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Crítica:MUSICAL | 'MY FAIR LADY'
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

¡Salió muy bien!

La noticia es que, por fin, un musical complejo, con multitudes en el escenario y decorados continuamente cambiantes, salió bien, sólo con algunos de los leves tropiezos propios de un estreno, que incluso dan realidad al teatro. Hay que añadir que es uno de los más coherentes del género, que tiene una música grata y con calidad, y que tenía peligrosos antecedentes con los que concurrir.

El texto es importante: está basado en el de Pigmalión, de George Bernard Shaw, en el que el gran irlandés intentaba demostrar que la superioridad de las clases sociales (Londres, antes de la Primera Guerra Mundial: estrenada en 1912) era solamente una cuestión de idioma y maneras que cualquiera puede adquirir en seis meses: un personaje pintoresco y divertido es un predicador de la moral del pobre y de sus costumbres, una especie de ácrata, aunque entonces podía identificarse con el socialismo llevado al sarcasmo. Al convertirlo al musical -después de numerosas experiencias de cine- algo se dulcificó, pero las bases se conservan, y las mantienen también Artime y Azpilicueta en su versión castellana. Es la historia, me permito recordar, de la florista de barrios bajos a la que un foniatra extravagante convierte en una bellísima mujer de la mejor sociedad, que puede ser tomada por una princesa. En la obra de Shaw, la nueva adquisición de la alta sociedad se casa con un inútil y guapo caballerete; en la musical, es el profesor Higgins el que se queda con su pupila, y yo presiento un mal final a ese matrimonio perfectamente incompatible, pero que puede pasar por un final feliz. Numerosas escenas del musical han sido cortadas: aun así, quedan tres horas de representación que cansan más a los protagonistas, que no paran un momento, que al espectador. Sobre todo en una noche de estreno donde los espectadores son de la profesión y asimilados: se ven, se besan, hablan de sí mismos y aplauden y gritan con un entusiasmo que no podrán imitar, por mucho que les guste -y les gustará-los espectadores de diario.

My fair lady

De Alan Jay Lerner y Frederick Loewe. Versión española de Artime y Azpilicueta. Intérpretes: José Sacristán, Paloma San Basilio, Carmen Bernardos, Nicolás Dueñas, etcétera. Dirección musical: Alberto Quintero. Dirección artística: José R. de Aguirre. Dirección de escena: Jaime Azpilicueta. Teatro Coliseum. Madrid.

El trío principal es bueno. No hablemos de Paloma San Basilio y de Pepe Sacristán, que son de primera magnitud y están muy bien: Juan Crosas hace el papel del padre de la chica, el predicador de la inmoralidad como ética necesaria; y el joven tenor Víctor Díaz. Se puede ver en ellos a los representantes de toda la compañía, cada uno en su puesto, hasta unos coros de voces y de baile en los que se adivina que cualquiera será protagonista, si tiene la suerte y las mañas necesarias: la calidad está ahí. Lógicamente, se debe mucho a los directores, y a los técnicos que mueven los decorados en silencio y con prontitud; a los figurinistas que les visten.

Hay, sin embargo, un problema que señalo en esta ocasión como debía hacerlo en otras: los micrófonos. Este teatro es grande, pero es de buena acústica: he visto en él grandes espectáculos de zarzuela y revista, con actores no más vivos que éstos, que trabajaban sin micrófono -no se lo hubiese tolerado el público- y sus voces llegaban admirablemente. Hay un problema que se refiere a los actores: deben defender su profesión teatral, y parte de ella consiste en sus voces naturales y en que no suenen como si fueran de una película doblada o de una transmisión por televisión. Su diferencia con el cine es su presencia humana, y una esencia de ella es la voz. Parte de este problema está en los empresarios: ya que utilizan micrófonos, que lo hagan bien, que gasten algún dinero en captar y emitir el sonido, de forma que no salgan todos los personajes de un mismo punto y todos con agudos y bajos un poco aplastados cuando hablan.

El público que vaya a llenar este teatro no se lo va a reprochar, seguramente, y va a estar a gusto con la representación, como lo estuvieron los que acudieron al estreno, entre los cuales me incluyo.

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