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El fútbol rinde honores a un jugador irrepetible

La metáfora del desencanto

Los ciudadanos de los países más remotos, cuando alguien dice ser 'argentino', responden: 'Ah, Maradona'. Ésa es la identidad del mundo con él. ¿Pero qué ha sido y es Maradona para su propia gente? El portavoz de un sueño alado, heroico, perfecto, pero herido y derribado por los disparos de un sombrío enemigo. Su vida es la metáfora más luminosa para entender de modo brutal el desencanto de la sociedad. Tal vez, como el heredero de un reino nauseabundo, sea el mito que funde en los fuegos de su tragedia el inacabado drama del ser o no ser argentino.

Es que Maradona iba para cuento de hadas. Nacido el 30 de octubre de 1960 en el humilde barrio de Villa Fiorito, al otro lado del maloliente Riachuelo que divide a la capital federal con la provincia de Buenos Aires por el Sur, era uno más de ocho hermanos, el primer varón tras cuatro mujeres y, como tal, destinado a la miseria que acosaba a los vecinos del lugar si ninguno lograba domar en los baldíos pedregosos ese balón de goma encabritado que sólo se reconoce y se somete ante los elegidos.

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Aún queda por contar una historia poco conocida de entonces, cuando nadie sabía que el Pelusa sería elegido para suceder a los dioses: Moreno, Sivori, Di Stéfano, Méndez, Sastre, Martino, Onega, Rojas, Kempes.... Era un balón a un niño pegado. Iban siempre juntos. Un día la pelota rodó y cayó en el pozo ciego de la cloaca. Y Diego, con él, adentro. Un tío le sacó lleno de mierda, pero abrazado a su balón. Todo estaba ya escrito.

Si él hubiera decidido por sí mismo, probablemente habría ido a parar a las divisiones inferiores del Independiente para seguir los pasos de su ídolo, Bochini. Pero este club es uno de los cinco grandes argentinos y no se correspondía con la peripecia del héroe. Tenía que ser uno de los modestos: el Argentinos Juniors.

Después, todo se sabe. La televisión le descubrió pronto porque hacía malabarismos con el balón en los descansos. Ganó su primer título con los cebollitas y, diez días antes de cumplir los 16 años, debutó en Primera. Sucedió el 20 de octubre de 1976 al comenzar la segunda parte del partido que el Argentinos perdía y perdió, 0-1, frente al Talleres de Córdoba. El 10 o Dios, como le dicen ahora, probablemente siga intentado cumplir con las instrucciones de aquel entrenador, Juan Carlos Montes: 'Juegue como sabe y, si puede, tire un caño'.

Maradona marcó 116 goles en 166 partidos con el Argentinos, pero el primer título de la Liga le llegó cuando pasó al Boca Juniors, en 1981, en el que sumó otros 35 en 69. Era un pequeño rey mago: las jugadas deseadas, goles de leyenda, el primer campeonato mundial juvenil para Argentina en 1979, triunfo sobre Inglaterra con un gol con la mano y el otro para la historia, la conquista de la Copa del Mundo de 1986 en México sin las dudas de 1978, la Liga y la Copa italianas y la de la UEFA con el Nápoles, la eliminación de Italia en el Mundial de 1990 y la despedida de los Mundiales con un golazo frente a Grecia en 1994.

Pero para entonces ya estaba consumido por la cocaína. Intentó el retorno una y otra vez tras las suspensiones que le aplicaba la FIFA, pero el camino se le hacía cada vez más largo y duro. Cuando por fin regresó al Boca, el 7 de octubre de 1995, después de haberlo intentado en el Sevilla y el Newell's, las masas desbordaron todas las previsiones. Ése fue el verdadero homenaje nacional y popular a su figura. Sólo comparable al regreso del líder político Juan Perón al país tras 18 años de exilio.

Maradona fue, sí, el Perón de los 90. Y ahora es un líder posmoderno tatuado con las imágenes del Che Guevara y de Fidel Castro y volcado a la izquierda extrema desde que inició un tratamiento de recuperación en Cuba tras la crisis cardiaca por una sobredosis de droga que sufrió hace dos años. Un virus informático procedente de las chabolas que cuelga el sistema con sus declaraciones contra los personajes más representativos del poder mundial, desde el Papa hasta el presidente de Estados Unidos.

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