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A LA MANERA de Lucía Etxebarría | GENTE
Columna
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MOJADA

Para reponerme de unos meses en Aberdeen, me instalo en Ibiza, en casa de una amiga. De madrugada, recito entre susurros uno de los poemas de Alejandra Pizarnik: 'Y el tiempo estranguló mi estrella'. Observo el bullicio de la calle y recuerdo los tiempos en los que salía cada noche. Con la vida social me ocurre lo mismo que con las relaciones sentimentales: paso de intensos periodos de bulimia a inesperados episodios de anorexia. No se trata de una crisis hormonal, sino de una neurosis que ni siquiera Lacan habría sabido diagnosticar.

Desde el balcón veo desfilar la procesión de bisexuales en potencia camino de santuarios, más adictos al psicotrópico que al trópico que sugiere el horroroso estampado de sus camisas.

Con un despliegue de megafonía acorde con la contaminación acústica general, una sala de fiestas anuncia la finalísima del concurso Miss Camiseta Mojada. Las aspirantes tienen que contonearse bajo una lluvia de focos y dejarse regar la delantera con la camiseta puesta para parecer más sexy, mientras a su alrededor los salidos de turno les dan la brasa y jadean como mi caniche Nacho en época de celo, al borde del patatús testicular. ¿Qué tendrán las tetas que vuelven locos a casi todos los hombres y a algunas mujeres?

Cuando me iniciaba en eso de la literatura y todavía no había sido reconocida en la mayoría de países (menos aquí) como la excelente escritora que soy, notaba que a muchos intelectuales también se les iban los ojos hacia mi llamémosle especificidad pectoral. Al igual que los albañiles o los camareros, no se cortaban a la hora de mostrarme su admiración, aunque, eso sí, con hipócrita elegancia y modales sibilinos.

En la presentación de mi primer libro, por ejemplo, un famoso y simpático televisivo llegó a comentar que 'escribir bien' no era 'incompatible con tener unas buenas tetas' y que, sin ir más lejos, yo tenía 'la mejor delantera de las letras hispanas'. Entonces no quise romper el subidón que producen los focos sobre una chica demasiado joven para ser epicentro de nada. Ahora, en cambio, pasados los años, lamento no haber dicho que nunca se referirían a un escritor como el 'mejor paquete de la literatura española'.

No porque no existan escritores de genitales aceptables, que me consta que alguno hay, sino porque sería a todas luces ofensivo. Como esa patochada de concurso en el que, tranquilas, chicas, no pienso participar.

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