Edipo
Stravinsky y Cocteau redujeron la tragedia de Sófocles a sus líneas más substanciales y consiguieron plasmar, en este Edipo Rey, un drama desnudo y estático, aunque no por ello menos impactante. Por eso mismo, todo lo que en la interpretación musical y en la dirección escénica contribuya a la esencialidad que guió el planteamiento de sus autores, será útil a la obra.
El claustro de la Universidad se convirtió en un marco bien adecuado. Es evidente que no tiene la grandeza del palacio de Carlos V de Granada, donde se estrenó la producción, pero las severas líneas de su arquitectura se acoplan perfectamente a la música y al texto. Las proyecciones sobre ese marco variaron mucho en cuanto a funcionalidad: desde la escueta e irreprochable conversión en escena de un teatro griego, a los angulosos haces de luz en el suicidio de Yocasta, pasando por las muy redundantes imágenes de sangre al final, o por las abstracciones de tipo biológico-geométrico que poco añadían a las líneas maestras del drama. El movimiento de los actores y del coro, sin embargo, se mantuvieron con acierto dentro de las coordenadas estáticas que el propio Stravinsky marcara para esta obra: 'advertí a Cocteau', dice en los Diálogos, 'que yo no quería un drama, sino, más bien, una naturaleza muerta'. Los personajes son aquí tanto seres humanos como marionetas del destino, y se convierten en prototipos trágicos consagrados por una historia que, a la vez, los fosiliza.
Oedipus Rex
Ópera-oratorio de Stravinsky y Cocteau sobre la tragedia de Sófocles. Solistas: Vsevolod Grivnov, Cecilia Díaz, Ángel Odena, Miguel Ángel Zapater e Ismael Jordi. Narrador: Carmelo Gómez. Orquesta Sinfónica de Valencia. Director: Joan Cerveró. Coro de la Generalitat Valenciana. Dirección de escena: Frederic Amat. Vestuario: Antonio Miró. Coproducción del Institut Valencià de la Música y el Festival de Granada. Claustro de la Universidad de Valencia, 11 de Julio de 2002
Quizás por eso no convenció demasiado el narrador que encarnó Carmelo Gómez: intentó acercar la tragedia a los espectadores más de lo que este planteamiento requiere. La aproximación es sólo temporal: habla en una lengua moderna, frente al latín de los solistas y el coro, y viste con ropa actual, oponiéndose a los arcaizantes diseños de Antonio Miró para los otros personajes. Pero la mirada que transmite ha de ser necesariamente distante, porque aquello que observa está todo petrificado. De ahí la satisfacción cuando la hermosura y el drama irradian con la misma intensidad.
Los solistas vocales cumplieron con dignidad, y Vsevolod Grivnov (como Edipo) cantó a pesar de la disfonía que le afectaba. El coro, que tiene en esta obra un peso más importante que el de los solistas, tuvo ajuste y afinación, aunque se hubiera agradecido un punto más de claridad y tensión. La orquesta, en manos de ese infatigable difusor de la música del siglo XX que es Joan Cerveró, resultó, sin embargo, algo desvaída. La historia de Edipo, la gran tragedia de quien fuera asesino del padre y amante de la madre sólo por un dictado del destino, no puede contarse blandamente. Con concisión, sí. Sin tremendismo, también. Pero esa angustia frente a la casualidad tiene en la música, quizás, uno de los cauces de expresión más factibles. Y el fraseo de los intérpretes ha de ser capaz de transmitirlo.
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