Culebrón comprimido
La publicidad lo anuncia como una comedia sexual, pero se trata en realidad de un vodevil de apariencia atrevida, de ésos que le salían mucho mejor a Alfonso Paso por su mayor dominio del teatro. La anécdota es bastante inverosímil, no en su planteamiento pero sí en la ligereza de su desarrollo, y esta historia de un matrimonio que funciona sobre un negocio común en el que el marido, mister 23 centímetros de lo que ustedes fácilmente se imaginan, pone propiamente la carne en el asador, es bastante tonta en sí misma, oscilando entre la revista del antiguo teatro Alcázar y la crudeza finsemanera de algunas telebasuras. En fin, todo va sobre ruedas en la pareja hasta que la mujer, celosa ante la excelencia profesional de su marido (¿no les suena esto al Mariano Ozores de la época del destape?), confiesa que en una ocasión en la que el semental por oficio prestó un servicio de una semana de duración, ella le fue infiel con un joven pintor, lo que basta para que el chico monte en cólera y decida fugarse con una de sus clientes.
23 centímetros
De Carles Alberola y Roberto García. Intérpretes, Pedro Mari Sánchez, Isabel Serrano, Teté Delgado, Ana Labordeta, Vicente Díez. Iluminación, Ignasi Morros. Vestuario y escenografía, Montse Amenós. Música, Carles Puértolas. Dirección, Josep Maria Mestres. Teatro Olympia. Valencia.
Hay otros enredos, casi todos de la misma índole, incluido un numerito no consumado de mariquitas, todo en un tono -y en un montaje resueltamente festivo- que permite al espectador no tomarse en serio nada de lo que ve. Tanto mejor así, pues de lo contrario hasta el más bobo repararía en la escasa sustancia de lo que se le cuenta, donde el derroche de ingeniosidades no basta para ocultar el fiasco del armazón. Más interés tiene observar cómo autores todavía jóvenes se resignan a imitar lo peor de unas fórmulas encanecidas que deben más a las terribles comedias de la transición de Alfredo Landa que a figuras como Mihura o Jardiel. Y no es por hacer distingos a estas horas entre teatro comercial y de otra clase, sino entre el que tiene algún interés y el que se limita a reproducir lo más tedioso de los éxitos antiguos, por más internet que se le eche al asunto.
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