Parte de guerra en Tulle
La peor caída de este Tour tuvo una doble causa: el despiste y la velocidad
Tráfico no lo había advertido mediante anuncios agresivos. No hacía falta. Todos deberían saberlo. El cóctel relajación-velocidad es fatal, un preludio de accidentes feos, y, a pesar de todo, algunos no van alerta. Las caídas siguen formando parte del menú del Tour. Ayer fue la peor jornada. Un día de ambulancias y hospitales. Un día turbio. Muchos se acordarán de él. Por lo menos unos 30 corredores. Recordarán el pueblo de Tulle y aquella cuesta abajo a la que llegaron después de atravesar el casco urbano. Giraba hacia la izquierda y la tomaron a unos 70 kilómetros por hora. Mucha velocidad, sobre todo porque la etapa se había convertido en un agradable paseo. Error. Nunca te fíes del Tour. Nunca te confíes. Si no, llega un día como éste, el del tirón de orejas, y no ves la torre Eiffel más que por la televisión de casa o del hospital.
Llegó la dichosa curva, y la caída. Fue de esas caídas confusas, en que nadie sabe a ciencia cierta cómo empezó todo ni quién tuvo la culpa. El balance sí resultó cuantificable: cinco abandonos en el instante y seguramente varios más en los próximos días. El más grave fue el de Sven Montgomery, el joven escalador suizo, con varias fracturas en el rostro, aunque no llegó a perder el conocimiento. Wauters, que paseó de amarillo por su Bélgica, terminó la carrera junto a un quitamiedos, con la clavícula izquierda rota, la misma que se fracturó en la Milán-San Remo. También en la clavícula se lastimaron Heppner (Telekom) y Pozzi (Fassa Bortolo). A los cuatro los retiraron en ambulancia. El quinto, Txente García Acosta, se quedó sin esa suerte. Estaban todas las camillas ocupadas. Tuvo que subir al coche de José Miguel Echávarri, ir sentado hasta la meta y esperar a una ambulancia para que le trasladara al hospital de Tulle y le observaran su hinchazón en la muñeca izquierda. Las radiografías aclararon que sufría una rotura de escafoides, una lesión que ya tuvo el año pasado.
No era su día de suerte. Había intentado entrar en la escapada buena. Saltó varias veces del grupo, pero ayer tampoco tocaba. Al llegar la caída, él no estuvo involucrado directamente. Vio la montonera, la esquivó y llegó a detenerse. Pero en el pelotón se depende también de los demás. Por detrás no le vieron o no frenaron tan en seco. Al parecer, López de Munáin le arrolló. 'La curva se ha cerrado de repente', explicaba el corredor del Euskaltel, que presentaba heridas en el hombro izquierdo y en el codo derecho.
El Euskaltel fue, una vez más, uno de los equipos peor parados: Chaurreau, Unai Etxebarria y sobre todo Zubeldia. Él, que pensaba que llegaría a la contrarreloj de mañana en su mejor forma, reconocía lo que todos intuían: 'Íbamos relajados, la gente ha empezado a frenar y nos hemos ido al suelo'. Él vio cómo Montgomery rodaba a su lado y acabó inmóvil. 'Iba entre los diez primeros, y me he comido a algunos. Cuando me iba a levantar, otros diez se me han caído encima'. Zubeldia ya conoce el asfalto de las carreteras francesas. Es su tercera caída en este Tour, siempre en el lado izquierdo. Esta vez salió mal parado del costado derecho. Al llegar a la meta con el pelotón, entró de inmediato en la ambulancia más cercana. Allí le atendieron de la rodilla, el codo y toda la espalda. Junto a él, Belohvosciks, del Lampre, recibiendo puntos en el codo.
La llegada del pelotón a Sarran fue un espectáculo bélico: Botero, con la pierna sangrante y un indisimulado disgusto; Julich, con la parte derecha de las nalgas al aire; el campeón del mundo, Vainsteins, con sangre en la rodilla derecha; Niermann (Rabobank), plagado de magulladuras... Y el último, fuera de control, Gouvenou, del Big Mat, llegaba con la cabeza vendada y ensangrentada. Los jueces se apiadaron y le repescaron. Lo tendrá difícil. El parte de guerra se resumía con una imagen, la del coche del jefe médico. Su descapotable terminó con un reguero de sangre en el exterior de la parte trasera, al haber atendido a los ciclistas durante la carrera. Cinco abandonaron. Se quedaron allí, en la curva del kilómetro 197, en Tulle. ¿Se inventó allí la palabra tullido?
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