El arte de ganar
Saber ganar un partido igualado es un arte. Dominar los entresijos de esos últimos minutos decisivos supone traspasar la barrera entre un buen equipo y uno grande, dejar de ser un animador para aspirar a los títulos. En esos instantes, cuando la técnica se junta más que nunca con la psicología, un equipo debe demostrar su mayoría de edad, su capacidad competitiva. Si la táctica siempre está supeditada al talento de los jugadores, entonces queda a su merced. Hace años, los Lakers de Magic Johnson perdían a falta de pocos segundos por un punto. Pat Riley, su entrenador, pidió tiempo muerto y explicó a todos lo que hacer. Menos a Magic. Iban a volver a la cancha cuando éste le preguntó: '¿Qué hago? '¿Tú? Ganar el partido', le respondió.
La teoría de cómo decidir un partido igualado seguramente daría para un libro de 500 páginas, pero su resumen está encerrado en esa historia. Lo que un equipo necesita es que todos sus componentes sepan lo que tienen que hacer dependiendo de las circunstancias, lo que resulta labor del entrenador y también del conocimiento del juego de los deportistas, no siempre a la altura de lo que se supone. Y, por supuesto, contar con un ejecutor, un terminator. Lo que ha distinguido a Michael Jordan y le ha colocado por encima ha sido su poderío al jugar esas últimas posesiones, su inacabable lista de canastas decisivas. Pero no nos vayamos al rey de reyes. El secreto del historial de los yugoslavos se ha cimentado en Kicanovic, Delibasic, Petrovic, Kukoc, Danilovic, Djordjevic..., grandes artistas que se encontraban en su salsa cuando a los demás el peso de la responsabilidad les encogía el brazo y el corazón.
El Unicaja ha dicho adiós a la Euroliga porque ha naufragado en ese terreno vital. Seis de sus siete derrotas han sido por cinco puntos o menos y tres por uno. Cuando el resultado se repite tanto, no hay excusa tipo árbitro, mesa o suerte. El Unicaja es un equipo bien armado y coherentemente dirigido, pero no es fiable en las grandes ocasiones.
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