Bravos y encastados
Bravos y encastados fueron los toros de Adolfo Martín, y tristes y torpes los toreros. Así de paradójica es la vida del aficionado: cuando hay toros, pues, ya se sabe, escasean los toreros.
Alguien recordaba ayer la frase que se le atribuye a Belmonte cuando un novillero le contaba el faenón que realizaría al primer toro bravo que se le cruzara en su camino: 'Pídele a Dios, chaval, que no te toque un toro bravo'.
Pues ayer hubo nada menos que seis, bien es verdad que en tonos y variedades distintas; con más o menos codicia y fortaleza, pero todos realizaron una aceptable pelea con los caballos y se fueron arriba en la muleta.
Al primero, Madroño I de nombre, de 554 kilos de peso, se le dio la vuelta al ruedo entre las aclamaciones del público. No se empleó inicialmente en el capote, acometió con alegría al cite del picador por dos veces desde los medios -la primera acudió al relance- y apretó con fijeza, mientras Victoriano García El Legionario hacía la suerte con auténtica maestría; cumplió en banderillas y repitió una y otra vez las embestidas con encastada nobleza en la muleta.
Martín / Zotoluco, Padilla, Escorial
Toros de Adolfo Martín, bien presentados, bravos, encastados y nobles. Al 1º se le dio la vuelta al ruedo; 4º, 5º y 6º, flojos. Todos fueron aplaudidos en el arrastre. El mayoral fue obligado a saludar al final de la corrida. Zotoluco: pinchazo, estocada caída -aviso- y un descabello (pitos); pinchazo, media baja y un descabello (silencio). Juan José Padilla: siete pinchazos, dos descabellos -aviso- y dos descabellos (pitos); estocada trasera y caída y un descabello (bronca). Gómez Escorial: pinchazo hondo -primer aviso- pinchazo, casi entera, siete descabellos -segundo aviso- y dos descabellos (silencio); media perpendicular y estocada (silencio). Plaza de las Ventas, 7 de junio. 24ª corrida de feria. Lleno.
El segundo, menos codicioso, embistió con la cara a media altura y se paró pronto. El siguiente, flojo, pero bravo y colaborador. El cuarto, muy bien picado por el mexicano Efrén Acosta, empujó con fuerza y acusó pronto una incipiente invalidez. Le avivaron las banderillas, aunque colaboró poco. El quinto fue masacrado en varas, pero embistió con alegría, y el sexto, el más soso, mantuvo el buen nivel.
Lo dicho: en una gama de claros y oscuros, una buena corrida de toros, brava y encastada, para disfrute de los aficionados y gozo de espadas valientes y artistas.
Pero la dicha nunca es completa. El año pasado, las llamadas figuras se atrevieron con estos toros y el experimento no funcionó. Ahora, se apuntan toreros valentones y bulliciosos, y tampoco.
El problema es el toro bravo y encastado, que exige toreros de calidad. No sirve el diestro valeroso capaz de establecer una lucha sin cuartel con una alimaña, ni el joven poco experimentado que busca una oportunidad.
El bravo primero le tocó a Zotoluco. Toda la vida pidiéndole a la Guadalupana un toro bravo y, cuando ocurre, pasa el mal trago de escuchar una pitada mientras su oponente recibe aclamaciones. Belmonte era un hombre inteligente. Y Zotoluco, un torero con muy escasos fundamentos artísticos. Estuvo muy por debajo de su lote, desbordado siempre, con un toreo ventajista y vulgar.
Padilla sale de la feria con muy poco crédito. Tampoco le sobra calidad al jerezano, por no decir que no tiene ninguna. Banderilleó mejor al segundo que al primero, pero, muleta en mano, es un horror difícil de digerir. Además, estuvo rematadamente mal con la espada en su primero.
Y a Gómez Escorial se le nota que está poco placeado y que tampoco Dios lo ha llamado por el camino del arte. Una pena, pero así parece. Se le presentó una oportunidad y la aceptó para solucionar su incierto futuro. Pero no sonó la flauta. Lo que sonó fue la bravura de sus dos toros, a los que trasteó con desorden, vulgaridad y mil ventajas.
Pedidle a Dios que no os toquen más toros bravos, por favor.
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