El rastro del poeta
MAL LEÍDO, mal enseñado en las aulas, mal comprendida su personalidad, tachado de ególatra, de cortesano en su primera época literaria, de reaccionario después, de demagogo más tarde, de demente en su última y quizá más esplendorosa etapa poética, y de viejo reblandecido al final, Victor Hugo sigue, pese a tanto obstáculo extraliterario, apareciendo como un creador descomunal cuyos geniales hallazgos y desconcertantes desatinos determinaron de manera poderosa las literaturas occidentales no sólo del siglo XIX sino también las del XX. Es más, por lo que respecta a la poesía en lengua castellana, la huella de Victor Hugo, del Victor Hugo que revoluciona el lenguaje poético y lo proyecta hasta la modernidad, da sus mejores y ricos frutos en el siglo XX que en el anterior, el propiamente romántico. Su influencia en la obra de los poetas románticos españoles es, desde el punto de vista textual, más bien escasa. Otra cosa es el posible peso de la 'hugolatría', de la moda Hugo, en la producción romántica peninsular en lo referente a temáticas abordadas por nuestros poetas del XIX con el cultivo de géneros como la leyenda y la oriental, centrados, respectivamente, en asuntos históricos medievales y en elementos exóticos pertenecientes al mundo árabe, hindú, persa, etcétera, como es el caso de Juan Arolas y de Zorrilla, entre otros. Sin embargo, se trataría de una influencia compartida con Goethe, y, en todo caso, adscrita a una cuestión más que discutible como es la, a su vez, influencia del romancero español en la obra de Victor Hugo, conocedor de los cantares de gesta medievales (su padre, el general Léopold Hugo, llegó a España en 1808, acompañando al rey José Bonaparte, y en 1811 se instaló con sus hijos en Madrid) y desaforado mitificador del carácter y la historia peninsulares (sirva Hernani como botón de muestra). Hay que matizar que la atracción que por Oriente experimentan buena parte de los poetas románticos europeos no atañe a lo que hoy día entendemos por oriental, sino que incluía elementos históricos y culturales del pasado de países como Grecia y España ('Car l'Espagne c'est encore l'Orient', escribía Victor Hugo en el prólogo de Las orientales, 1829), y, en la tradición española -y en su utilización por parte de los poetas románticos- lo oriental se corresponde con lo morisco, presente ya en la literatura española del XVIII y que reaparece en el XIX en calidad de 'oriental'. Aunque, importa no olvidarlo, 'oriental' es, para Zorrilla, 'naturalmente, lo andaluz'.
Pero, dejando de lado la cuestión temática, ninguno de los poetas citados se impregna de las características que hace de Hugo uno de los grandes poetas de la historia universal de la literatura: su genio verbal, su impresionante poder de creación rítmica y sonora, su casi sobrehumana capacidad visionaria y su vocación totalizadora del poema, desarrollada de manera espectacular en Los castigos y La leyenda de los siglos. Aspiración épica, esta última, que sí movió a algunos poetas en lengua castellana: alentó al Espronceda del inacabado El diablo mundo al intentar desarrollar la historia de la humanidad a través de su protagonista, Adán; al Campoamor de El drama universal (1877), en la poesía catalana, al Verdaguer de L'Atlantida (1877) y, en Lationoamérica, es la voluntad épica que inspira al argentino Esteban Echevarría, cantor de la Pampa, y, algo más tarde, al ya tocado por el parnasianismo José María de Heredia en los 118 sonetos que componen Los trofeos (1893), evocación de cuatro periodos históricos (el mundo griego, el romano, el de la Edad Media y el renacimiento) y de sus correspondientes civilizaciones. Sin embargo, la impronta verdaderamente poética de Hugo, la huella de su maestría versificadora, su genialidad sonora y plástica no se traslada al verso castellano hasta la aparición de otro monstruo poético: Rubén Darío, quien no se cansó de declararse tributario del autor francés ('y esto pasó en el reinado de Hugo / emperador de la barba florida', escribe en un poema de Prosas profanas). En la extraordinaria innovación que el verso de Darío supuso para la poesía castellana (su pasión por el ritmo, la flexibilidad métrica, su cromatismo, su voluptuosa imaginería) está presente la labor revolucionaria de la escritura de Hugo en su aspecto puramente literario, verbal. Y, curiosamente, es a través de Darío, del modernismo, como Hugo influye en la poesía castellana del siglo XX, desde Juan Ramón y Manuel Machado al Neruda épico y telúrico (amén del Neruda político y público, quizá última encarnación del papel social del poeta como defensor de los débiles sin voz que Hugo que representó por primera vez) hasta -en una síntesis más que improcedente- la poesía civil (no social) del primer Alberti y de Hernández, y algunos aspectos de la poesía de Gimferrer (la imagen como elemento gestor de significado, de sentido, y la preponderancia de lo onírico, valor poético por el que los surrealistas franceses revalorizaron a Hugo) y aun de Carlos Barral (en Metropolitano, marcado, evidentemente, por Mallarmé, quien, a su vez, tanto debe al cuestionamiento -eminentemente moderno- que Hugo hizo del lenguaje). Aunque, tanto en Barral como en Gimferrer, forzoso es subrayar el eco de otros deudores de Hugo: Baudelaire y el Saint-John Perse de Anábasis.
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