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Crónica:Tour 2002 | Tercera etapa
Crónica
Texto informativo con interpretación

El corazón loco de Stuart O'Grady

McEwen se toma la revancha en una llegada que Freire no disputó y tras la que Zabel se puso líder

Carlos Arribas

De repente el corazón de Stuart O'Grady se volvió loco. Lo supo porque el pulsómetro se puso a pitar como una tetera cuando el agua hierve. Flash, flash, una cifra increíble aparecía y desaparecía de la pequeña pantalla: 230 pulsaciones por minuto. Un salto increíble desde 120 con que marchaba hasta entonces, un momento de marcha tranquila del pelotón. Un ataque de taquicardia. Sólo faltaba esto.

Los ciclistas tienen gripe, resfriados, se mojan cuando llueve, se insolan cuando da el sol, se deshidratan a mitad de carrera (como le pasó al noruego Thor Hushvod la víspera), se caen y algunos se matan, otros se quedan paralíticos, toman curvas ciegas a 70 por hora sin saber si al otro lado de la esquina hay una montonera, se lesionan de vez en cuando, a alguno le pica una avispa y le desata un shock anafiláctico que por poco le mata, otros se congelan bajando puertos de 2.500 metros bajo una lluvia helada, se ponen a más de 100 por carreteras estrechas circulando sobre dos ruedas de un centímetro de ancho, frenan, se rozan, se dan codazos, aguantan el equilibrio, 200 ciclistas en una carretera de ocho metros, apelotonados, pegados, oliéndose el sudor, oyéndose los tacos, aguantando por el auricular a directores histéricos repitiéndoles por centésima vez que mucho cuidado, que no se distraigan que se van a caer, que atención a la curva, que ponte delante, que entra viento, que bajes a por agua, que te quites el chubasquero.... Y todo eso un día tras otro, sin descanso, sabiendo que el abandono es definitivo y que no pueden dejar de dar pedales durante tres semanas. Les pasa todo eso y encima a algunos les dan taquicardias y no pueden dejar de correr porque si se paran a descansar, a esperar que el corazón recobre el ritmo normal, nadie les espera, pueden llegar fuera de control o tienen que abandonar y dejar al equipo con uno menos. Pero no se quejan, es su oficio.

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O'Grady, pelirrojo australiano, robusto y risueño, una fuerza de la naturaleza con pecas, se asustó un poco; no porque fuera la primera vez que sufría una taquicardia, que ya le ocurrió en el prólogo, y hace unos años en el Mundial de pista, sino porque nunca se le había disparado tanto el corazón. Ni tanto tiempo. 'Han sido casi 10 minutos, pensé que no acababa nunca', confesó. Bajó al coche del médico, a ver qué podía hacer, y el doctor Gérard Porte le dispensó un masaje en el seno carotídeo que hizo que entrara en acción el nervio vago, para que se frenara el simpático. Poco a poco, se calmó. Se pasó el trastorno funcional del sistema eléctrico del corazón del sano australiano que se había disparado sin razón aparente. Tampoco es que lo de O'Grady sea nuevo, aunque nunca se había visto la crisis así, en directo, en medio de una etapa del Tour. Histórico es el corazón loco de Franco Bittossi, ciclista italiano de los sesenta, una afección que por entonces se rodeaba de un halo romántico. Ahora, no, ahora se curan con una ablación, un catéter que transmite una radiofrecuencia y organiza un atajo que salva el cortocircuito en el corazón. Un par de ciclistas, el americano Julich y el aragonés David Cañada, ya se han sometido a esa intervención, pero O'Grady no se decide.

A O'Grady le tranquilizaron sus compañeros de equipo, que le llevaron media etapa empujándole del sillín (los comisarios actuaron con flexibilidad y no hubo penalización) y se recuperó tanto que entró a disputar el sprint y acabó décimo. Lo de su corazón se quedará finalmente, es de suponer, como la anécdota de un día que vivió la revancha de otro australiano, Robbie McEwen, el sprinter superado por Óscar Freire la víspera, que ganó la etapa en una llegada en la que el cántabro, agotado por unos kilómetros previos en los que tuvo que recuperar 70 posiciones, no entró. Arrancó de lejos McEwen y aguantó la remontada del alemán Erik Zabel, quien, por lo menos, se lleva, de consolación el premio a la constancia: los 42 segundos de bonificación que lleva arañados disputando todos los sprints habidos y por haber, le han dado el maillot amarillo (la segunda vez que lo viste en su vida). Seguramente será un premio fugaz: hoy es la contrarreloj por equipos y a menos que el ONCE-Eroski lo evite, le toca a Lance Armstrong volver a por su querida prenda.

McEwen supera a Zabel en la línea de meta.
McEwen supera a Zabel en la línea de meta.REUTERS

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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