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¿Bienvenida plataforma, adiós partido?

Una primera cuestión a dilucidar es si la crisis de los partidos políticos -como empresas que ofrecen la gestión de los asuntos públicos desde diferentes perspectivas ideológicas- es o no realmente irreversible y/o conveniente. Sin ser politólogo ni experto en tan procelosas cuestiones, no parece especialmente arriesgado compartir la creencia general de que los partidos políticos necesitan, como mínimo, una profunda operación de lifting si pretenden recuperar su papel de intermediación política en las sociedades contemporáneas y, sobre todo, en aquellos países que han alcanzado unos niveles de renta per capita y calidad de vida razonables. Necesidad que surge de su evidente burocratización y del desarrollo del síndrome de la mediación, enfermedad ésta común a gran número de organizaciones 'representativas' (sindicatos, organizaciones patronales, asociaciones de vecinos).

El síndrome de la mediación no es otra cosa que la primacía de los intereses de los representantes sobre los de sus supuestos representados. Cuando alguien adquiere la condición de representante, su interés objetivo es mantenerse en dicha situación habida cuenta de la ventajas materiales y morales que comporta: una remuneración más que aceptable (sobre todo si se procede de niveles inferiores de cualificación); una notable proliferación de conocidos y amistades, con frecuencia peligrosas; un crecimiento del ego paralelo a la experiencia de 'mandar' y, también, los 'pequeños detalles' (el chófer, el disfrute de la restauración ....). Resumir todo esto en la conocida expresión de la 'erótica del poder' es lícito (sobre todo cuando el poder se utiliza para incrementar el desarrollo de la sexualidad), pero desagregar los componentes permite comprender mejor el conocido apego a la silla.

Si el síndrome se generaliza, los intereses del 'partido' son cada vez más los intereses de mantenerse en activo por parte de sus componentes y cada vez menos los de servir los intereses de los que han depositado su voto y confianza. Las macabras maniobras de los aparatos, el ombliguismo y la aversión al riesgo alejan a los partidos del interés del personal, con la inestimable ayuda de no pocos media, muy interesados en difundir aquello de que 'todos son iguales', caldo de cultivo idóneo para la abstención y el mantenimiento de la derecha en el poder.

'Virtudes' propias y vicios ajenos coadyuvan al desinterés y a la despolitización. La deflación de los censos de militantes cuando se comprueba quienes están 'al día' en el pago de las cuotas es todo un síntoma como lo es la escasa presencia de menores de treinta años en los partidos políticos. Sólo en la derecha la cosecha de cachorros parece más abundante porque el pesebre manda. En cambio en los partidos de izquierda el efecto 'tapón' es más notorio.

Con todas las matizaciones que sea preciso realizar, la 'crisis' de los partidos políticos es algo más que una muletilla o lugar común. El problema reside, claro está, en el 'recambio'. Porque la democracia es el menos malo de los sitemas políticos conocidos y su práctica requiere que, como mínimo, el personal elija cada cierto tiempo a sus representantes. Debería requerir muchas más cosas pero no nos pongamos exigentes. Vistos los males que aquejan a los partidos políticos, la cuestión es si partidos y 'plataformas' son bienes sustitutivos o complementarios. Si las plataformas son meras coaliciones de partidos, sirven, sobre todo en la izquierda, para simplificar el panorama, no regalar votos a la derecha e intentar convencer a la ciudadanía que todavía existe capacidad de consenso. Pero es difícil que, si no existe un proceso previo de convergencia ideológica, no se diluya el 'mensaje' y es probable que las disensiones no tarden en aparecer. Si las plataformas son variopintas amalgamas de militantes, simpatizantes, independientes y faunas similares tienen el indudable interés de la policromía y de conseguir que gente 'desengañada' vuelva a ilusionarse. La experiencia de 'ciudadanos por el cambio' de Maragall fue positiva y ejemplarizante aunque su empuje inicial se ha ido diluyendo con el tiempo. Las plataformas, además, pueden capitalizar el voto y la participación de lo que los franceses (siempre maestros en el arte de inventar y acuñar nuevos vocablos) denominan bobo's (burgois bohème), aunque esta especie es menos abundante por estos lares que por París.

A pesar de sus indudables atractivos, el problema de las plataformas radica en su falta de estructura, organización y mando, principios sin los que es muy difícil articular discursos comprensibles y con posibilidades de alcanzar el respaldo mayoritario. La diversidad de 'matices' ideológicos enriquece pero también dificulta en gran medida la formulación de un 'programa común' que no sea un galimatías o el sumatorio confuso y contradictorio de las pretensiones de todos los integrantes. Las plataformas funcionan mejor como organismos de resistencia que como fórmulas organizativas alternativas. E, incluso, para resistir (la especia autóctona de los 'salvem', lo demuestra), no siempre gozan de la vertebración y claridad necesarias.

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Al final de tanta perorata, me doy cuenta de que carezco del bálsamo de Fierabrás ni carta de tahur en la bocamanga. Desearía que los no afiliados - esto es, la inmensa mayoría de los ciudadanos- pudiéramos contar con partidos políticos realmente modernos e innovadores, que nos devolvieran la confianza en que dedicarse a la res pública es un ejercicio noble a la par que necesario. Unos partidos políticos que se patearan el país y sus calles, que se despojaran de 'profesionales', que se esforzaran por ofrecer alternativas atractivas en una sociedad donde la caja tonta y el individualismo hacen estragos, donde a cualquier aprendiz le llaman especialista, donde cualquier tonto hace relojes de maera, donde priva la picaresca y la ley del embudo, donde la política virtual (hacer como que o como si) se impone a la real. Unos partidos políticos ilustrados en la mejor tradición de tan noble movimiento. Pero los sueños, sueños son.

Josep Sorribes, es profesor de Economía Regional y Urbana de la Universidad de Valencia

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