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Crónica:CIENCIA FICCIÓN
Crónica
Texto informativo con interpretación

¿Está la humanidad amenazada por explosiones de supernovas?

AÑO 2026: la inesperada explosión de supernova de Alfa Centauri se alza como un segundo sol sobre una Tierra sumida en el caos. Un pulso de radiación gamma ha destruido todos los microchips del planeta convirtiendo la Tierra en un mar de tinieblas, un mundo sin comunicaciones ni transportes, arrasado por inundaciones, fuegos y epidemias que diezman la escasa población superviviente de la catástrofe. Escalofriante argumento perteneciente al interesante dúo de novelas de ciencia ficción Aftermath (1998), y su secuela Starfire (1999), del norteamericano Charles Sheffield.

Las supernovas constituyen uno de los fenómenos más violentos y potencialmente más letales del universo. Ingentes cantidades de materia y radiación son arrojados al espacio interestelar en estas titánicas explosiones, cuya frecuencia se estima en torno a los dos o tres eventos por siglo y por galaxia. Científicos de la talla de Iosif Shklovskii o Carl Sagan habían apuntado ya la posibilidad de que una explosión de supernova podría haber desencadenado alguna de las extinciones masivas que registra la historia de nuestro planeta. En este artículo, analizaremos la viabilidad de tal conjetura.

Para que una explosión de supernova afecte potencialmente a la Tierra se requiere un evento lo suficientemente próximo, de forma que la presión ejercida por la onda expansiva supere a la presión del viento solar, que actúa a modo de escudo. Esta condición limita la zona de influencia a supernovas que exploten a distancias inferiores a unos 150 años-luz (en el caso de explosiones de supernova múltiples, la zona de influencia se amplía a unos 600 años-luz).

La confirmación de que la Tierra ha sido expuesta, en un pasado remoto, a los efectos de la explosión de una o más supernovas cercanas puede acometerse analizando la presencia, en proporciones muy superiores a las habituales, de determinados isótopos almacenados en estratos geológicos, cuyo origen sea compatible con una explosión de supernova.

Es el caso del hierro-60, un isótopo radiactivo, cuya vida media es de 1,5 millones de años, recientemente detectado en muestras de la corteza terrestre, en el fondo oceánico, y cuya presencia se ha atribuido a una explosión de supernova que tuvo lugar hace unos cinco millones de años, a unos 100 años-luz de la Tierra.

En un artículo reciente, Narciso Benítez (Johns Hopkins University), Jesús Maíz (Space Telescope Science Institute) y colaboradores, analizan los efectos letales que una explosión de supernova cercana tendría en la vida terrestre. En opinión de los autores, la única fuente nociva para las especies terrestres asociada a la explosión de una supernova a unas decenas de años-luz de distancia, la constituye el elevado flujo de partículas cargadas (rayos cósmicos).

El impacto de los rayos cósmicos procedentes de la supernova con las capas altas de la atmósfera terrestre aumentaría la producción de moléculas de monóxido de nitrógeno, que son responsables de la destrucción de un apreciable número de moléculas de ozono. Los autores estiman que una supernova a 30 años-luz induciría una disminución de la concentración de ozono atmosférico de entre el 20% y el 60%, en función de la latitud. Notable, sin duda, pero no lo suficiente como para producir una extinción masiva. Sin embargo, el aumento del flujo de radiación ultravioleta que atravesaría la atmósfera al reducir la presencia de ozono, tendría un efecto importante en los ecosistemas marinos, reduciendo significativamente el fitopláncton. Aunque tal disminución es difícil de detectar en registros fósiles, debería venir acompañada por otros efectos secundarios, como la acentuada extinción de especies como los moluscos. Circunstancia de la que existen registros fósiles que datan de hace unos dos millones de años, en la transición plioceno-pleistoceno. ¿Supernovas?, no gracias.

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