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Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Tropezón

Àngels Margarit ha tropezado al salir de un laberinto para adentrarse en otro. Tuvo éxito con Peces mentideres, el solo que presentó en el Teatre Lliure en febrero, y lo contrario al éxito con El somriure, continuación de la primera obra, que ahora llega a la programación del Grec tras su estreno en Lucerna el pasado mes de mayo, y que Margarit ha creado conjuntamente con los bailarines que la interpretan: Eneko Alcaraz, Vera Bilbija, Nerea Egurrola, Isabel López, Joan Palau y Guillermo Weickert. El espectáculo es una coproducción del Grec, el Luzerntanz am Luzernertheater (Lucerna, Suiza) y Àngels Margarit / Cia. Mudances.

La brillante carrera profesional de la bailarina y coreógrafa catalana no se ensombrecerá por una pieza que no alcanza la calidad de trabajos anteriores, pero sí deja perplejo al público y especialmente a sus adictos, que se preguntan si la presión de crear obligatoriamente en fechas determinadas para cumplir con las exigencias de las subvenciones oficiales, bloquea el talento del artista.

En El somriure, como hizo en Peces mentideres, la autora recrea el laberinto emocional del que somos cautivos. En este nuevo trabajo el laberinto se presenta de forma más abstracta, no obsesivamente como en otros anteriores. Tres hombres y tres mujeres en un espacio diáfano y aséptico tratan de encontrar una salida, pero vuelven a perderse irremediablemente. Esta metáfora, expresada a través del coto de unos plafones de madera que cierran a los bailarines en cajas de las que intentan salir sin lograrlo, es el mejor fragmento de la obra. El resto no tiene interés, es una coreografía plana, sin ninguna fuerza en cuanto al gesto ni a la interpretación. Las mejoras secuencias de danza son las que nos recuerdan el personal vocabulario coreográfico de Margarit, pero se ve distinto interpretado por estos bailarines. Su baile en espiral, su remolino gestual y su energía no tiene traducción personal en esta ocasión. Los bailarines son rígidos, no dúctiles.

A pesar de los textos de Rafael Argullol y Paul Auster, las originales secuencias de vídeo de Núria Font, la envolvente iluminación de Maria Domènech y la seductora música de Joan Saura, Margarit no ha podido evitar el tropezón.

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