Óscar Freire, al asalto de la Copa del Mundo
El bicampeón mundial ha asumido con naturalidad el liderato en el Mapei, cree que podrá puntuar en nueve de las diez pruebas y espera competir, por fin, sin problemas una temporada completa
Óscar Freire siempre ha sido muy suyo. Ajeno a las modas. Determinado. Único.
Andan algunos proclamando la necesidad de entrenarse en invierno más horas que nadie, de acumular kilómetros como si el ciclismo fuera una competición de camioneros, de a ver quién recorre más al día, a la semana, al mes o al año; anda la gente santiguándose ante tamaños datos, tomándose en serio eso que dicen de que el animal más parecido al hombre es el ciclista por las burradas que es capaz de hacer. Andan otros profetas de la preparación sermoneando y teorizando sobre la necesidad de la fuerza, las sesiones de gimnasio, las pesas, squat, cargas y sentadillas. Anda el ciclismo dando vueltas, buscándose, creyendo en la modernidad y Freire, de 25 años, dos veces campeón del mundo, anda por Torrelavega, su pueblo.
'Dicen que sin correr el Tour no te dan el carné de ciclista. No me importa. El Tour no me hace tilín'
'Al principio, nos cerraban en las llegadas. Pero no me pasaban. Vi que no era peor que nadie'
Freire se entrena, pero no para acumular kilómetros. Se entrena como si fuera una carrera, siempre a tope, siempre intenso, entrenamientos de fuerza, como si no supiera rodar sin más. 'Me conozco', dice; 'el otro día, en Italia, por ejemplo. nos entrenamos el equipo fuerte dos días y el tercer día también había prevista un salida larga, pero yo me hice por mi cuenta sólo hora y media suave. Los demás quedaron muertos y al día siguiente no pudieron salir. Aldo Sassi, el entrenador, me dijo que bien, que había hecho bien. Yo me conozco. Pero siempre se hace menos de lo que mandan los técnicos, y no sólo yo'. Y así, mientras otros se vuelven locos en el gimnasio, musculación, cuádriceps, bíceps, masas, Freire descansa. No hace pesas: 'He ido un par de veces al gimnasio y me he aburrido'.
Eso es, Freire es un privilegiado. Un deportista genéticamente excepcional; que ni engorda ni adelgaza y que con poco entrenamiento se pone en forma. Un corredor natural que no sufre para estar entre los primeros del pelotón; un ciclista explosivo, una pequeña bomba que sabe explotar en el momento clave. Único. Único en todo. Lo sabe desde pequeño. Lo sabe todo. Todos los detalles. 'Cuando empecé de profesional, ni yo ni mi equipo éramos muy respetados en las llegadas. No nos dejaban pasar. Nos cerraban el paso', cuenta; 'así que se lanzaba el sprint y yo estaba en la segunda o la tercera fila, lejos de la primera, de los que se jugaban la victoria. Terminaba el séptimo o el octavo, sí, pero me daba cuenta de una cosa, de que los primeros no aumentaban la distancia en el sprint: si lo empezaban a cinco metros, lo terminaban a cinco metros. Nadie me pasaba. Así que sabía que no era peor que nadie. Lo noté luego vestido con el arcoiris de campeón del mundo, cuando ya ganaba'.
Único también porque él solo se ha tenido que abrir camino.
'Lo mejor que me ha podido pasar, lo mejor que me ha dado el Mundial es esto, que soy yo el que ha tomado las decisiones, que estoy donde quiero estar', dice Freire, mechas rubias, cuidadoso y prudente conductor de un BMW M3 amarillo raro, sustituto de un histórico Corsa, suave por las calles de Torrelavega, donde vive con su madre y su hermano en un cuarto piso sin ascensor y donde seguirá viviendo con su chica, Laura, cerca de licenciarse en Geografía, cuando le terminen una casa en el terreno que compró.
'Siempre ha sido así, siempre he ido solo'. Lo dice y desgrana recordando su carrera desde sus tiempos de cadete, su aislamiento en Cantabria; cómo tuvo que correr un campeonato nacional juvenil en edad cadete; cómo nunca estuvo en una selección hasta que tuvo 21 años; cómo se tuvo que tragar una mili en Mungia sin ningún privilegio de deportista de élite, guardias y más guardias; cómo en su primer Mundial, el amateur de 1997, fue medallista de plata. 'Siempre he confiado en mis posibilidades', resume.
Confiaba tanto en sí mismo que Javier Mínguez, su director en el Vitalicio, le preguntó si no estaba loco cuando, en vísperas de su primer Mundial, en septiembre de 1999, le salió el cántabro con una contraoferta que le pareció desmesurada. 'Me arriesgué cuando no era campeón, no firmé la renovación con Mínguez, y era porque confiaba en mí. Menos mal que me salió bien', relata. Ganó el Mundial y fichó por el Mapei, entonces el mejor equipo del mundo. Tres años de un contrato que ahora, después de su segundo Mundial, en Lisboa, busca mejorar, pasar del millón de euros limpios por año, y alargar un año más.
Freire es Freire, pero ya no es el mismo, dicen todos. Lo dice Freire: 'No pensaba que el segundo Mundial me fuera a cambiar tanto. También mi status en el equipo, del que se ha ido Bartoli, que era el problema, y ahora estamos mucho más tranquilos, más compactos'. Lo dice su compañero Pedro Horrillo: 'Es mucho más maduro. Sabe asumir la presión de ser campeón del mundo, un agobio que la primera temporaba le quemaba por dentro, aunque aparentemente parecía tranquilo'. Lo dice Manolo Rodríguez: 'Ya no tiene la ansiedad por ganar que sufría antes, la necesidad que tenía antes de Lisboa. Óscar ha cambiado de mentalidad, ya tiene la personalidad de un supercrack, de un deportista que cree que puede ser el favorito en todas las carreras en las que participa'.
Para Freire, que, aquejado por diversos males de rodilla y espalda, aún no ha podido disputar un temporada regular y completa, las carreras importantes no son la Vuelta o el Tour. 'Dicen todos que a uno no le dan el carné de ciclista hasta que termina el Tour', dice; 'pues a mí no me importa que no me lo den; el Tour no me hace tilín'. Las carreras importantes son las grandes clásicas, los monumentos del ciclismo. Para Freire, que cree que 2002, que ha comenzado sin dolores en la espalda, sin aparentes problemas físicos, será un año completo, el objetivo es la Copa del Mundo, la competición que comienza en marzo con la Milán-San Remo y termina en octubre con el Giro de Lombardía. 'Correré nueve de las diez, todas menos la París-Roubaix, muy peligrosa, y creo que puedo puntuar en las nueve', explica; 'así que pienso que puedo ganar la Copa del Mundo. Y, aunque no gane ninguna gran clásica, si gano la Copa del Mundo estaré muy satisfecho, porque eso significará que he podido, por fin, disputar una temporada completa'.
¿Pero a un supercrack le interesan sólo las carreras grandes? Seguro que no. Freire, en Torrelavega unos días entre concentración y presentación, se lamenta: 'Llevo cuatro días sin entrenarme por una gripe y eso me fastidia, porque no creo que pueda ganar una etapa en Mallorca, que empieza el 3 de febrero. Pero seguro que para la Vuelta a Valencia ya estoy ganando'. Un ganador, en efecto, es un ganador. Como Freire.
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