Retorno a Kabul
Uno. Vuelvo a Kabul. Homebody/Kabul, la nueva obra de Tony Kushner, presentada en el Grec por Declan Donnellan, sigue dando vueltas en mi cabeza. Me pasó lo mismo con Angels in America: siempre que vaya a Nueva York veré a Prior Walter gritando 'more life!' junto a la Fuente Bethesda de Central Park. Tras Homebody/Kabul, mi respeto y mi admiración por Tony Kushner han crecido varios metros. Por su libertad como artista, por su constante deseo de asumir nuevos retos y rastrear otros puntos de vista, incómodos, 'extranjeros', y darles voz y carne, tarea hoy casi suicida en Bushlandia. De Homebody se ha dicho que parece, horrible pecado, un guión de cine. Cierto: en escena pasan muchas cosas, se abren continuas ventanas, y las frases centellean. Hay quien ha escrito que 'no aporta nada nuevo'. (Por lo visto, hay cientos de obras sobre el conflicto de Afganistán). Los más la han considerado farragosa, 'excesiva'. Sucedió lo mismo con Angels: demasiada exuberancia, demasiada pasión, demasiados 'temas'. Un omnívoro como Kushner siempre resultará molesto frente a la escuálida dieta de las 'nuevas dramaturgias', donde bastan tres vagos perfiles, una anécdota alargada y diálogos de telegrama para creer que se ha escrito una obra. Vuelvo a escuchar el fascinante monólogo, entre Pinter y Wally Shawn, de la Madre interpretada por Kika Markham. Doble viaje, en el espacio y en el tiempo, porque Kika Markham era, hace exactamente 30 años, la apasionada Anne Brown de Las dos inglesas y el amor, de Truffaut. Escucho a la Madre y veo a Kushner: los dos comparten la misma voracidad, el mismo amor por el lenguaje y por la gente. Declan Donnellan, el director, es un maestro a la hora de servir el humor y la emoción a la temperatura justa. El paseo mental de la Madre, iluminado por la perdida belleza de Kabul ('I sing to the gardens of Kabul / even Paradise is jealous of their greenery') enlaza en el montaje con la descripción de su cadáver despedazado, el terrible poema en prosa que el forense Quary Shah recita ante Milton, el viudo, y su hija Priscilla; no me había fijado hasta que lo vi en el Lliure. O el paralelo entre el monólogo de la Madre y la estremecedora diatriba de Mahala, la enloquecida y repudiada esposa del médico, la bibliotecaria pashtun que ha olvidado su propio idioma y que al final ocupará, justicia poética, su lugar vacante en la familia inglesa.
Dos. Viajes mentales y viajes físicos: de Londres a Kabul, de Kabul a Londres. Vuelos a través del lenguaje, de la imaginación como droga para escapar y sobrevivir, o de la droga pura y dura: el vuelo de Milton (William Chubb), empujado por el opio de Quango Twistleton (Mark Bazeley), el junkie que trabaja para el Gobierno británico en Kabul, un personaje de Graham Greene perdido en una trama de Don DeLillo. Tampoco he olvidado al viejo Khwaja (Nadim Sawalha), el guía de Priscilla, el poeta tajik que aprendió el esperanto en la cárcel, convencido de que iba a ser el nuevo lenguaje universal, un idioma 'sin historia y, por tanto, sin opresión'. Ni a Zai Gershi (Silas Carson), el actor que sobrevive vendiendo sombreros en un país donde el teatro, como cualquiger 'representación de la realidad', ha sido prohibido por los talibanes, y habla un idioma construido con canciones de Sinatra, heraldo de otro paraíso perdido: el país de las canciones, donde 'those days and nights / like painted kites / they went flying by'. Una escena extraordinaria, que hubiera entusiasmado a Dennis Potter. ¿Dónde estarás ahora, Zai? ¿Sigues hablando en sinatriano, sigues conservando, como un talismán, el disco que te regaló Priscilla? Pobre Priscilla: no les caíste bien a los críticos americanos. 'Demasiado antipática para ser una protagonista'. Sí: todo lo antipática que puede ser alguien que ha vivido un aborto y un intento de suicidio antes de cumplir los 25, y que llega a Kabul, como una Antígona pospunk, para dar sepultura a su madre. Kushner es un especialista en despertar nuestro interés por personajes 'odiosos': ahí sigue, vivísimo, el fascista Roy Cohn de Angels in America. El eje de Homebody/Kabul, su fuente de energía, es Priscilla (Jacqueline Defferary), su viaje y su transformación. El viacrucis de Priscilla, empecinada en encontrar a su madre y comprender sus motivos, y en salvar luego a Mahala, es el gran viaje central de la obra. Y Kushner nunca viaja en línea recta ni en busca de certezas. Nunca sabremos si la Madre murió asesinada o comenzó una nueva vida, como musulmana, en Kabul. O si los poemas de Khwaja eran mensajes en clave para la resistencia antitalibán: murió por ellos, en todo caso. Sólo sabremos que Priscilla fue a buscar a una madre y encontró a otra en Mahala, y que, gran ironía última, Mahala halló el paraíso en un pequeño jardín inglés, el jardín abandonado por una dama que soñó con otro edén en el exacto punto opuesto.
Una última pregunta: ¿alguien ha pensado en montar aquí esta obra deslumbrante? ¿Algún teatro nacional, algún centro dramático? ¿Quién se atreve a levantar esos puentes, a contarnos esos viajes, a abrir todas esas ventanas, a hacernos volar a Kabul de la mano de Tony Kushner?
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