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Entrevista:Philippe Sollers

'Hoy la pornografía es la aliada del puritanismo'

El ensayista y narrador francés asegura que '¡la conspiración existe!', y las creencias de esas fuerzas ocultas que rigen el universo las comparte el protagonista de su novela Pasión fija. Autor de más de 40 libros, en este último traducido al español habla de una felicidad erótico-sentimental y dice que un libro es una experiencia de vida, lo que le permite criticar la sociedad y el orden del mundo.

'Mis lectores son pocos, quienes se dejan llevar por la fuerza de los libros no abundan, quienes confunden la literatura y la vida son aún más escasos'

Es difícil de imaginar cuándo Philippe Sollers (Burdeos, 1936) encuentra tiempo para escribir a pesar de que él mismo lo cuenta en sus libros. Entre dos aviones, en su despacho, mientras espera que llegue una cita, de noche, mientras su amante duerme, al mismo tiempo que lee. No parece distinguir entre leer y escribir, para él son un mismo acto y de ahí que sus textos estén repletos de citas, que se dejen invadir por la voz de otros autores. ¿Intertextualidad, como diría un plagiario con mono de cargo? No, porque en Sollers los préstamos son evidentes, reconocidos, homenajes, pastiches, se integran en el propio flujo verbal-escrito, interrumpido de vez en cuando por grandes risotadas, las del bufón que convive con el poeta, teórico que se ríe de las teorías. Pasión fija no es su último libro en francés -difícil decir eso de quien lleva publicados más de cuarenta títulos-, pero sí el último traducido al español. Su protagonista pasea a lo largo de sus casi trescientas páginas su felicidad erótico-sentimental y su visión sarcástica de un mundo que él estima regido por fuerzas ocultas.

'¡Claro que la conspiración existe!', dice Sollers al tiempo que estalla en una carcajada. 'Mi protagonista también lo sabe, comparte mi visión paranoica del universo contemporáneo, es capaz de descifrar lo que ve pero, sobre todo, se interesa por lo que no se ve, por lo que nos ocultan'. El poder no tiene rostro. 'En el siglo XVIII se servía de la superstición, del fanatismo, del oscurantismo, para controlarlo todo. Hoy las armas son otras, ya sea el terrorismo o la devastación del planeta. La infamia toma formas distintas, pero sigue gobernando. Lo convierte todo en mercancía. Se sirve de la pornografía para quitarle al sexo todo lo que tiene de alegre, de liberador'.

El relato salta de la reflexión personal al elogio y descripción detallada de Dora, la compañera amada del narrador. 'Y la describo varias veces. ¿Acaso hay algo mejor que la mujer que se ama?', pregunta un Sollers al que aburren las novelas. 'Las historias monovalentes son tediosas. Cojo al personaje y lo pongo en situación, en un lugar preciso, pero luego lo hago derivar, nos vamos hacia otros lugares y géneros. Pero los personajes son de verdad, tienen un cuerpo y una biografía, existen. La cuestión es que hay que ser plural, fragmentario. Un libro no es una película, un libro es una experiencia de vida', concluye.

A Sollers le gusta participar en los debates contemporáneos, hablar de fecundación artificial, de genética, del Papa o de política. Es francés en la medida en que Francia es un país que se soñó universal. Habla de sí mismo desdoblándose, distinguiendo entre el escritor y el personaje. 'A Philippe Sollers las cosas le van muy bien, la gente dice apreciarle mucho, pero a mí, como a Jean Luc Godard, como a muchos artistas, son muy pocos los que me conocen aunque sean muchos los que me reconocen. Mis lectores son pocos, quienes se dejan llevar por la fuerza de los libros no abundan, quienes confunden la literatura y la vida son aún más escasos. Sabe, he escrito y escribo mucho, lo hago deprisa pero con mucha intensidad. No puedo pasar un día sin escribir, me siento mal cuando sucede, desgraciado'. Y eso sí está en contra de la naturaleza misma de Sollers, que reivindica para sí y para sus protagonistas una insolente capacidad para ser felices. 'La felicidad existe. Decirlo, hoy, es casi una blasfemia. Hay que saber escapar a la instrumentalización, a la mercantilización. Por eso defiendo la clandestinidad, el secreto, mis protagonistas viven su historia al margen del poder. De lo que se trata es de no verse enrolado en ningún grupo, de no formar parte de los homosexuales, los pedófilos o los jugadores de bridge, de escapar a la clasificación, a la camiseta de uniforme'.

Pasión fija puede leerse como un libro repleto de claves, de referencias a personajes reales, a figuras del mundo de la política, la cultura o las artes en Francia. Uno de ellos responde al nombre de François, amigo íntimo del protagonista, y no es difícil identificar en él un trasunto de Guy Debord, la gran figura del situacionismo y cómplice de Sollers en muchas de sus distintas aventuras. 'La referencia a Debord es transparente. Es un hombre por el que he sentido un gran aprecio y un magnífico escritor. Él comprendió que había que esperar, dejar que pasase la oleada populista, de falso anarquismo, de conformismo. Uno no puede estar siempre en contra, luchando contra todo. La estupidez fatiga y él estaba fatigado de oír tanta. Saber esperar puede ser un acto de guerra. Siempre hay gente que te incita a atacar, pero lo hacen con la esperanza de que te rompas la crisma. Una de las más hermosas canciones revolucionarias, de la Comuna de París, es Le temps de cerises, y habla de eso, de darle tiempo al tiempo mientras te preparas para cuando llegue el momento'.

La Revolución, con una R mayúscula, es un tema que recorre, de manera subterránea, todo el libro. 'Que se sepa, hasta ahora la única Revolución en el mundo que ha triunfado es la Francesa. Decir que el siglo XVIII es un siglo francés es una evidencia, casi un pleonasmo. La soviética fue un mero plagio y un plagio malo. Pasión fija arranca después de un nuevo fracaso revolucionario, Mayo del 68 probablemente, y con el narrador en plena crisis sentimental. Duda, quiere suicidarse, piensa en lanzarse al Sena, pero luego no lo hace, se limita a cruzar el río, a instalarse a la otra orilla, del otro lado. Es una metáfora transparente'. Y sus erráticas andanzas le llevarán a encontrarse con Dora, la abogado, y con Clara, la pianista. 'La música, el referirme a la música, a su lenguaje, me ayuda a inventarme una lengua narrativa, a desenclavar el idioma francés de cierto academicismo. Y el placer, el sexo, también entra en ese juego, con todo su poder de transgresión. Hoy la pornografía es la aliada objetiva del puritanismo. El poder, para neutralizar su potencial destructivo y liberador, ha convertido el sexo en algo obligatorio, triste, gimnástico, sórdido, previsible cuando puede ser todo lo contrario'.

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