
Ser torero es difícil, hacerse torero en Almería casi entra en lo épico, y lograrlo, auxiliado por una cuadrilla como la que ayer acompañó a Jesús Almería, misión imposible. Las ilusiones no pueden ser despachadas de un plumazo, pero también sería cruel alentar milagros. Jesús Almería, tras dos tercios para olvidar, se quedó solo y, para mí, que algo desamparado. Llegó un toreo de buen aire, quizá sólo de aire, por la distancia y la pérdida de terrenos, toreo de acompañamiento, sin someter. Mal a la hora de matar: lo peor es que, al cobrar dos estocadas, volvió la cara en ambas. El sexto se inutilizó tras una voltereta y acabó tumbado con ánimos de echarse a morir.
Eugenio de Mora, que sustituía a Paco Ojeda por merecimiento de sus apoderados, desperdició un buen toro a base de llevar la mano alta, cambiar temple por latigazos, equivocar la posición y bailar constantemente, abandonando el principio de quietud. Al cuarto le dio un soponcio que lo incapacitó para mantenerse en pie y Eugenio de Mora abrevió su agonía y el mal humor de los tendidos. La figura, el colocado y el novel desafinaron en una disonancia lamentable; una sola oreja, en Almería, es fracaso.
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